Capítulo 65

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Esperanza.

Todos la tenemos. Aunque la hayamos perdido miles de veces la esperanza se aferra a nosotros con uñas y dientes.

Pero figimos no tenerla. Para protegernos a nosotros mismos.

Cuando compramos un décimo de lotería siempre decimos, "Total, si no me va a tocar" pero cuando los niños cantan los números el 22 de diciembre, la esperanza asoma la cabeza y bombea a toda velocidad la sangre de nuestro corazón. Pues en ese momento creemos tener más posibilidades que ninguno.

Pero no creáis que la esperanza sólo nos hace pasar una mala jugada.

También es la misma que no deja que nos acostumbremos a lo malo. Que no nos hundamos en la miseria y sepamos siempre como resurgir.

Porque sin esperanza no hay vida, no hay manera de seguir.

Y es que la esperanza no nos delimita. Nos deja volar libres, creyendo que todo en esta vida es posible. Porque se nos hace más verosímil pensar que cosas buenas van a pasar en nuestra vida.

Inglaterra era frío. El verano, el otoño, la primavera, el invierno, eran todos iguales bajo el amparo de la lluvia y el frío.

Carlos había tratado de hacer de aquel lugar su propio hogar. Pero a quien iba a engañar, no podía ni tampoco quería.

Su hogar estaba en Madrid.

Aunque ahora estuviera deshecho. Y ya nada fuera real. Nada. Ni siquiera sus padres.

Podía ver desde la última planta de su edificio a las personas correr en la calle con sus paraguas negros. Como pequeñas motas de polvo. Sorteando los charcos, evitando las salpicaduras del agua provocadas por los coches que circulan a gran velocidad en las carreteras.

Y no veía a esa gente como iguales. Nada tenía que ver la distancia o superioridad con la que les veía desde aquella vigésimo cuarta planta. Era él, y su imposibilidad de integrarse.

Podría haber vivido allí toda la vida si hubiera querido.

Unos suaves golpes en la puerta de su despacho le hicieron despertar de sus sueños.

-¿Carlos?- Era Soraya.-¿Qué es eso que dicen que tienes una reunión con Michael en diez minutos?- Preguntó extrañada.

-Voy a renunciar Soraya.- Dijo Carlos apartando la vista de los ventanales y fijándola en Soraya.

-¿Renunciar? ¿Es que acaso te ha propuesto un trabajo mejor?- Preguntó la morena que seguía sin comprender nada.

-No, renuncio de mi trabajo, me voy.- Dijo Carlos sentándose en su silla.

-¿Que te vas?- Preguntó la morena acercándose a la mesa.-¿A dónde?-

-A España.- Dijo el chico.

-La has visto, te dije que no la vieras Carlos joder.- Dijo la chica dando un golpe sobre la mesa.

-No es por ella Soraya.- Respondió Carlos acariciándose la barba.

-¿A no? ¿Y qué otra cosa puede ser?- Dijo Soraya cruzada de brazos.

-Es complicado.- Dijo el chico que ni siquiera él sabía cómo expresarse.

-Creo que me merezco esas explicaciones.- Siguió apretando las tuercas Soraya.

-Tengo una hija.-

Y aquello provocó el estallido en carcajadas de la morena.

-Lo digo en serio Soraya.- Repitió Carlos.

Cien maneras de mirarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora