La tuerta y el manco

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[ADELINE]

Sentados bajo el techo destruido de una casa devastada recordé el horror de esta guerra y este mundo, el frío, la suciedad y la soledad llenaban mi cabeza de malas memorias como lo fué el primer día cuando los militares asesinaron a nuestro mini grupo, o los psicópatas del hotel o los días de soledad antes de llegar a Luz de Otoño, parecían recuerdos de pocas noches atrás aunque ya había pasado por lo menos un año de ello, ciertamente no todo había sido malo, había recuerdos felices, como mi beso sangriento, mi primera vez, la reconciliación anhelada con mi hermano o simplemente todas las increíbles personas que jamás hubiera conocido en el mundo normal y que ahora era mi momento de devolverles el favor, estaba en mis manos hacer algo, no había nada que perder y todo que ganar, aunque mi vida corriese peligro.

—¿Qué piensas?— Me dijo Luna mientras ponía a calentar latas de sopa con uno de sus hornillos militares, le quedaban solo dos. La bola de pelos estaba echada en el piso esperando su comida de mismo modo que nosotros.

—No es nada, tan solo estoy muy nerviosa aún— Respondí mientras desembarañaba un poco mi cabello que por el mal corte que me hice y la falta de productos de cuidado parecía el cabello de una muñeca vieja.

—Esto es extraño, sabes de qué hablo, hace unas semanas habíamos tenido una noche y ahora estamos sobreviviendo solos arriesgando nuestras vidas— Tocó un poco la sopa y sacó el dedo agitándolo, dándome a entender que se quemó un poco.

—Lo sé, pero vamos, así inició todo, ya pasamos por esto y podemos volver lo ver a hacerlo, somos compañeros de nuevo, un equipo— Le sonreí acomodando mi cabello para que tapara las vendas de mi ojo, después acaricié a Tyson por un rato a lo que se tiró al piso mostrando su panza a modo de exigencia de más cariñitos.

—Si señora— Se puso de pie e hizo un saludo militar, dándome un golpe de recuerdos que si fuera un golpe físico me hubiera hecho sangrar la nariz, ya que hizo lo mismo el primer día en el hotel, un recuerdo cada vez más lejano, cada vez más valioso.

—Tú... No hagas eso— Agache la mirada a causa de una extraña melancolía desencadenada por el saludo militar.

Cómo era de esperarse, Luna tan solo se mofó de mi al ver mi reacción, comimos y platicamos de tonterías oír un rato antes de volver a salir, teníamos una especie de mapa que Nadia hizo para nosotros, estaba mal dibujado pero era lo suficientemente preciso para llevarnos a La Ciudad Doliente.

—¿Oyes eso?— Luna preguntó algo alarmado haciendo algo de presión en mi hombro izquierdo mientras yo conducía.

—Solo es el motor de la cuatrimoto— Respondí mientras seguíamos.

—No, es otra cosa— Él cerraba los ojos para intentar concentrarse mejor.

—Si fuera otra cosa Tyson ya lo habría detectado, tranquilo— Pero como si el destino quisiera subrayar sus palabras de la nada se escuchó un grito a la vuelta de la esquina, no era el grito de un Clamor, era algo distinto, agudo y con un tono de agonía, como si fuera un gran animal moribundo.

Apagué el motor por un momento, el cual no iba muy rápido para que Tyson nos siguiera el paso sin mayor esfuerzo, el silencio estaba presente, endulzado con el tenue ruido de la nariz mocosa de nuestra compañero canino pero en cuestión de un respiro ese dulzor se convirtió en amargura, un ruido quejoso hacia retumbar las paredes con su eco interminable, mi piel se erizó como de un orgasmo se tratara pero la sensación era algo abismalmente diferente, mis sentidos se agudizaron hasta un filo indescriptible ante dicha sensación, era pánico ciertamente pero nombrarlo solo como ello dejaría corta la sensación puntual que sentía a cada centímetro de mi maltratada piel, me parecía absurdo e incluso ofensivo, era un insulto hacia la naturaleza, ¿Cómo era posible que algo así existiera? Ni siquiera podía ver al emisor de dicho ruido tan abyecto y dicha insertidumbre hacia que cada segundo se sintiera como un siglo, un siglo de pavor, un siglo de conmoción.

El comienzo después del finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora