Capítulo 33

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Era el último viernes de Carlos en Madrid antes de irse a la convención de abogados de Barcelona con Soraya.

La idea seguía sin emocionar en exceso a Carlos pero había comenzado a asumir que no tenía nada que hacer para remediar aquello.

A su vuelta le esperaría la fiesta que él mismo se había encargado de organizar y que tan excitados y nerviosos tenía a Carlos, Julia y Marilia. En especial a esta última que sabía que se lo jugaba todo. Su libertad. Su vida. Y también la de todo aquel que la rodeaba.

Eran las ocho o tal vez las nueve de la noche. Carlos seguía en su despacho. Había ultimado con su padre todo lo que tendría que exponer una vez que llegara a Barcelona. El padre de Carlos sabía que a su hijo no le entusiasmaba demasiado el trabajo de la abogacía pero le notaba extremadamente serio, arisco a las palabras que él le refería, como si estuviese pagando con él alguna frustración ajena.

-¿Vas a contarme que te pasa?- Preguntó el padre de Carlos tras varias evasivas por parte del chico.

-No quiero hacer ese viaje.- Dijo tajante Carlos.

-Ya sabes que contra los deseos de tu madre ninguno de los dos estamos en disposición de hacer nada.- Dijo el padre de Carlos volviendo a sus papeles.

-No podrá controlar mi vida siempre.-Dijo Carlos que se sentía como un niño pequeño, aún a disposición de los mandatos de su madre.

-Cuando eras pequeño tu madre estaba empeñada en que fueras a clases de piano y de guitarra, y yo, yo estaba empeñado en llevarte a clases de fútbol. Las dos cosas te encantaban aunque llegaras a casa abatido y cayeras redondo sobre la cama. Siempre hemos muy opuestos en nuestra manera de educarte pero siempre hemos querido lo mejor para ti. Los dos.- Explicó el padre de Carlos mirando a su hijo.

-¿Y Soraya es lo mejor para mí?- Preguntó irónico Carlos. El padre de Carlos cogió aire y chasqueó la lengua.

-Si eso es lo que verdaderamente quieres, entonces sí, lo es.- Dijo con un semblante empático.

Carlos pensó durante un tiempo las palabras de su padre. No negaba que Soraya fue alguna vez todo lo que Carlos deseó y que con nadie más que no fuese ella fue más feliz. Soraya era indudablemente lo que a ojos del resto del mundo más le convenía a Carlos.

Cuando Carlos salió de su despacho contempló que el resto de los despachos ya tenían las luces apagadas y las estancias vacías. Todos los despachos excepto uno. El de Julia.

Se acercó a él y sin entrar observó desde el silencio del pasillo como Julia leía un informe mientras se mordía el interior del labio. Tenía el pelo medio recogido con una pequeña goma aunque varios mechones caían en cascada por encima de su frente.

Estaba tan guapa cuando se concentraba. Cuando dejaba que la naturalidad se apoderara de ella todos sus movimientos se colmaban de gracia.

No supo cuánto tiempo pasó allí, contemplando la mitad de su cuerpo a través de la mesa del despacho. Ni siquiera ella advirtió de su presencia cuando el chico dio unos leves golpes en la puerta de su despacho.

-Juls...- Susurró Carlos tras abrir la puerta de cristal de su despacho. La morena alzó la vista para observar la cara de su asaltante y al comprobar de quien se trataba esbozó una leve sonrisa.

-¿Has terminado ya? - Preguntó amable Julia.

-Sí.- Respondió Carlos acercándose a su mesa.

-A mi aún me queda papeleo que firmar.- Resopló Julia haciendo que varios mechones que caían sobre su cara volasen levemente.

-Déjalo para mañana, ven a cenar conmigo. Yo invito. - Pidió el chico. Julia alzó la cabeza y lo miró con cierta sorpresa. No dijo nada, se mantuvo callada contemplando su semblante hasta que este volvió a hablar.- Por favor.- Y aquello fue lo último que a la chica le hizo falta para aceptar la propuesta del chico.

Cien maneras de mirarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora