Capítulo VIII

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   Durante el resto de la tarde había pensado en el beso que me había dado John. No fue algo extravagante, al contrario, fue un leve roce de labios que casi provocó que mi corazón se saliera.

   Lo había llamado, pero no aparecía. No me hablaba y tampoco se dignaba a dejarme una señal. No obstante, sabía que estaba ahí porque sentía el malestar de su presencia. Tal vez estaba avergonzado o arrepentido y por ello no me diría la palabra.

   —Paul.

   Mi madre me sacó de mis pensamientos, haciendo que yo la mirara a los ojos. Ella había llegado hacía un par de horas y estábamos comiendo la cena: un corte de carne de soya con ensalada de papa. Ella ni siquiera se había cambiado de ropa. Mamá estaba tan cansada y hambrienta que lo segundo que hizo al llegar fue comer.

   —¿Sí, mamá? —la miré. Ella estaba limpiando un rastro de salsa que había manchado su suéter rosa—. ¿Qué sucede?

   Abandonó la servilleta a un lado y me miró, al tiempo que tomaba el vaso con zumo de fresa y unos cuantos cubitos de hielo.

   —Que te estoy hablando y no me respondes —me contestó. Dio un sorbo y abandonó en vaso sobre la mesa—. ¿Estás bien?

   En realidad no estaba bien. Me había acostumbrado tanto a tener a John al lado que unas pocas horas sin él me afectaba bastante.

   Y cuando recordaba el beso mis ganas de verlo desaparecían. ¿Cómo lo iba a mirar a los ojos luego de sentir sus labios quemar los míos? Yo era muy tímido como para darle la cara.

   —Sí, mamá, estoy bien —le contesté, llevándome a la boca una buena cantidad de ensalada. Luego de masticar y tragar, pregunté—: ¿A ti cómo te fue el resto de la tarde?

   —Mmh, muy bien. Bastante cansada porque los niños hicieron desas...

   Un ruido del piso de arriba la interrumpió, haciendo que ambos levantáramos nuestros rostros y nos miráramos con un toque de incertidumbre. Mamá frunció su ceño.

   —¿Y eso que fue?

   —Es Satán, mamá.

   Su rostro palideció.

   —¡Deja de nombrar a ese ser en esta casa! —vociferó, haciéndome reír. No sabía desde cuando era tan divertido asustar a la gente con ese tipo de cosas—. ¡Por Dios Santo, Paul! ¡De seguro son los gatos en el techo!

   —Lo siento —murmuré, bebiendo un sorbo de zumo—. Ajá, ¿cómo decías?

   Pero mamá seguía un poco nerviosa con el sonido, a pesar que lo único que se escuchaba eran nuestras voces. Al instante me miró y decidió continuar con la conversación.

   —Los niños hicieron desastres porque les coloqué una actividad para colorear y todo eso.

   —Mmh, ya...

   —Tu padre me llamó esta tarde, poco después de llegar nuevamente al trabajo...

   El ambiente se tornó bastante tenso.

   —Ajá, ¿y qué te dijo?

   —Me preguntó por ti, cómo estabas y cómo te estaba yendo. Le dije que bien. No le conté lo que sucedió en el instituto. Pero de todos modos estoy segura que si se lo hubiera contado, él hubiera reaccionado de la mejor forma.

   No quería caer en discusiones y preguntarle por qué creía eso, así que solo asentí y me dispuse a comer el último bocado de mi comida.

   —Mañana tengo que ir temprano —le comenté—. Tengo que entregar un trabajo. ¿Puedes llevarme?

The Devil with an Empty Heart ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora