La señal de radio

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[CARLOS]

Desde la llegada de Nadia y el resto al grupo no he podido calmarme, la preocupación, la frustración y la impotencia han sido demasiadas y aquella noche en la que Nadia llegó desesperada, diciendo a gritos que nuestra gente iba a perder, no se ha salido de mi mente. Han pasado dos días; la esperanza cada vez está más hundida.

Ya siendo el tercer día me he sentido mejor; no porque las cosas hayan ido mejorando, sino por el hecho de que no tiene sentido seguir afligiendose uno mismo debido a una situación por la cual no se puede hacer nada, me sigue causando tristeza el llegar a casa sin que nadie me reciba, el tener que despertar por cuenta propia, el tener que cocinar para mí, y me entristece no porque deba hacerlo yo mismo, sino porque extraño a Alejandra y a mi hermano, extraño el cariño que me hacían sentir, estar en una familia.

—Llegas tarde, ya estaba empezando; bastante mal para tu primer día— El viejo Dante me dijo cuando llegué a la herrería con él, para distraerme y ser más útil le pedí que me enseñara de herrería, además así podría ayudarle con las puntas de lanzas y otros pedidos.

—Lo lamento, nuevamente me quedé dormido— Respondí con una sonrisa apagada.

—Oh... Vamos muchacho, sé que es difícil pero no podemos hacer nada... ven aquí, te enseñaré a fabricar una lanza—.

El viejo Dante se mostraba tan amable como el día que lo conocí, trataba de reconfortarme en éste; que era un mal momento para muchos.

Todos en este pueblo estaban mal, esperaban a un amigo, un familiar, una pareja; alguien en quien confiar, realmente nadie pasaría bien estos días; El viejo Dante me mostró cómo se fundía el metal y pese a que no me dejó hacerlo estaba explicándome paso por paso; una vez fundido lo vaciamos en los moldes y finalmente, mientras él repetía el mismo proceso me dejó afilarlas, tal y como en una película de fantasía medieval o como en un juego que solía jugar en internet donde un burrito fabricaba armas para otros animales, empecé a afilar las puntas, sujetaba la punta con una prensa y con un martillo, le daba golpes en los bordes para hacerlas lo más planas posibles, luego las metía en agua fría para que se endurecieran y una vez logrado, las afilaba con una pulidora, una y otra vez se repetía el proceso y era cansado, la tarde era calurosa y la temperatura de los hornos solamente lo empeoraba; sin embargo todo esto me resultaba satisfactorio y relajante.

Habían pasado varias horas de trabajo; el viejo Dante estaba guardando las 25 puntas que hicimos, estaba cansado y decía querer llegar a casa para solamente dormir; yo estaba sudando pero con una sonrisa en mi rostro, el esfuerzo y trabajo me hacía sentir mejor y olvidar la angustia pero aún no me sentía listo para ir a descansar, me despedí de Dante y me fuí a casa, nuevamente al entrar estaba frío, vacío y gris, suspiré y colgué la chaqueta de mi hermano en el perchero, me quité las vendas de la mano y encendí la luz, pasé a la cocina y abrí la alacena, saqué una lata de sopa y una fruta, realmente tenía demasiada pereza de cocinar algo y simplemente opté por los enlatados.

Me encontraba dibujando sobre la mesa de la sala, viejos diseños y bocetos de una historia que planeaba crear antes de todo esto, irónicamente también era sobre un apocalipsis zombie pero en esta historia a los personajes todo les salía bien y tenían una gran suerte.

—¿Cuánto tiempo piensas quedarte aquí? Te estaba esperando en la habitación pero ya me aburrí de esperar— Dijo Sam bajando las escaleras.

—Lo siento pequeña, realmente no te esperaba así que me quedé un rato aquí, hace menos frío aquí debajo y literalmente yo duermo en la sala así que prácticamente esta es mi habitación— Le respondí con mi mejor cara.

—Has estado muy apagado estos días, yo también estoy preocupada por mi papá pero realmente confío en que va a volver a salvo— Me dijo sentándose a mi lado.

El comienzo después del finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora