Capítulo 16

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Días difíciles

Había juntado un poco más de dinero trabajando en un pequeño Hotel de la Ciudad. La plata le sirvió para pagar un poco más de comida y otro poco lo guardó para la próxima paga del departamento. Había decidido buscar trabajo en el conocido hospital de la Ciudad The Children's Hospital Pittsburgh ubicado en Penn Ave, sabía que allí podía desempeñar bien su labor de enfermera y con lo mucho que quería a los niños sería una experiencia maravillosa. Portaba su documentación que la acreditaba como enfermera graduada. Al ver el imponente edificio de paredes blancas sintió mucha emoción de poder volver a ejercer anteriormente habia decidido hacerlo en Chicago, pero lo ocurrido recientemente no le era posible. La oficina de admisión pulcramente limpia, los pasillos, el olor a antisépticos y alcohol le fascinaba, todo eso le recordaba sus días en el hospital Santa Juana cuando al salir cada día del enorme edificio ese olor aun seguía impregnada en su uniforme. La señorita en el escritorio le vió llegar y Candy solicitó la información que necesitaba.

-¡Lo sentimos mucho Señorita!, por ahora no tenemos espacio, pero si gusta tomaré sus datos y dirección.

-No importa si no hay vacantes para enfermera, puedo realizar cualquier trabajo de lo que sea, no me importa, necesito trabajar.

- ¡lo siento!

Salió con su semblante tan pálido como un papel. Se sentía mal, mareada y hambrienta. Tuvo que regresar al pequeño lugar donde tenía un poco de comida. Unos trozos de queso y unos pedazos de pan, con algo de cereal era lo único que cubría su alacena. Sentía mucha tristeza por todo lo que estaba pasando, pero no podía volver y tampoco le pediría ayuda a Albert. No lo arrastraría a la consecuencia de sus actos, sin duda le ayudaría sin pensarlo dos veces, pero quería medir la capacidad de salir adelante sola. Recordó a su amigo y cubrió su rostro dejando caer sus lágrimas en el hueco de sus manos. También lloró al recordarlo a él. Sintió odiarlo, pero no podía negar que lo seguía amando con toda su alma.

El sueño y el cansancio la venció hasta el día siguiente, tenía que volver al hotel a su trabajo al menos le daba le daba para recoger un poco más. El problema era que si pagaba el alquiler no le quedaba suficiente para comer y si lo gastaba todo en comida, no tendría donde dormir.

Los días transcurrían y candy llevaba un poco más de un mes sola en esa Ciudad. Su jefe en el área del hotel era un tipo raro cuya mirada a Candy le intimidaba mucho. Varias veces se topó observándola fijamente.

-Bueno días a todas

-Buenos días Señor McAllen- las mujeres habían sido reunidas para darle orientaciones de trabajo- El día de hoy esperamos visitas importantes así que tienen que dejar las habitaciones relucientes porque no quiero quejas... ¿Entendido?

-Entendido Señor- contestaron al unísono

-¡Pueden retirarse!- menos tú,- dijo señalando hacia donde se encontraba Candy- Necesito hablar contigo.

Tenía temor a ser despedida y un escalofrío recorrió su cuerpo cuando el hombre descaradamente y con desfachatez la miraba de pies a cabeza – viéndote muy de cerca, realmente muy bonita, pero te ves muy pálida y muy delgada...pero eres muy bella. Tienes unos ojos preciosos y una figura...atractiva- dijo mientras caminaba alrededor de ella- ¿No te gustaría cambiar de trabajo, digo ganar un poco más de dinero? Tu suerte puede cambiar claro que si lo deseas.

-¿Ganar más dinero?...Bueno claro que sí Señor, solo dígame que trabajo debo hacer.

-Solo ser amable....

-No le entiendo Señor McAllen- tembló al sentir su mirada llena de morbo- ¿Ser amable?

-Sí, tú pudieras tener todo lo que quisieras si tan solo te muestras amable con cierto amigo y por supuesto conmigo- mostró vulgarmente su lengua- Eres hermosa, muy bella y esto sería un secreto entre nosotros...¿Qué dices preciosa?- el gesto le produjo ganas de vomitar en ese instante de solo pensar lo que ese asqueroso hombre le estaba proponiendo.

Vuelve  a mis brazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora