¿Quién determina lo que está bien y lo que está mal?
¿Dónde están los limites del bien y el mal?
¿Hay alguien con la capacidad moral suficiente para juzgar nuestros actos?
Natalia veía llover desde la ventana de su habitación mientras se tomaba una suave taza de café. Las gotas de lluvia se precipitaban al vacío e impactaban contra el suelo de una manera violenta. Tal y como lo había hecho su corazón meses antes. Ciego de amor había subido a lo más alto y sin protección alguna había caído en picado con virulencia.
Las gotas de lluvia se transformaron una vez más en lagrimas desesperadas. Lágrimas que empezaban a cansar. Lágrimas que no dolían pero que no dejaban sanar.
Natalia sabía de sobra que lo que Miki había hecho no estaba bien. Que había jugado con ella como si de una muñeca de trapo se tratara para después humillarla y dejarla de lado. Pero solo podía acordarse de los buenos momentos. De todas la veces que le hizo reir y no llorar. Las veces en las que fueron felices juntos y no las veces que la hizo infeliz.
Y esa es una buena forma de saber que estás echando de menos a alguien.
Aunque echar de menos no siempre signifique querer que algo vuelva.
Con Miki había sufrido uno de los mayores vaivenes de su vida. Y de eso no podía culparle exclusivamente a él. Ambos eran personas con carácteres imponentes y cuando chocaban era como una lucha de titanes. Era como una guerra que no tenía fin. Una sed de lucha que no se saciaba. Pero como con toda droga sucede, ambos encontraban el modo de hacer que sus vidas se unieran de nuevo. Lo tóxico se convirtió en necesario. Eran adictos el uno del otro. Se necesitaban. Se buscaban. Se dañaban. Y vuelta a empezar.
En los días de lluvia todavía recordaba aquél momento.
Las cosas no habían ido muy bien últimamente entre ellos. Pero aun así apostaban por lo suyo. O eso creía Nat.
Habían discutido, apenas recordaba el motivo por el que lo habían hecho pero Natalia se dirigía a casa de Miki. Con decisión. Dispuesta a dejar de lado su orgullo. Ese orgullo que se aferraba a ella con uñas y dientes. No recordaba si hacía frío o calor pero sí las manos heladas metidas en los bolsillos. Siempre le sucedía. Siempre tenía las manos frías cuando se ponía nerviosa. Aunque fuera hiciera cuarenta grados.
Tocó el telefonillo. Damion fue quién contestó. Su voz era dura, grave. Cómo si no quisiera que Natalia subiera. Y no comprendió porqué hasta días después.
Subió pensando en las palabras que le diría. En la rendición que pensaba mostrar. Porque eso era lo que ella estaba haciendo allí. Rendirse. Rendirse ante él. Y no le importaba. Nunca importa humillarse si la razón siempre es el amor.
El corazón se le desbocaba. Se sentía ahogada, por falta de oxigeno y por exceso de sentimientos.
La puerta estaba abierta por lo que Natalia entró sin preguntar. Buscó con su mirada el pasillo del apartamento y lo surcó en busca de la habitación de Miki. La encontró casi al final del pasillo, con la puerta entreabierta.
Natalia pensó que tal vez se había quedado dormido.
Y lo correcto hubiera sido que se hubiera dado la vuelta y se hubiera ido a casa. Pero no lo hizo.
Optó por la opción erronea y abrió la puerta con decisión.
Estaba dormido. Sí. Pero no estaba solo. El cuerpo de una mujer yacía a su lado. Dormida. Con el pelo suelto, alborotado.
Es cierto eso que dicen cuando te rompen el corazón. Porque eso mismo es lo que sucede. El corazón se para unas milésimas de segundo para resquebrajarse trozo a trozo. Explotar en miles de pedazos distintos que solo con esfuerzo y tiempo son capaces de volver a funcionar.
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Cien maneras de mirarte
FanfictionSeguramente todos hayáis visto alguna vez un arcoiris. ¿Pero acaso sabe alguien donde empieza y donde acaba? Lo mismo pasa con el bien y el mal. ¿Quién pone los limites de lo que es justo y lo que no? ¿Quién tiene la capacidad moral para decirte si...