Al fin había terminado con su refugio, y había podido armar unas herramientas para poder devolverle las otras a Ayrata. Sólo esperaba que la muchacha no estuviera muy molesta.
Al parecer, tenía un carácter bastante agresivo. O tal vez sólo era porque él era un macho, y temía que pudiera hacerle algo a su hermanita.
Al entrar en el jardín de las jóvenes, sólo se encontró con Ayrata, que estaba colgando la ropa. No sabía cuántos años tendría, pero se veía que era joven.
Joven, pero muy laboriosa. Siempre cuidando de su hermanita, y encargándose de que a la niña no le faltará. Era muy responsable, y quizás esa misma responsabilidad, es la que le había moldeado aquel carácter.
Tomó una flor, y se acercó a ella.
—Hola.
La castaña estaba tan concentrada en lo que estaba haciendo, que ni lo había notado. Soltó un vestido que tenía en sus manos, y al levantarlo y girarse, se encontró con Maizak sonriendo.
—No quise asustarte, pensé que habías notado que estaba aquí.
—No, ¿Qué quieres? —le dijo seria, dejando la prenda de ropa en un cesto tejido de hojas de palma.
—Devolverte esto —pronunció tendiéndole un saco de cuero, con las herramientas.
—De acuerdo —le dijo tomándolo.
Pero al ver que no lo soltaba, lo miró molesta, a lo que él sonrió, soltando el saco para entregarle la flor.
—Eres bonita, sólo te falta sonreír más.
La joven morena abrió sus ojos con desconcierto, sin saber cómo actuar. Era la primera vez que un macho le decía algo así. Y él... Había sonado tan sincero.
—Eres tan natural, tus colores... Son tan bellos —le dijo mirándola a los ojos—. Creo que si Kanat'ma pudiera verse como mujer, se parecía a tí. Delicada, salvaje, fuerte, hermosa.
La jovencita sintió una sensación extraña en su vientre, y se giró tomando el cesto, para marcharse de allí y entrar a su casa.
Maizak la observó desconcertado ¿Se había enojado? No le había dicho nada malo. Al contrario, sólo la verdad. Esa muchacha era realmente hermosa.
Ella llevaba los colores de la madre tierra en su cuerpo. Ese cabello castaño oscuro, como tierra fértil, sus ojos verdes, como hierba tierna, fresca. Su piel bronceada, como los granos perfectos para moler.
Las curvas de su cuerpo, en representación a las montañas de la isla. Y ni hablar de esa mirada peligrosa, salvaje, como el mar que rodeaba protegiendo a la isla.
Ella era pureza, naturaleza pura. Era hermosa.
***
—Ups —murmuró, al ver que había volcado el vaso con agua en el suelo.
Se apresuró a secarlo, antes de que su hermana notara lo que había hecho, y la regañara. Se asomó por la puerta de la sala, y observó que la muchacha seguía en el mismo lugar.
No sabía que le pasaba, pero Ayrata se la había pasado muy pensativa. Y apenas la había regañado, y eso que había hecho muchas travesuras.
—Ayra ¿Te sientes bien?
—Sí —pronunció bajo, antes de ponerse de pie, y acomodar la sala.
—¿Puedo salir un rato a afuera a jugar? Prometo no alejarme.
—Sí.
Chilló emocionada, y salió corriendo por ventana... Y una vez más, Ayrata no le había dicho nada. Trepó a uno de árboles, y comenzó a subir por las ramas.
Le gustaba ver la isla desde la rama más alta. Ver el árbol de Kanat'ma, las montañas, el mar. Su hogar era realmente maravilloso.
Giró con cuidado en una de las ramas, y se tomó de una gruesa, mirando hacia el mar detrás de ella. Desde allí, podía verse el refugio del muchacho rubio.
Para él también debía ser aburrido estar solo todo el día. Debía buscar la forma de llevar a su hermana a la playa, y hacer que se reencuentren.
***
—Quiero comer pescado asado.
Ayrata miró curiosa a la niña, mientras doblaba la ropa.
—Shana, ya es muy tarde para ir a pescar, el sol casi se oculta por completo. Mañana si quieres podemos ir.
—Yo quería ahora, tengo ganas de comer eso. Además, los peces Gushi sólo salen bajo la luz de luna. Es cuando se acercan a la costa, tú lo dijiste.
—Sí, pero tenemos mucho por caminar.
—¿Cómo qué mucho por caminar? ¡Si el mar está súper cerca! —exclamó consternada.
—Ahora debemos tomar otro camino para llegar al mar.
—Pero-
—No insistas, Shana. Ahora ve a hacer tu cama, todo el día te lo estuve diciendo, y mira, sigue igual.
—¡Nunca podemos hacer nada que yo quiera! —pronunció molesta la niña, antes de salir de la habitación.
Ayrata suspiró, y se sentó en la cama, cansada. Qué difícil era tratar con una niña tan caprichosa.
—De acuerdo, vamos a buscar Gushis —le dijo en un tono cansado, dirigiéndose a la sala.
Vio a la niña sentada en una silla, mirando hacia la ventana y con los brazos cruzados. Sí, estaba molesta, pero lo que había llamado su atención, había sido la flor dentro de un vaso sobre la mesa.
—¿Tú pusiste esa flor ahí?
—Sí, la encontré tirada en el patio, y me pareció muy bonita para que muera tan rápido —le dijo en un tono molesto, refunfuñando.
Era la flor que Maizak le había regalado.
—Vamos a pescar.
—Yo no quiero tomar el camino largo, hay muchas espinas por allí.
—No, no iremos por el camino largo.
La niña sonrió levemente, sin mirar a su hermana. Lo había conseguido. Ahora, sólo esperaba que el rubio estuviera en su casa.
***
Qué difícil era acostumbrarse a la soledad. Había vivido toda su vida acompañado. Con Esther, luego en el hospital, los pocos días con Nidia... Y ahora estaba tan solo.
A veces solía hablarle a Nidia, sintiendo que una parte de ella aun vivía en Kanat'ma. Qué su madre podía conectarlo con ella, cuando estaba en contacto con la naturaleza.
Estaba sentado frente a la fogata que había encendido para cocinar, mirando hacia la nada, con su vista pérdida en el fuego, cuando escuchó una voz infantil, muy amigable.
—¡Chico del Este! —gritó Shana con una gran sonrisa, corriendo hacia él—. ¿Quieres cenar con nosotras? ¡Mi hermana y yo pescamos muchos Gushis!
...