Distancia

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14 de febrero de 1981

Steve y Tony se encontraban sentados en el sofá de la sala de televisión, viendo las caricaturas que transmitían, puesto que hoy, día de San Valentín, no tenían nada mejor que hacer.

Tony, secretamente estaba muy feliz, puesto que Steve era la mejor compañía que podía pedir, mientras que Steve tenía su mente lejos, en los recuerdos de esa larga y tortuosa guerra en la que tuvo que pelear y en un tema en particular que le estaba causando conflicto; Tony.

De un tiempo para acá, había notado que el olor de Tony empezaba a aparecer con más frecuencia. Antes era el breve y sutil aroma que solo se podía sentir si se estaba buscando directamente, y ahora solo bastaba con estar en el mismo espacio que él para sentir su aroma. Pero esto no era su único problema, también estaba en que se estaba sintiendo más que cómodo con él y no solo él, también su Omega, que a veces se ponía molesto cuando se encontraban distanciados por mucho, como por ejemplo, lo que sucedió mientras estaba en el frente de batalla.

A Steve no le estaba gustando esta dependencia. Tony era un niño, que gradualmente tendría que crecer, no podía permitirse tener tanta cercanía con él. A pesar de que disfrutaba inmensamente el tiempo que compartía con él, tenían que darse un espacio. No podían ser tan dependientes el uno del otro. Necesitaba encontrar una forma en la que se dieran espacio, pero que ambos pudiesen estar tranquilos.

Suspiró. Dejaría esto para después, por ahora, se concentraría en lo que estaba viendo y en este momento.

—¿Todo bien, Steve?— preguntó el castaño con curiosidad, desde su cómoda posición en el pecho del rubio, como siempre lo hacían cuando veían televisión.

—si, todo bien, no te preocupes— respondió el rubio, con vacilante seguridad.

Él castaño asintió y se recostó en el pecho del rubio, disfrutando de su calor corporal, la comodidad que le brindaba y su increíble olor, el cual, solo se volvía más delicioso a medida que lo olía.

Desde que Steve regresó, había adaptado una especie de horario. Podía pasar la mayor parte de su día en el taller, pero, estaba puntualmente en la sala a las cuatro, hora en la que Steve volvía de la oficina del ejército, para ver televisión desde las cuatro hasta las seis, luego iba con él al lugar donde el rubio se sentaba a dibujar, solo por el mero placer de ver su expresión de concentración cada vez que dibujaba. A las siete, compartían la cena juntos y a las ocho, Tony tocaría algunas piezas en el piano, todo para el disfrute de Steve, quien se sentaba a dibujar o a leer, disfrutando de las melodías que era capaz de tocar.

Ver la expresión de deleite de Steve al escuchar lo que era capaz de tocar en el piano había pagado todas y cada una de las hora que su madre y su tutor le hicieron invertir para aprender a tocar el susodicho instrumento, también despertaba en él un extraño sentimiento de orgullo, que era diferente al orgullo que sentía cuando lograba terminar un proyecto, pero, con el que no se iba a matar la cabeza en este momento.

Su momento fue interrumpido por Jarvis, que entró con algo en la mano.

—la correspondencia— señaló el hombre, extendiéndole a cada uno su respectiva mensajería.

A Steve le sorprendió el volumen de correspondencia que había obtenido el castaño más pequeño, el cual superaban con creces el suyo propio e incapaz de resistir la curiosidad, se atrevió a preguntar.

—¿Por qué tienes tanta correspondencia? No es que sea nada malo, ni nada, pero tienes incluso más que yo, y eso ya es mucho decir— cuestionó el rubio, mirando el grueso paquete de correspondencia que tenía el menor.

—¡Ah! Eso... Es lo que me envían de las universidades para tenerme en sus filas. En vista de que me gradué a tan corta edad y de que soy un genio, todos quieren tenerme— respondió, pasando la correspondencia y leyendo impresa en ella los nombres de distintas universidades, inclusive de las que no eran de ese país. —yo también hice lo propio y me había presentado en el MIT, presente el examen de admisión y todo, pero, independientemente de que haya pasado no voy a ir allí— explicó con simpleza, encontrando la carta correspondiente y abriéndola, para leer su contenido, todo bajo la mirada incrédula del rubio que no había logrado reponerse del impacto que las noticias, tan dichas a la ligera y sin tacto, le causo. —si, efectivamente pase y con un puntaje alto. Es una pena— confirmó, para luego arrojar la carta a un lado y buscar la de la universidad de Nueva York o alguna universidad cercana.

El Alfa Perfecto Para MiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora