—Vamos Shana, llegarás tarde a clases.
La rubia se quejó, girando en la cama. Sí, Maizak tenía razón, no era tan divertido ir a clases todos los días, y tener que hacer los deberes.
—¿Puedo faltar hoy?
—¿A caso te sientes mal?
—No, pero-
—No, arriba —le dijo antes de salir de la habitación de la niña, de ya diez años.
Fue hasta la sala, y su pareja estaba desayunando, tomando una taza de café.
—¿No se quiere levantar? —sonrió divertido.
—No, la misma lucha de siempre —bufó tomando una galleta de miel—. Y eso porque se queda hasta tarde viendo vídeos, y televisión.
—Así son los niños aquí. Ven —sonrió, golpeando el almohadón del sillón junto a él.
Ella sonrió suavemente, y se sentó al lado de él. Mazaik la tomó del rostro, y la besó, haciéndola sonreír.
—Te amo.
—Y yo te amo a ti —le dijo el rubio, acariciándole las mejillas—. Crees... ¿Qué ya podamos ir a la clínica?
—No mi amor —pronunció dándole un beso corto en los labios, antes de ponerse de pie—. Aún es pronto.
—En unos meses cumpliré los treinta.
—Y yo tengo veinte, no quiero un bebé. Estoy estudiando, cuando me reciba, quizás sí.
—Primero la casa, y ahora la carrera —suspiró.
—Aún somos jóvenes, Mai. Podemos buscar un bebé más adelante ¿Cuál es el apuro?
—Que no quiero ser padre a los cuarenta, cuando ya sea viejo.
Río bajo, y se acercó a él para darle un beso corto en los labios.
—No serás padre a los cuarenta. Recuerda dejarle agua y comida a Prurp, nos vemos a la hora del almuerzo —le dijo antes de robarle un beso, e ir a buscar a su hermana.
***
—Creo que no soy el único amargado —sonrió levemente el castaño, al ver entrar a Maizak al edificio.
El muchacho ahora era el representa en la isla, de su propia isla nevada. Desde que Kumi había intervenido por Kanat'ma, la administración había cambiado completamente.
Ahora era gobernada por ellos, por cada representante de las tribus, que estaban por debajo de Kumi, como gobernadores.
—Dos años con mi mujer, y todavía no quiere un hijo. Habíamos dicho que primero íbamos a tener nuestra casa, y ahora que la tenemos, quiere terminar sus estudios.
—Pero no es algo malo, Mai. Ella es muy joven aún, es entendible que quiera estudiar, vivir. Tú ya tienes treinta, ella aún no pasa ni los veinticinco, tiene toda una vida por delante —sonrió Cep—. Déjala que crezca, pervertido —le dijo divertido.
—Él problema es que yo voy a ser muy viejo cuando ella quiera.
—De nada sirve que fuerces su deseo de ser madre —pronunció antes de darle un sorbo a su café—. Y si sigues insistiendo, sólo lograrás que su relación se gaste.
—Sí, supongo que tienes razón —suspiró el rubio.
***
—Ayra.