Capítulo XII

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   Escuchar esa frase en aquel timbre de voz gélido y ronco me hizo separarme de él con cautela, para después mirarlo a los ojos, teniendo el corazón increíblemente acelerado.

   Él sonrió, sin dejar de mirarme. Llevó su mano a mí mentón y lo acarició lentamente, causándome un ardor constante que me hizo apartar el rostro al cabo de unos segundos.

   —Lo siento...

   —Mmh, no importa. —Más nervioso que nunca, volví a mirarlo a los ojos; él se sonrió de lado—. Y... ¿cómo es eso q-que tú... que tú... me quieres?

   Todavía permanecíamos muy cerca, mirándonos a los ojos y sonriendo como dos idiotas. Pese al calor que recorría mis mejillas, deduje que estaba ruborizado. El corazón se me iba a salir en cualquier momento, y no podía dejar de mirar aquel par de ojos marrones, tan penetrantes, tan hermosos...

   Pero él rompió el momento bonito separándose de mí y dándose la vuelta. Metió las manos a los bolsillos de su pantalón, al tiempo que echaba un vistazo hacia la ventana de mi habitación. Yo me quedé detrás de él, esperando la respuesta.

   —Te quiero, claro que sí te quiero —me contestó, sin dirigirme la mirada. Luego se dio la vuelta y medio se sonrió—. ¿No te vas a quitar la ropa?

   Me ruboricé aún más, cosa que me hizo cubrirme el rostro con ambas manos para que él evitara verme así. Mi reacción le causó gracia.

   —No, precioso, no lo digo con esa intención. Es solo que me preguntaba si te pondrías ropa cómoda. Es todo.

   —U-hm, sí —asentí, yendo hacia el armario—. Claro que sí me voy a quitar la ropa...

   El Diablo se sonrió con picardía, al tiempo que tomaba asiento en la silla del escritorio. Palmeó sus piernas torneadas, sin quitarme la vista de encima.

   —Ven aquí.

   Nunca pensé que esas dos palabras tuvieran tanto efecto en mí. No solo me ruboricé otra vez, sino que me puse más nervioso de lo que ya estaba: las piernas me temblaron y la sudoración en las manos se hizo presente. Odiaba ser tan vulnerable a ese tipo de cosas, pero principalmente yo era vulnerable a él.

   Pasé saliva por mi garganta y, sin esperar más, me dirigí hacia él ignorando —o queriendo hacerlo— sus intenciones.

   Descargué mi trasero sobre sus piernas. Me estremecí cuando rodeó sus brazos en mi cintura y depositó un beso en mi cuello, causándome el característico ardor su tacto provocaba.

   Comencé a sentir un cosquilleo en mi entrepierna, que solo indicaba una cosa segura: estaba comenzado a excitarme.

   —¿Te arde mucho? —me preguntó. Su voz ronca penetró mis oídos y me causó escalofrío.

   Me puse torpemente nervioso.

   —Eh, s-sí... Me arde... mu-mucho. Quiero d-decir, no tanto o... mmh, bueno... Eh...

   De pronto sentí sus manos sobre mi cintura, las cuales bajaron con suavidad hasta mis muslos y, muy lentamente, se dirigieron hacia mi entrepierna. Por inercia abrí mis piernas, dejándome llevar por la placentera sensación que en ese momento envolvía mi cuerpo.

   —Mmh, J-John..., mi madre está abajo...

   Detuvo en seco sus manos y más rápido que un estornudo, me sentí caer sobre la silla. No me dio tiempo de mirar a mi lado, pues la puerta se abrió abruptamente y mi madre —todavía vestida— se asomó.

   —Paul, ¿no vas a bajar a comer? Llevo rato llamándote. ¿Estás bien?

   ¿Qué si estaba bien? Uffff. ¿Con un Satán como ese cómo iba a estar mal?

The Devil with an Empty Heart ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora