Capítulo VII

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   Deslicé la barra de jabón por mi trasero, teniendo en cuenta que estaba un poco —bastante— retrasado para el Instituto. Me había levantado un poco tarde.

   Consciente de que probablemente John hubiera estado ahí mirándome, quité toda la espuma que cubría mi cuerpo y me sequé con la toalla a la velocidad de un rayo. Mamá se había ido hacía un par de minutos a la escuela, así que me tocaba ir en bus.

   Y eso, a su vez, significa un viaje algo incómodo y una espera de quince minutos, a no ser que me apresurara para tomar el bus de las ocho treinta.

   Pero eran las ocho y diez.

   Llegué a mi recámara intentando ser lo más rápido posible, e inmediatamente abrí la puerta de mi armario para buscar ropa qué ponerme. No me dio tiempo de elegir tanto, así que tomé lo primero que vi: un suéter negro ligeramente holgado, pantalón de mezclillas y un par de zapatillas negras tipo Converse.

   Cuando terminé de alistarme, miré el reloj de mi recámara: marcaba las ocho treinta. Debía esperar en la parada quince minutos, más el recorrido de media hora al Instituto. Según mis cálculos iba a llegar a las nueve y veinte, más o menos.

   —¿Por qué estás tan ajetreado si tranquilo te vez muy hermoso, eh?

   Di un respingo al escuchar esa voz detrás de mí. Sin cerrar aún la mochila que estaba sobre la cama, giré mi rostro. Ahí estaba John, con su traje negro impecable y su sonrisa burlona que le asentaba de maravilla con aquel par de ojos marrones penetrantes.

   —Hola, John —cerré la mochila—. Tengo prisa. No quiero llegar tarde a la clase.

   —¿Todavía no sabes el poder que tienes en tus manos?

   —¿El poder que tengo en mis manos? —volví a mirarlo con el ceño fruncido.

   —Puedo llevarte.

   —¿En dónde? ¿En una sati-moto? ¿O en un sati-taxi? —me reí, pero él permanecía muy serio—. Eh, lo siento.

   De pronto, todo a mi lado comenzó a correr rápido, a tal punto que se tornó difícil para mí vista detallar mi habitación. Era como si yo estuviera corriendo, pero en realidad no me estaba moviendo, ni John tampoco. Al instante el panorama volvió a su forma normal, pero ya no estaba en mi recámara.

   Estaba en el baño del instituto.

   Todavía confundido por lo que había pasado, no me dio tiempo de formular mi pregunta, ya que un cubículo se abrió. Una porrista rubia salió y dio el grito de su vida al vernos ahí, y se alejó corriendo.

   Era el baño de chicas.

   —¿E-El baño de chica? —lo miré. John no apartaba las manos de su bolsillo—. ¿En serio?

   Se sonrió.

   —Ya no tienes que preocuparte, niño hermoso —me apretó un cachetito. Amaba cada vez que hacía eso—. Ya estás aquí.

   —Oh, gracias. —Seguramente me había ruborizado. Era, sin lugar a dudas, vulnerable a Satanás—. De verdad gracias.

   —Agradéceme con un beso. Eso pondrá feliz a Satanás.

   Mi corazón dio un salto. ¿Besarlo? ¿Dónde? ¿Y en el baño de las... chicas?

   —¿D-Darte un beso? —tragué en seco. Mis nervios estaban a leguas—. ¿Dónde?

   —Donde tú quieras.

   Aquello hizo estallar mi corazón. Con las piernas y manos temblorosas me acerqué a él de forma lenta, coloqué mi boca de trompita y besé su mejilla. Me separé rápidamente porque el ligero ardor llegó a mis labios.

The Devil with an Empty Heart ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora