Capítulo 32

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Hacía varios días en los que Julia no era capaz de conciliar el sueño. Y las pocas veces que lo lograba como castigo la azotaba una de sus pesadillas.

No era la primera vez que Julia se despertaba alterada entre sudores fríos. Pero sí la primera vez que aquellos sueños se perpetuaban.

Dave, que aún compartía cama con la morena, no pasó inadvertidos ninguno de sus sobresaltos y aunque no hacía preguntas, sabía que algo estaba pasando con la chica.

Se despertó de golpe dando un patada con la pierna buscando un soporte como si se estuviese cayendo al vacío. Le costó largos segundos habituar su vista a la claridad de los fluorescentes.

Le dolía la espalda y también el cuello. Y es que se dio cuenta de que se había dormido sobre una silla. Con el bolso aferrado a sus manos y los brazos cruzados sobre su pecho reguardándola del frío.

Miró a su alrededor y vio que el resto de sillas estaban vacías al igual que todo el pasillo.

Al fondo, una mujer gorda con unas toscas gafas marrones leía una revista pasando las ojas a toda velocidad mientras se humedecía el dedo anular para pasarlas con mayor facilidad.

Se acomodó en el asiento y miró su móvil. Sólo habían pasado diez minutos. Se frotó los ojos y observó con detenimiento como una chica joven de pocos años más que Julia, tomaba asiento frente a ella. Llevaba un cochecito de bebé azulado  y tras mecer varias veces el cochecito del niño se apoyó sobre la silla y sacó el teléfono móvil.

Aquella mujer tenía los ojos ojerosos, como Julia, y la tez blanca y pálida. Pero en su mirada algo brillaba. Como si todo aquello le compensara por algo. Y entonces el llanto del bebé despejó las dudas de Julia. Al cogerlo en brazos, Julia pudo contemplar la manera en la que aquella mujer miraba a su hijo, como si fuera capaz de interponerse entre él y una bala, era la conexión más fuerte que Julia había visto nunca. Y al entrar en contacto con la mirada de su madre el niño se calmó y siguió durmiendo, con la tranquilidad de saber que estaba en las mejores manos.

Julia suspiró. El olor de esterilización y látex inundó sus fosas nasales e hizo que la chica arrugáse la nariz. Estaba impaciente por los resultados que llevaba más de media hora esperando por conocer.

La planta de ginecología y maternidad fue llenándose poco a poco de madres primerizas, lactantes y mujeres en avanzado estado de gestación.

Julia se sintió abrumada y fuera de lugar, como si todo aquello no le perteneciese a ella. Y el resto de mujeres la miraban con cierta sororidad, tal vez como si aquella fuese la mirada que ellas esperaron recibir alguna vez.

A Julia se le encogió el estómago y se le hizo un nudo. Por primera vez se contemplaba posibilidades que hasta el momento nunca habían cruzado su mente.

Y entonces la ginecóloga salió de la consulta y Julia no dudó en acercarse a ella con el fin de despejar sus dudas de una vez por todas.

-Doctora, ¿Tiene ya los resultados? - Preguntó Julia con cierta impaciencia.

La mujer la reconoció al mirarla y rebuscó entre sus papeles el nombre de la paciente.

-Déjeme mirar un segundo.- Dijo la doctora alzando un dedo mientras murmuraba por lo bajo algún que otro nombre hasta dar con el que estaba buscando.- Bien, aquí está. - Dijo deteniendo su dedo en el nombre que estaba buscando.- La analítica revela un embarazo de unas tres o cuatro semanas y el ultrasonido advierte un latido fuerte y claro, todo está dentro de los valores normales. - Dijo la doctora sonriéndola amablemente. Julia se quedó blanca, su piel adoptó la tonalidad de la mujer que había visto con anterioridad acunando a su hijo. Por un momento Julia se quedó pensativa. No sabía si era por las escasas horas que Julia había dormido o si fue el desvelo de algo que ella ya sabía. Y no quería juzgar como sabría que harían muchas otras. No quería pensar que había perdido su juventud, que se había sacrificado por algo que llegaba en un momento que no era el suyo. Que condenaba su vida a otra.

Cien maneras de mirarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora