32. <<Emma>>

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Emma.

El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia. El amor no presume ni se engríe, no es mal educado ni egoísta, no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites.

Tenía que recordarme eso cada vez que pensaba en el futuro de Adrián y Romina, en que muy pronto…ellos serían unidos ante Dios, como uno solo.

Tenía que vivir con eso y con el hecho de que Adrián tenía un deber que cumplir.

Me hubiera gustado esperarlo y decirle que sentía muchísimo la muerte de su madre, y que comprendía su decisión.
Pero eso hubiera sido difícil. Difícil para él y difícil para mí.

Porque yo no dudaba de que Adrián me amaba, y de que llevar acabó la última voluntad de su madre, sería quizás lo más difícil que tendría que hacer hasta ahora.

Y justo por eso me iba.

Así no tendría que complicar nada para él. Porque mejor si no teniamos lugar a esos momentos incomodos, llenos de miradas torturadas, cuando nos encontremos.

Me iba al convento a tomar los votos religiosos. Eso era lo único que me mantenía cuerda y alejada de no hacer una locura. Algo como decirle a Adrián, que se quedase conmigo o que me obsequiara unas horas más a su lado, para amarlo una última vez.

Por suerte, me iba mañana. Así no iba a tener oportunidad de estropearle nada a mi amado.

A mi mente, vino el recuerdo de la vez que Romina me entregó su carta.
La carta donde me daba la fatal noticia. Y también fue entonces cuando ella me mostró el anillo que Adrián ya le había entregado.
Relucía precioso en su dedo.
Y sentí envidia.

No del anillo. Si no, de la fortuna que tendría Romina al compartir su vida, con un hombre maravilloso como Adrián.

Esa tarde ni siquiera termine de limpiar las estatuillas de la iglesia. Corrí a casa en llanto. Corrí queriendo morir en el camino.

Cuando llegué a casa… estaba muy aturdida, tanto que antes de entrar vomité, me sentía muy mal… probablemente correr como lo hice no fue bueno, con el sol de las tres de la tarde.

Mi cuerpo me temblaba y yo seguía vomitando, mamá salió a verme y se asustó al encontrarme en llanto y vomito.

—Dios mío, Emma. ¿Qué ha pasado? —dijo ayudándome.

—Me duele mucho, mamá—dije entre lágrimas e hipidos—, me duele tanto, que me quiero morir.

Mamá me miró preocupada y me toco la frente.

—Te ha empezado la fiebre, mi amor—murmuró acariciándome la cabeza—. Te va a venir el periodo.

Lloré más aún.

Ni siquiera podía desahogarme con mi madre acerca de lo que me sucedía.

No podía decírselo a nadie. Tendría que lidiar con esto sola.

—Vamos adentro ¿sí? —me dijo ayudándome a levantarme—, voy a prepararte algo para el dolor.

—Solo quiero dormir—susurré abatida.

Mamá me abrazó fuerte y con solo eso me eché a llorar de nuevo.

—Duerme todo lo que quieras, mi reina. Mamá estás aquí. Mami va a cuidarte hasta que te sientas mejor.

Abracé a mamá y vacié mi dolor sobre su pecho… por unos segundos, creí que ella sabía la causa de mi verdadero mal.
Que sabía que mi dolor se debía a una grieta que se había abierto en mi corazón. Pero eso era imposible. Tan imposible, como que yo me curará de este infernal dolor.

***

Al fin papá convenció a mamá de dejarme ir al convento.

Hoy estábamos comprando las ultimas cosas que me llevaría, ya casi caía la moche y el calor que azotaba el pueblo era fatigante e insoportable, aun cuando eran las siete de la noche, la piel ardía como si fueran las dos de la tarde.

—¿Julio vendrá a cenar? — me preguntó papá, mientras veíamos a mamá escoger unos zapatos, no muy lejos de nosotros.

—No lo creo—le dije abanicándome acalorada—, a mí me dijo que pasaría por la taberna y que no volvería temprano—resoplé—. Hace demasiado calor.

—Si. Es su época.

Asentí.

—¿Ya tienes todo listo?

—Sí, padre.

—¿Tu biblia?

—Llevo dos. La mía y la de Julio, por si acaso.

—Que bue…  ¿Estás bien, Emma? —interrogó ceñudo—, estas poniéndote color papel.

—Estoy bien— dije abanicándome más rápido, PORQUE NO ME SENTÍA BIEN.

—Debes estar así porque estos días ni has probado bocado. Estás hasta más flaca— me regaño.

Es que las penas que tenía se comían a mi hambre.

Y si, tenía mucha razón en que casi no probaba bocado. Eso me daba como efecto colateral, estar débil, somnolienta y con fuertes dolores de cabeza.

—Ya comeré, padre. No se preocupe.

—Eso espero. En el convento tienen que verte sana o te regresaran aquí… y eso es lo menos que necesitamos…

Mis ojos fueron perdiendo la visión y la fatiga se fue agravando hasta que sentí que el suelo ya dejaba de sostenerme por completo.

Cerré los ojos, justo al segundo que mi padre gritaba mi nombre y corría a detenerme para que mi cuerpo no se estrellará con el piso.

Emma. A Solo Un Beso Del Pecado. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora