Capítulo I

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   Detallé las seis velas rojas que tenía en mi mano, al tiempo que intentaba recordar con exactitud aquel ritual que había leído en una página de magia negra en internet. Planeaba hacerlo a la hora indicada: 3:33 a.m.

   «Seguramente eso no existe. Esas cosas no suceden», pensé.

   De pronto, el toque de la puerta hizo que me sobresaltara y que dejara atrás mis pensamientos lúgubres que traían un ambiente pesado a mi recámara. Un ambiente que, en efecto, no era bueno.

   "Paulie, cariño. Hay que ir a la iglesia", era la voz de mi mamá. "¿Ya estás listo?"

   Abruptamente abrí los cajones de la mesita de noche, metí las velas y me levanté. No podía creer que me había puesto nervioso. No quería pensar en la reacción de mamá si llegase a enterarse de que estaba pensado en hacer un ritual satánico.

   —¡Sí, mamá! —las manos me sudaban, por lo que las deslicé por mi pantalón de vestir azul marino para secarlas—. ¡Voy en cinco minutos!

   "Está bien. No te tardes."

   Suspiré con alivio al escuchar sus pasos alejarse de la recámara. Rápidamente me miré al espejo vertical que reinaba en una esquina de mi recámara, cerca de las ventanas. Miré mi atuendo e hice una mueca. Llevaba puesta una camisa de vestir blanca, corbata azul y pantalón del mismo color, además de zapatos bien pulidos de cuero sintético.

   Deslicé mis manos por mi cabellera azabache para peinarla, al momento que dejaba salir un suspiro por mi boca. ¿Por qué tenía que ser tan... simple? Detestaba cada vez que las chicas me veían con ternura y sólo como amigos.

   No era un novio perfecto; era un amigo ideal que daba toda clase de consejos y oraba cada domingo en público antes de comenzar la misa.

   Sin tanto preámbulo, tomé la biblia que reposaba sobre la mesita de noche y salí de la recámara, cuyas paredes eran de color blanco y suelo de madera, además de una bonita vista al jardín bien podado con florecitas y matitas.

   Crucé el corredor, bajé las escaleras y me encontré con la figura de mi madre. Ella llevaba un vestido sencillo de color lila con diversas flores lilas en sus mangas.

   —Hola, mamá. —Le di un besito en la mejilla—. ¿Ya nos vamos?

   —Sí, cariño —acarició mi melena. A pesar que ya tenía diecinueve, siempre hacía lo mismo desde que tenía uso de razón—. Tu padre llamó.

   Mi piel se heló.

   —¿Para qué?

   —Para ver como estabas tú.

   —¿Estaba... ebrio?

   —No, no —negó con la cabeza—. Me pidió que... que... quería..., ya sabes, volver y...

   —No, mamá. No.

   Ella suspiró. Noté cómo sus ojos se cristalizaron. La vivencia con mi padre no había sido buena en lo absoluto y todo gracias al alcohol. Mi padre tomaba mucho y cada vez que lo hacía la agredía, por eso ella había tomado la decisión de dejarlo. Pero, como siempre volvía arrepentido y mamá lo aceptaba, pero eso volvía a ocurrir.

   —Lo sé, Paul. Ya sé lo que vas a decir y lo que estás pensando —me dijo—. Pero le dije que intentara ir a algunas clases de autoayuda para poder superar el vicio del alcohol. Y solo así yo lo voy a aceptar de nuevo aquí.

   —Pero, mamá...

   —Es tu padre, Paul.

   —Lo sé. No lo estoy negando, pero solo digo que deberías mantener tu postura y no dejar que un par de palabras lindas y una promesa que nunca se cumpla, interfieran en ti. Yo no estoy de acuerdo. Si vuelve aquí, será lo mismo.

The Devil with an Empty Heart ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora