Capítulo 31.

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Narra Sam

Apenas alcancé a tocar la puerta, cuando Lenna me permitió la entrada. Estaba allí de pie, con su cabello largo, su vestido perfecto en su cuerpo y su luminosa sonrisa. Me escabullí en la habitación, cerrando la puerta detrás de mí y no la dejé escapar o caminar más lejos. La atraje a mi cuerpo y la besé con pasión, como si estuviera a punto de morir y sus labios fueran la única medicina. Mis manos se deslizaron por la curvatura de su cintura, acariciándola de un extremo al otro sin detenerme. La tenía allí conmigo y me encantaba. En un impulso caíamos sobre la cama y mis labios bajaron con cautela hasta su cuello, el cual ella estiro un poco, dándome el permiso para continuar. Yo era consciente de lo que iba a pedirme mi cuerpo si seguíamos hacia adelante, entonces me detuve. Lenna me miró confundida, con los labios casi morados, sin entender mi repentino alejamiento. Su respiración estaba acelerada, al igual que la mía. Se veía siempre tan hermosa.

— ¿Hice algo mal?— preguntó con timidez. Yo sonreí. No era su culpa. Ella lo hacia todo bien, todo mejor.

—No, no es eso— negué. —Es que no quiero hacerte daño— dije con sinceridad, besé su frente y luego me dejé caer a su lado. Ella giró un poco para mirarme, y yo le acomodé algunos mechones del cabello detrás de su oreja. —Quiero decir, nunca te lastimaría pero... eres tú Lenna y quiero hacer las cosas bien contigo— no quería perderla. No quería que todo ocurriera demasiado rápido porque podría asustarla y entonces huiría de mí. Lenna se quedó unos segundos callada. La conocía. Sabía que a veces le costaba mucho expresarse y que la mayoría del tiempo elegía el silencio. Notaba cuanto disfrutaba al escucharme, pero cuando era su turno de decir algo era breve e incluso un tanto torpe, porque se enredaba en las palabras. Pero era adorable. En eso y en todo lo que hacía. Adorable suena demasiado cursi. Quizás, jodidamente tierna.

—Está bien. Tampoco quiero arruinar nada— se acercó y me besó en la comisura de los labios. Sonreí. —Pero quédate aquí esta noche— pidió. ¿Cómo negarme?

***

DÍA 2

El siguiente sitio en el que tocábamos, estaba a pocos kilómetros del anterior. Fue un viaje corto.

Ese día, antes del concierto por la noche, fuimos todos a recorrer la ciudad. Era un día cálido, ni si quiera corría viento y el sol resplandecía más que nunca. Almorzamos en un restaurante de la costa y luego fuimos a conocer el puerto. Lenna y yo caminábamos a la par. Moría por sostener su mano, pero diablos, era imposible hacerlo porque Zac estaba ahí, viéndonos. Tuve que resistirme. Miré el agua, los barcos y a Lenna, pensando en cuanto me gustaría irme solo con ella, a cualquier parte, al medio del mar, pero con la seguridad de que estaríamos tranquilos.

Después del puerto, fuimos por un helado. Anduvimos mucho tiempo bajo el sol y creo que los fuertes rayos de luz me afectaron de forma negativa. No lo sé, de niño siempre fui demasiado sensible a la hora de exponerme a la luz solar. Mi papá por supuesto fue incapaz de comprarme un protector o alguna cosa de esas, así que gran parte de mis recuerdos en verano son bajo la sombra de algún árbol. Ese día creí que no me afectaría porque aún no entrabamos en la estación más calurosa del año. Sin embargo, alcanzó para dejar un efecto en mí.

Llegué al hotel agotado. Estaba atardeciendo y en pocas horas teníamos que empezar con el concierto. Me acosté en la cama y supe que efectivamente había algo mal conmigo. Sentía frío, mi cabeza caliente y cansancio, más de lo normal.

Zac entró como veinte minutos después y también noto que no me veía bien.

— ¿Qué tienes?— preguntó.         

—Fiebre, me dio fiebre— respondí. —Necesito que consigas algo, lo que sea para que se me pase— agregué. Apenas podía hablar. Maldición, todo estaba mal conmigo.

My wonderwall.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora