9.

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Los días pasaron y Adrián no volvió a aparecer por la casa. Los primeros tres días me tranquilizaba no tener que tener su presencia cerca o tener que verlo.

Mi corazón se desbocaba latiendo al pensar que tendría que enfrentarme a sus...cálidos ojos claros, su amabilidad... y su bonita sonrisa.

Luego esa paz se acabó. La semana iba corriendo y no había señales de Adrián. Julio tampoco mencionaba nada sobre él o su paradero, y yo prefería comer vidrios antes de preguntarle por la ausencia de su amigo. Además, seria sospechoso y catastrófico para mí, mencionar o preguntar por algún muchacho.

Ya estábamos a viernes y ya se me hacía muy raro que Ardían no se asomara ni a comer. Hoy mamá había hecho estofado de cerdo, el favorito de Adrián... y tuve la esperanza de que viniera, no sé porque o para qué, pero había una pequeña chispa  que...esperaba su presencia, pero tampoco apareció.

Debo reconocer que sentí como si mi corazón cayera desde un barranco, cuando vi a mi hermano entrando solo a la hora del almuerzo. Hasta sentí un poco de molestia.

¿¡Dónde estaba Adrián!?, hombre, pero si él y Julio eran como uña y mugre. ¿Qué estaría pasando?¿Adrián se habría disgustado conmigo...?¿Hice algo mal cuando me beso, acaso? ¿Lo hice?
Tal vez no debí cerrar los ojos...o no debí quedarme como una insulsa estatua, aunque... ¡Como saberlo!

—¿Y Adrián? —preguntó mi madre cuando ya estábamos todos sentados y sirviéndonos en la mesa.

—Está de viaje desde hace días—le respondió Julio engullendo un trozo de cerdo—. Ha tenido problemas con unos mercaderes de las afueras del pueblo, y como él es la mano derecha de su padre, ha ido a solucionarlos.

Di un respiro largo al oír eso.

—Ese muchacho es de los buenos—dijo papá sirviéndose una montañada de arroz.

Todos asintieron de acuerdo. Incluso yo.

—Ah, es verdad. Es una lástima que no esté. Se perderá su plato favorito—sopesó mi madre, pero siguió cortando la carne.

—No hay problema, mamá—dijo Julio dándole un beso grasoso en la mejilla de forma exagerada—. Yo me comeré su parte, y la de Emma si se tarda—bromeó haciendo como que se robaba un trozo de cerdo de mi plato, pero mamá fue más rápida y le pegó en la mano. Eso causo la risa de todos en la mesa... y por alguna razón desde que supe que Adrián tuvo que dejar de venir por negocios y no por mi culpa, me sentí mejor, hasta me volvió el apetito.               

*Sábado por la tarde*

Hoy tenía que ayudar  con los niños de la comunión.
Había estado desde la mañana en la iglesia, y le había dicho al padre Pedro que por la tarde le ayudaría a limpiar algunas estatuillas del santuario. Así qué había ido a casa a comer algo y asearme para volver. Mamá había terminado de cocer un vestido para mí, y como siempre no perdí oportunidad para ponérmelo. Me quedaba como tallado a mi cuerpo decía mamá.

La prenda era de color amarillo estampado, de cuello alto. Me gustaba...porque al igual que mis otros vestidos, mi mamá sabia como acentuar mi figura sin ser exagerada.

Julio me trajo de vuelta hasta el pueblo, y en todo el camino no paro de decir que:

—Papá te nota rara.

Una pequeña alarma se disparó en mi cabeza y recordé a Adrián.

—Yo siempre soy rara—murmuré en mi defensa medio encogiéndome de hombros.

—Eso le dije yo—me dijo mirándome tranquilo, cuando ya llegábamos a la iglesia—, pero ya sabes que él es muy paranoico contigo. Tiene miedo de que te guste algún bueno para nada en el pueblo y te desvíes de tu vocación.

—No hay por qué temer—espeté bajo—, dentro de unos meses me iré al convento y seré una religiosa. Sé que lo que papá en verdad teme es que me quede aquí más de lo necesario.

Julio asintió con la cabeza.

—Cuando las muchachas de tu edad empiecen a casarse y a tener hijos...

Lo interrumpí:

— Yo no lo haré. Me quedaré atrás, y las personas empezaran a murmurar sobre mí y la familia.

—Exacto. Y es lo que papá no quiere.

—Lo sé—dije resignada a mi suerte. Llegamos a la puerta de la iglesia y Julio me miró compasivo.

—Ojalá las cosas fueran diferentes para ti, Emma.

Apenas le sonreí.

— Ojalá —, ​y de corazón ​pensé : ojalá ocurriera un milagro y mi cuerpo pudiera sostener un bebé.

—Oye, quita esa cara larga—ordenó juguetón, pellizcando cariñosamente mi nariz—. Tú serás la que nos llene de orgullo por allá afuera.

Ahora si sonreí. No por lo que dijo, sino porque a pesar de todo, mi hermano trataba de darme ánimos. Echaría de menos eso de él.

—Ya tienes que irte—le dije, no quería ponerme melancólica en frente suyo—. No eres el dueño del hotel. Van a regañarte por llegar tarde.

—Nah, nada de eso. Adrián me da mucha confianza, y como él es el dueño y además mi amigo, no me dicen nada.

Mi ceño se juntó y crucé los brazos.

—Sí, pero no está bien que abuses de eso.

—Pero...

—Vete, Julio. No es justo que las otras personas estén trabajando y tú aquí, perdiendo el tiempo. Anda ya.

Julio se rio.

—Bien, bien, ¿Me esperas a eso de las seis para irnos justos a casa?

—No lo creo. Voy a terminar temprano aquí en la iglesia, y luego quiero pasar por la biblioteca. Ya no tengo nada para leer—le anuncie.

Julio rodó los ojos.

—Ya, tú y tus benditos libros—con eso se dio la vuelta para marcharse, pero al caminar unos pasos, se volteó y me dijo.

—Emma.

—¿Si?

—No hay nada de qué preocuparse ¿verdad?

Al principio no supe a lo que se refería, pero él se encargó de aclárarmelo.

—No te gusta ningún muchacho, ¿cierto?

Mi corazón me latió con fuerza al oír su pregunta y casi me estalló cuando inmediatamente pensé en Adrián. Hasta la voz se me perdió, de pensarlo...

—¿Emma? —llamó mi hermano, aguardando mi respuesta.

Negué con la cabeza y apenas le sonreí. Julio se vio aliviado y se marchó tranquilo hasta su trabajo. Juró que hasta lo oí silbar. 

Emma. A Solo Un Beso Del Pecado. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora