Capítulo 41

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No.

No sé cuantas veces te lo habrán dicho, pero no.

Ni lo poco gusta y lo mucho cansa, ni el sexo estropea la amistad, ni hay mal que por bien no venga, ni el dinero da la felicidad. 

Todo, todo ello son excusas para no atrevernos a hacer lo que en algún momento quisimos. Para escondernos detrás de las palabras por no poder arreglar las cosas. Por no poder cambiarlas. 

Porque mucha felicidad no cansa, porque cuando hay confianza el sexo no molesta, porque cuando estás hundido en la miseria no piensas que esas cosas suceden por tu bien, y no, el dinero no da la felicidad, pero todo es más fácil cuando tienes recursos para huir. 

Pero la barrera de los miedos, aquella que nos parece gigante e imposible de atravesar, sólo es un reto más que superar.

Y en la vida hay dos papeles.

El que construye muros, rodeándose, protegiéndose del resto del mundo, y el que se pasa la vida destruyéndolos.

-Parece una buena chica.- Dijo el padre de Carlos apoyándose sobre el mural de piedra del jardín sobre el que Carlos descansaba su cuerpo mientras se ventilaba un cigarrillo.

El tiempo había dado cierta tregua esa noche. Las gotas aún resbalaban sobre las ojas verdes de las plantas mezclándose con el rocío.

El viento era frío, cortante, y la llegada del invierno, inevitable.

-Lo es.- Dijo Carlos exhalando el humo de su boca, mezclándose con el vaho por la diferencia de temperatura.

-¿Y entonces?- Preguntó el padre de Carlos girándose para mirar a su hijo.

-Entonces nada papá.- Dijo Carlos tirando el cigarro casi consumido.

-Hijo, guardarse las cosas no es una buena idea, porque una vez que las guardas, nunca sabes por dónde van a salir, ni como .- Le aconsejó su padre que se impulsó contra el muro para alejarse de nuevo.

-Papá.- Le llamó Carlos al ver que su padre se alejaba.

El padre de Carlos se giró sobre sus talones y metió las manos en los bolsillos de su fino pantalón de traje.

-¿Por qué ella?- Preguntó con la voz cortada Carlos. Y el padre del chico comprendió a la primera a lo que se refería su hijo.

-Cuando Soraya se fue, perdiste algo más que su compañía. Dejaste que se llevara lo más valioso de ti. Lo único que no engaña. Tu mirada. Pensabas que tu madre y yo no nos daríamos cuenta de lo que estaba pasando en tu vida, a base de engaños y mentiras. Pero tu mirada se había vuelto hostil, inhóspita.- Carlos fue consciente de golpe de lo cerca que sus padres habían vivido aquella ruptura y lo conscientes que habían sido de su dolor.- Y mírate. No hay ni un solo rastro de esa hostilidad. Ella te hace mejor persona Carlos.- Dijo el padre del chico sincerándose.

-¿Nunca has sentido que por estar con mamá estabas haciendo daño a otras personas?- Preguntó Carlos para sorpresa de su padre.

-Hijo, en esta esta vida hay que tomar decisiones que no siempre van a beneficiar a todos.-Dijo el padre de Carlos para esta vez sí, dejar a Carlos sólo con el eco de sus palabras.

Los padres de Carlos habían organizado una cena en su casa. Querían celebrar el vigésimo aniversario de la empresa y tener una excusa, así, para montar de nuevo una fiesta.

Y Carlos no quería desaprovechar aquella oportunidad para que sus padres conociesen a la que ahora era dueña de su corazón. Pero ni siquiera se atrevía a preguntárselo, a decirle que aquello era una manera de hacerlo oficial. No después del fracaso en casa de los padres de ella. Y por eso, lo que era una presentación en sociedad, llegó enmascarada de una reunión de amigos.

Cien maneras de mirarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora