Capítulo IV

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   —No es nada, mamá. Fue algo... n-normal.

   Pero ella no me prestaba atención: estaba muy concentrada limpiando mis fosas nasales con un palillo de algodón. Me causaba cosquilla e incomodidad, pero sobretodo vergüenza porque mamá actuaba muy sobreprotectora a veces.

   Peter Asher seguía asustado por lo que había visto, y ni siquiera quería acercarse a mí. Estaba con su hermana, en la esquina de la mesa del patio donde nos encontrábamos para la habitual reunión para actos caritativos.

   —No es normal que te sangre la nariz —dijo por fin, tirando a la basura el instrumento con que me había limpiado—. Eso no está bien. —Giró su rostro hacia la pared y miró el espacio vacío donde había el crucifijo; luego miró al suelo y lo halló roto. Se persignó en seguida—. Señor Jesús... —se volvió a mí—. ¿Cómo pasó eso?

   Como si la pregunta hubiera sido para él, Peter Asher me apuntó con el dedo índice y exclamó—: ¡Yo lo vi! ¡Yo lo vi, señora McCartney! ¡S-Su hijo miró el crucifijo y cayó al suelo y luego s-sangró! ¡Yo miso lo vi!

   —Peter... —su hermana deslizó la mano por sus mejillas gordas bañadas en lágrimas, pese a su abrupto llanto que me hacía desear no tener hijos—. Ya cálmate.

   —Mamá, fue una casualidad —me excusé con voz temblorosa. Mentir nunca había sido lo mío—. Se cayó y lo miré, es todo.

  —¿Y por qué comenzaste a sangrar? —Mary me tocó la mejilla. Al parecer se dio cuenta que estaba más pálido de lo normal y un semblante de preocupación invadió su rostro—. Mírate cómo estás...

   —Es cansancio —le dije, tratando de hacer que me creyera—. Recuerda que estuve la noche estudiando y no he dormido bien.

   Detrás de mi madre, pude ver una densa capa de humo que poco a poco adoptó la forma de John. Llevó, como siempre, las manos a los bolsillos de su pantalón y sonrió.

   Lo miré a los ojos por un par de segundos, vi su sonrisa perfectamente malévola y su postura tan firme que, sin lugar a dudas, cautivaba a cualquiera.

   Mi madre chasqueó los dedos en mi cara, haciendo que yo le pusiera mi atención a ella. No tenía ni idea de lo que había dicho o hecho, puesto que por un corto momento estuve mirando al Diablo.

   —... ¿Y bien?

   —¿Ah? ¿Y bien qué? —tragué en seco—. ¿Qué... q-qué estabas diciendo?

   Mary rodó los ojos y llevó sus manos a su cintura, sobre su suéter de lana lila.

   —¿No estabas prestándome atención o qué?

   —Uh, no.

   —Paul, ¿qué pasa contigo? Últimamente estás muy raro.

   De reojo vi que John se desvaneció rápidamente. Evidentemente yo era el único que lo veía, pero aún así su presencia me ponía bastante nervioso.

   —Mamá, estoy bien.

   Ella me miró no muy convencida.

   —¿Y el sangrado en tu nariz qué, Paul?

   —Fue casualidad, mamá —le contesté—. Estoy bien. No me siento mal, ni nada...

   —Si eso vuelve a pasar, te llevaré al médico, ¿entendiste?

   Me asusté mucho, tal vez demasiado. Era evidente que el médico descubriría lo de mis signos vitales inexistentes...

   —Sí, mamá. Está bien.

The Devil with an Empty Heart ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora