Un recuerdo vacío del pasado

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Una niña pequeña se asomaba desde una ventana como otros niños jugaban. Ella quería ir con ellos pero era muy tímida, temía que la molestaran por poder hacer magia, así que decidió quedarse observando.

Escucho una voz detrás de ella y sonrió, corrió a los brazos de su madre y está la cargo. La llevo a abajo y salieron al patio. Se sentaron debajo de un árbol mientras veían como jugaban otros niños. Su madre acariciaba su pelo mientras le brindaba una cálida sonrisa.

—¿No vas a jugar?— le dijo su madre.

La pequeña negó abrazandola fuertemente. La madre de la rubia sonrió. Un chico de unos 9 años se acercó a la rubia y le sonrió, la invitó a jugar pero esta sólo se aferraba más a su madre.

—No tengas miedole dijo y la pequeña lo miró con un poco más de confianza.

Dejo de abrazar a su madre y miró la mano extendida del niño. Se acercó a él y tomó su mano lentamente. El niño sonrió y la llevo con los demás. La madre de la rubia sonrió viéndolos jugar; tan sólo eran dos niños con una corta diferencia de edad.

Después de eso, la madre de la rubia la llevaba todos los días a aquel parque; la dejaba jugar con aquel niño que ahora era su amigo y a veces lo invitaba a comer con ellas. Diana y Ezra eran inseparables. Diana quería mucho a aquel niño, era su único amigo y no le importaba, ya que era el único que necesitaba. Ezra también quería a Diana, a aquella tímida niña que sólo hablaba con él.

En algún momento la rubia se encontró sola, rodeada de niños que se burlaban de ella por saber magia, niños tontos que no eran corregidos por sus padres.
Pero llegó, él llegó. Ezra alejó a todos esos niños y le sonrió a Diana, quien estaba a punto de llorar. Acarició su cabeza y le dijo:

Estarás bien. Estoy aquí.

Aquellas palabras quedaron grabadas en la mente de la rubia y aunque en algún momento las olvido, Ezra siempre estuvo ahí para repetirselas.

Fue así hasta que un día; Diana esperaba impacientemente a su amigo, pero él jamás llegó. La madre de la rubia poco después se enteró que el niño había muerto a manos de una bruja dedicada a la magia negra. No sabía cómo decirle a su hija que su único amigo había muerto. Pero no era necesario, la rubia había escuchado todo, escondida debajo de la cama de su madre.

La rubia y su madre fueron al funeral del chico. Diana veía como la madre de su difunto amigo lloraba desconsoladamente sobre la caja en la que yacía muerto. El chico de 12 años ya no estaba. Diana sólo tenía 9 años, no sabía por qué su amigo estaba ahí, no entendía por qué.

Las lágrimas de la pequeña corrían por sus mejillas mientras abrazaba a su madre.

Pasaron semanas; ya ninguna persona del pueblo recordaba a aquel joven. Sólo Diana, quien a veces tenía pesadillas en las que aparecía su amigo diciéndole que mataría a su madre, a la única persona que tenía. Su madre la consolaba diciéndole que no era verdad, cuando en realidad lo era.

SOLO A MÍ   [EDITANDO] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora