Capítulo 2

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Desperté sobresaltada y sudada. Había tenido una pesadilla sobre lo sucedido anoche. Respiré aliviada cuando vi que estaba en mi cuarto, segura y fuera de peligro.

Me levanté y fui al baño, me miré en el espejo y me paralicé; mi piel estaba intacta, parecía de porcelana, ni una marca de todos los rasguños y moretones de anoche, esto era increíble.

Todo esto era una maldita locura y lo único que podía responder todas mis preguntas era un enorme animal asesino, buscaría las respuestas. Miré el collar en mi cuello, mi lado razonable me gritaba que me deshiciera de el, que un lobo enorme te regale un collar no es algo muy normal que digamos, el objeto podía tener una brujería o algo extraño, pero... desconocía aquel sentimiento en mi pecho que no me permitió quitármelo, me pareció extraño, sin embargo, me quedé con el collar.

Me desnudé e hice mis necesidades, al salir del baño me vestí simple; un pantalón jean negro y una camiseta blanca y unos vans negros.

Me peiné dejando mi cabello castaño claro suelto, no me maquillé, sólo me puse bálsamo labial y listo.

Bajé a la cocina, estaba muerta de hambre y ya eran las dos de la tarde, vaya que había dormido.

Mientras me atragantaba con un pedazo de pan llamé a Samantha para ver como estaba, probablemente todavía seguía durmiendo después de esa borrachera.

—¿Quién eres y qué diablos quieres? –contestó mi amiga de mala manera con voz soñolienta.— ah, eres tú –habló antes de que yo respondiera.— maldita sea, siento como si tres mil elefantes estuvieran bailando en mi cabeza, he ido al baño a vomitar como cuatro veces, demonios, ¿por qué me dejaste tomar tanto?

—Tú fuiste la que enloqueció y quiso tomar como si no hubiera un mañana, suerte tuvo el bartender que no te lo tomaste a el también.

—Ummm –se quejó.– ¿no hice nada de lo que tenga que lamentarme?

—Si estás tratando de preguntarme si le diste tu flor dorada a algún desconocido... no, pero casi lo haces si no te saco antes, según tú estabas cachonda.

Bueno... un poco de pasión no habría venido nada mal –tosió.— te llamo luego, estoy de muerte.

Vale, pero llámame a la casa, perdí mi celular.

—Ouch, eso dolió –volvió a toser.— adios nena –colgó.

Terminé de desayunar y me puse a ver televisión, no tenía nada que hacer, estábamos a inicio de las vacaciones y mis padres no estaban, podría llamar a algunas de mis amigas para salir a comer o algo, pero no tenía ganas.

Estaba tranquilamente viendo mi programa favorito cuando recordé que no le había avisado a Nate cuando llegué a casa. Salté del sofá en dirección al teléfono y llamé a su número lo más rápido posible.

—¿Hola?

—Nate, perdón por no haberte llamado anoche, perdí mi celular y cuando llegué a casa estaba súper cansada, lo olvidé –dije rápidamente.

—Despreocúpate, como vi que no me llamaste fui a tu casa esta mañana, entré a tu habitación y te vi dormida.

—¿Eh? ¿Tienes llaves de la casa? ¿Por qué? Y ¿Por qué no me despertaste?

—Si, tus padres se la dieron a los míos para cuidarte o por si te ocurría algo, porque estabas dormida y no te quería despertar, no eres amigable por las mañanas –dijo en orden respondiendo mis preguntas. Reí con lo último.

ChalcedonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora