CAPÍTULO 51.

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CAPÍTULO 51 :

Isaac  me había propuesto ir a ver una exposición de los hermanos Van Eyck, unos pintores flamencos que pertenecen a la etapa gótica. Hacía años que soñaba por ver uno de sus pinturas, sobre todo la de Jan Van Eyck. Estos pintores los había descubierto en clase de historia del Arte, una de mis asignaturas preferidas.

- ¿Cómo sabías que me gustaban?- le pregunté.

- Hace poco subiste una foto de una obra de ellos, solo supuse que te gustaría. - respondió.

- Me encantan.

La cita se basó en ver cuadros y comentarlos juntos. Llegó el momento de ver mi pintura, sin duda, favorita. El matrimonio Arnolfini, lo que de verdad me gustaba de la imagen no era la historia que representaba, sino la perfección en la técnica. De este cuadro destacaba sobre todo la representación del perro o los miles de detalles ingenuos del mismo, como  por ejemplo, las  referencias a Santa Marta, la única vela que representaba la luz divina,  el espejo convexo, la firma que decía algo como “Jan Van Eyck estuvo aquí”  y muchos más.
- Me gusta. - dijo.

- ¿A qué sí?- le pregunté-Tiene una técnica increíble.

- No me refería a eso- rio.

- ¿Entonces?

- Me gusta estar aquí contigo, verte feliz, relajada.- ya sabía por donde iba y no sabía bien si me espantaba o no- Me gustas mucho Eva. - y como  decía mi madre, no tenía que hablar para saber que estaba pensando, mi cara era el reflejo de mis pensamientos.- Tranquila, no te estoy pidiendo salir, aún no. Creo que debemos conocernos un poco más. Quiero que me conozcas, que sepas como soy y después puedes salir conmigo o no hacerlo, pero primero dame una oportunidad.

- Claro- dije simplemente, pero, ¿era simplemente?

El resto de la cita apenas le hacía caso, solo asentía. Mis pensamientos en realidad estaban en otro planeta. Aún no estaba segura de querer tener una relación junto a otra persona. Aún no me sentía preparada, no para subir al último piso y después caer precipitadamente.

En casa seguía pensando en lo mismo. Tal y como  había hablado con el Huracán Abraham, aún, aunque no quería reconocerlo, los destrozos del desastre eran notables a pesar de haber pasado casi un año. Yo me mentía a mi misma y a todos sobre el tema.  Decía que no me había molestado que estuviera con otra chica, pero si lo hacía. Y me molestaba más que la chica me caía bien, Martina era una chica adorable y buena. Abraham era un afortunado por tenerla junto a él.

Después de ese pequeño incidente en la casa del árbol, interrumpido por mi madre, estuve hablando con ella. Descubrí que ambas teníamos muchas cosas en común. Ella amaba los animales, sobre todo los perritos, para ambas, estos peludos con cuatro patas eran vida, fidelidad, pureza y alegría. Ella me habló sobre Laila, su perrita, me contó que amaba verla al llegar a casa, cuando movía la cola de felicidad. Que si había algo que ella adorara era eso, pasar tiempo con Laila. Ella era su amiga, su compañera, su todo. Pero no todo fue bonito, hace un tiempo viajó sin billete de vuelta y fue a conocer a los abuelos de ella, a un lugar tan único como es el cielo, un sitio lleno de brillos. Laila pasó a ser una estrella más de este gran universo.  Comprendí su dolor, ver volar a alguien que amas mucho, duele, duele demasiado.

No solo hablamos sobre ello. Estuvimos conociéndonos bien. Ella era una chica muy sencilla, le gustaba todo lo simple, lo relajado. Me estuvo contando como fue su infancia, sus gustos y como había llegado a la ciudad. Incluso me propuso ir juntas de compras, al cine o a cualquier lado. Obviamente, rechacé su propuesta, no me sentía cómoda saliendo con ella. No era una buena idea. 

Aunque mamá pensó lo contrario. Ya que ahora estaba preparándome para salir con ella a cualquier lugar.

-Está sola – dijo mamá- sal con ella,¿ qué puede salir mal? Se debe aburrir muchísimo en su casa. Por favor- suplicó- sal con ella.

No pensaba salir sola,así que llamé a Kora que vino en mi ayuda. Mientras hacia tiempo con las excusa de que me estaba preparando, a pesar de llevar cerca de quince minutos vestida, esperaba a mi amiga.
Fue escuchar el timbre y bajé corriendo las escaleras. Kora no era la que estaba apoyada en el marco de la puerta, ella no tenía esos brazos ni esos tatuajes.

-Eres tú- dije.

-¿ Esperabas a alguien?

- A ti no.

Martina al escuchar su voz salió al vestíbulo y le dio un rápido abrazo a Abraham.

-Gracias por traerme el monedero- le dijo.

- Pasaba por aquí, no me costaba nada. Bueno- me miró- tengo que irme.- Y mientras él se iba, Kora llegaba.

Menos mal que tuve esa gran idea. Que viniera Kora con nosotras había hecho que apenas se produjeran  esos silencios tan raros e incómodos. Ella era así, no se callaba ni debajo de agua, y eso estaba bien. Siempre había admirado esa fuerza que ella tenía,esa forma de revelarse al mundo ante cualquier situación que no le pareciera justa. Y si algo hay que destacar de ella, claramente, es su valentía ante todo, ante la vida, las injusticias…

Y precisamente fue ella quien decidió que lo pasaríamos mejor en el parque de atracciones que andando  por toda la ciudad de tienda en tienda. Así que montadas en el coche nos fuimos.
Kora no dejaba de tocar mi radio y me estaba poniendo nerviosa. Cuando empezaba una canción cambiaba sin dejar que terminase.

- Kora -le llamé la atención- para, me pones nerviosa y no puedo conducir.

- Perdón- dijo levantando los brazos en señal de aceptación.

Llegamos al parque y ya que era entre semana apenas había demasiada gente y por ello fue fácil encontrar un aparcamiento.  Y después de un rato esperando en la cola, compramos las entradas.

Ambas parecían unas niñas pequeñas. Estaban muy emocionadas por subirse en todas las atracciones. Parecía que nunca habían salido de sus casas y gritaban como locas y por ello la gente nos miraba raro.

- Nos subiremos ahí- señaló a una de las atracciones más rápidas.

- Ni loca- le contesté. Nunca me habían gustado estos lugares, solo venía por los puestos de algodón de azúcar, mi perdición.

- ¡Oh, venga Eva! - protestó Martina.- Lo pasaremos bien, te lo prometo.

-Tenemos un concepto muy diferente de lo que es pasarlo bien -contesté-para mí eso es todo lo contrario, es provocar al destino.

-  No vamos a morir ahí- dijo Kora- eso es un poco exagerado.

Y sí, obviamente no tengo ni idea de como he acabado subida a un cochecito, que parece poco estable,  con un cinturón más fino que el cable de mi cargador, al lado de dos locas. No lo sé. Sinceramente, no sé cómo he acabado en este lugar. Aunque hay algo que está claro: estás dos chicas son expertas en la técnica de la insistencia y en la de convencer. De eso no hay duda. Es paradójico, Abraham, el día que vino a casa y después vinimos al parque, intentó convencerme, pero no lo logró. En cambio, su novia si lo ha hecho. Que cosas tiene la vida.

No hace falta decir que estuve esos cinco minutos, que parecieron años, gritando como si me faltara la vida. De tal manera que al acabar tuve que buscar un baño todo lo rápido que pude.

La situación en sí era graciosa, mientras yo no dejaba de vomitar y de ver como todo daba vueltas a mi al rededor, ellas se comían mi preciado algodón de azúcar sabor fresa, mi preferido.

- ¿Podrás conducir?- me preguntó Kora. Asentí no muy convencida. Y es que cada vez que lograba mantenerme en pie unos segundos, volvía a vomitar.

Sabía que no había sido una buena idea lo de subir en ese monstruo, pero ellas habían insistido y para que dejaran de montar un espectáculo, acepté.

-  Puedo llamar a Abraham- dijo Martina- él puede recogernos.- Y aunque rechacé su propuesta, ahora estábamos las tres esperando a Abraham en la puerta del parque.


The Eva's ProblemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora