♥︎Capítulo 27

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El gran día.

El gran día había llegado. En dónde por fin la cuidad podría tener un lugar en donde pueda pasar tranquilamente de noche mientras toma un delicioso café, jugo o soda mientras observaba miles de pinturas echas por sus mismos ciudadanos. 
Tenía los nervios de punta. Tanta era mí impaciencia que vi los primeros rayos del sol asomarse por la montaña que se veía completamente hermosa justo en el cuarto piso, justo en nuestra habitación.
Jhoana aún estaba dormida cansada por todo el trabajo duro que completamos ayer, no me imagino como estarán los chicos quiénes desde la misma madrugada le echaron muchas ganas al callejón.
Mis bellos se ponían de punta al pensar en ese momento dónde abriría el lugar. Como el señor Drover había comprado el callejón debía hacer una apertura extraordinaria, por lo alto, aunque yo le dije que no exagerara con el presio de las boletas de entrada en el primer día, después de todo todo esto es para recoger fondos para la fraternidad desde un principio. 
Contacté a cada uno de los chicos que hicieron sus pinturas para dejarlos envueltos en el lugar antes de que el lugar se llenara de muchas personas. De modo que dejé a mi mejor amiga durmiendo cómodamente en su cama y me dispuse a coger mi obra de arte e ir con los demás.

Aunque yo quería ir más temprano que los demás sólo para observar una vez más como había quedado el callejón, me gustaba observar las cosas detalladamente para mí misma, leer cada objeto y tratar de entender que impresión se llevan las personas cada vez que los ven. Me preguntaba siempre si las personas hacían lo mismo que yo o la única loca suelta en el mundo de ese modo era yo.

El frío por la mañana era abrumador, casi se podía distinguir la neblina bajo mis botas marronas, habían varias nubes que corrían por el amplio cielo que apenas se estaba despertando, solo deseaba en ese mismo instante que el clima no se eche a perder y llueva toda la noche.
Según lo que leí, será una noche despejada, pero nunca he sido fiel a los que predicen el clima.
Una vez cuando mis padres, Jhoana, Sebastián y yo fuimos a la playa, en las noticias habían dicho que sería un día muy caloroso con fuertes rayos del sol. Todos estábamos emocionados porque recuerdo que era la primera vez que Sebastián iba a nadar en un mar.

—  ¿Será que podré ver a un tiburón? — Antes de ir a la playa, mi hermano menor se había puesto a ver documentales sobre los misterios del mar y se asustó cuando de enteró que estos animales a veces son muy agresivos.

— Probablemente, el mar está lleno de ellos.

— ¿Y me puede comer?

Aproveché el miedo que tenía mi hermano y dije en voz alta, dicimulando que hablaba con Jhoana.

— Escuché que en esa playa el año pasado un niño de 11 años nadaba allí y un tiburón lo dejó sin un brazo.

Mamá se enfadó mucho conmigo, ya que había hecho llorar a Sebastián por lo que había dicho y me amenazó con no darme de comer si seguía decidiendo tonterías.
Cuando habíamos llegado, toda la plata estaba sola, no había ninguna persona salvo un vendedor de pescado que se encontraba guardando todo lo de su negocio. Papá bajó de la camioneta y le preguntó como era posible que ese día habían dicho que iba a ser un día bastante calororo y resultó ser uno frío con ganas de llover intensamente.

Todos nos fuimos decepcionados salvo Sebastián, agradeció intensamente por haberle dado otro día más de vida, recuerdo haber molestado a mi hermano con eso durante todo un año.

Cuando crucé la primera esquina, me encontré con Keith y Zac quién llevaban con ellos sus obras para ponerlas en sus lugares. Más adelante llegó Fhineas junto con Dominick y otros chicos más.
Nos saludamos y llegamos al callejón. Allí había un hombre con un raro uniforme negro, en su mano derecha sostenía un bastón. Sus cabellos se escondían bajo una gorra del mismo color de su uniforme pero con un logo extraño de color dorado.

Bajo Mil Letras De Colores [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora