Noah

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Noah había llegado, como esos gatos que entran con excesiva confianza exigiendo comida. Sus ojos celestes examinaron la figura de la joven con lentitud, deteniéndose en sus ojos cafés. Él la extrañaba. Simona se sentía entre la espada y la pared, porque aún le tenía cariño; extrañaba su cuerpo de piel lechosa y las historias que le contaba después del sexo, todas ellas narradas en su lengua materna: inglés.

- Hace días que no nos hemos visto, Simona. He comenzado a extrañar esta casa y a ti- dice Noah. Simona lo mira, con cariño, pero sin dejar de sentir pena.

- También te he extrañado, es raro no verte todos los días. Aunque ahora esté con Damian no significa que no te extrañe. Todo pasó muy rápido. Hace una semana estábamos durmiendo juntos- responde Simona.

- Yeah, qué loco, ¿no?- dice con todo su aire gringo.

Simona toma su mano y la acaricia. En ese momento, ella recuerda cuando se conocieron y pasearon por la playa, tejiendo una conversación tímida, obstaculizada por la barrera del idioma. Hacen una pausa en su trayecto y se sientan a ver las olas romper en la orilla. Simona toma un puñado de arena y lo dejó caer sobre la palma de la mano de Noah, repitiéndolo una y otra vez hasta que no quedó ni un grano de arena en sus manos. Desde ahí hubo una especie de conexión. Luego, al otro día de conocerse, durmieron juntos, en donde tímidamente se acercaron, aminorando la distancia cada vez más, hasta besarse. Un beso suave y cálido entre sabanas.

Ahora, Noah la mira, de modo penetrante, en silencio. Simona permanece en silencio también, pero ella no resiste la tensión de ese silencio y lo rompe con un beso, del que luego se arrepiente. Sin embargo, era todo lo que él esperaba que ella hiciera.

- Lo siento - le dice Simona.

- Ven - susurra entre los labios de Simona.

-No puedo, Noah, sabes que no puedo.

Noah le toma las manos y la acerca hacia su cuerpo. "Ven" le susurra "Ven, ven, ven". Se besan. Se sentía como una adolescente de 15 años, que nunca ha dado un beso. El fuego la consumía por dentro y no pudo resistirse a sus susurros, tanto que olvidó todo su compromiso.

Contra la pared, Noah tocaba sus muslos y caderas, donde yacían sus cicatrices de la obesidad. La tocaba. La besaba. La apretaba contra su cuerpo. No prestaban atención a nada más que a ellos mismos; eran solo ella y él, en su mundo.

Consumidora De CuerposDonde viven las historias. Descúbrelo ahora