El canto perdido

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Su vaso está medio lleno hitos inexplicables,
de conchas insufribles, de sales inefables.
Su jarra está vacía de ser secada al sol,
revolcada por el vidrio, rota por la arena.

Su taza tiene un hoyo, no, tiene dos,
que consumen y se hartan de la más grande posición.
El aludido en un juicio sin defensa frente al acusado,
el cielo se abre y caen los fuegos artificiales.

Golpean con fuerza, delicadas caricias,
directo a la taza, al vaso, a la jarra,
polvo de estrellas y sal de la tierra,
sirve de molde, es una quimera.

Enrosca sus escamas en la porcelana,
ruda, apacible, fiel,
traicionera de la esperanza.
Verdosas melodías de sus ojos violetas,
rosas que se desprenden como un perdigón en la caza.

Y hay diez, veinte, veintiocho caídos,
y hay cinco, cuatro, dos sin rostros, tres heridos,
trece sin piernas, cuatro apuñalados
y seis mutilados de alma y brazos.

Un campo de batalla aquel jardín,
donde flores se marchitan y crecen vidas,
donde son regadas, abonadas y olvidadas,
donde la cucaracha sirve de guardia.

En un reinado carente de métrica,
donde Darwin es el sucesor de la contienda,
donde todo es válido y los pies no son pisadas,
donde un recuerdo es lanzado al volcán del que aguarda.

Espera sentado en su trono de cristal,
espera a dictaminar la sentencia final,
espera, espera, se detiene y espera,
porque el vaso está vacío y nadie llega.

(The Writer)

¿Poeta, yo? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora