Punto y Final.
Meses después
Agustín
Emilio aparece de repente, en realidad no lo esperaba. Se sorprende cuando ve a Amelia.
— Hola. —la saluda.
— Hola. —le muestra una sonrisa.
Emilio hala una silla y se sienta a lado mío. —podemos hablar—. Me murmura.
— Claro.
Miro a Amelia, no tuve necesidad de decirle nada. Solo asiente.
— ¿Qué paso? —le pregunto cuando estamos un poco lejos de Amelia.
— ¿desde cuándo te hablas con Amelia?
— Ya hace unos meses.
Emilio abre la boca y los ojos.
— ¿Y por qué yo no lo sabía?
Me alzo de hombros.
— No tuve tiempo. —me excuso.
— ¿No tuviste tiempo? ¿Esa es tu escusa?
— Sí.
La verdad ni yo mismo se porque no le dije. Si quise decirle, pero no me atrevía, y eso es muy raro, yo siempre le cuento todo a él.
— ¿Qué estás esperando?
— A Susan.
Emilio quita la vista molesto.
— Necesitamos hacer la tarea, no quiero fracasar por tu culpa.
— Cálmate, haz tu parte y yo hago la mía y eso es todo.
Emilio me mira y no dice nada. Pasan unos segundos entonces dice.
— ¿Qué dice Susan?
— ¿Qué dice de qué?
Emilio se cruza de brazos y mira en dirección a Amelia.
— Hemos tenido varias peleas.
— Como siempre.
— Así es.
— ¿Te cela?
Asiento.
— ¿Por qué?
También me cruzo de brazos.
— Dice que ella siempre ha estado enamorada de mí, y que solo es una mosca muerta.
Emilio deja salir una risa.
— Pero si Amelia es un pan de Dios.
Me alzo de hombros. —es la opinión de Susan.
Emilio sigue riendo.
— Tu novia está loca.
— Emilio...
— Ya está bien, mejor me voy.
Asiento.
Emilio va hasta Amelia y se despiden.
— Disculpa, ese hombre siempre es impertinente.
— No te preocupes.
Amelia y yo hablamos muchos, demasiado diría yo. Después de un tiempo fuimos hasta el pasillo de medicina y pasa lo monótono. Cada uno se va con su pareja.
Amelia
Espero que me abra la puerta, pero no lo hace. Esperaba que lo hiciera, en verdad lo esperaba. Abro la puerta y entro al carro, esperaba que Edward me llevara rápido a mi casa, pero Edward ni siquiera ha encendido el auto.
Escucho su respiración agitada, conozco esta actitud que tiene, la conozco muy bien.
— Amelia.
Su voz hace que me erice, es muy calmada, es muy suave, esa voz no es de Edward, no del que yo conozco.
— Quiero la verdad.
La pregunta que más me ha preocupado en estos 5 años que llevo con él ha llegado, la ha hecho, por segunda vez lo ha hecho, después de mucho tiempo lo dice. Sé que lo estuvo guardando por mucho tiempo y ahora es que la hace.
— ¿Qué es lo que exactamente quieres saber?
Él se acomoda en su puesto y me mira, sus ojos se conecta con los míos. Y ahí lo veo, ahí me veo, ahí veo que quiere la verdad, que de verdad quiere la verdad. Edward es un hombre muy fuerte, pero la vida lo ha tratado de la mierda.
— ¡Habla! ¡Por el amor de Dios, habla Amelia!
Alza su voz. Muy poca veces lo hace. Ni cuando discutimos lo hace, cuando estamos peleando en vez de responderme se calla, se calla y se va.
— Te quiero. —le digo en un susurro.
— La verdad Amelia. —susurra.
— Te quiero, de verdad lo hago. Pero lo quiero a él, también a él.
Edward cierra los ojos y asiente.
— No sé cómo olvidarlo, —sigo—, he intentado, nunca antes he intentado algo tanto tiempo, he intentado no verlo, no hablarle, mantenerlo lejos de mí, mantenerlo lejos de nosotros, he intentado que no me afecte su presencia, —cierro los ojos—, pero es imposible, siempre ha sido imposible.
— Él ni siquiera te veía.
No sé si lo dijo como una pregunta o solo lo dijo.
— Él no podía resistencia, no me hablaba, no me miraba, no se acercaba a mí, no hacía nada. Lo más triste de todo esto, es que yo me enamore sola. Me enamore y a él nunca le importo.
Cuando abro los ojos, Edward me está mirando. Él me agarra las manos y la aprieta un poco.
— Lo que más me duele de todo esto, —me mira a los ojos—, es que yo lo sabía, siempre lo he sabido, y aun así no daba mi brazo a torcer, aun así insistía en algo que era imposible.
— Lo siento...
— No, —me interrumpe—, lo siento yo, yo deje que esto pasara. Pero lo que más rabia me da. —suspira—. Es que, él está estúpidamente enamorado de Susan, está estúpidamente enamorado... igual que yo.
Sus palabras me duelen, me duelen porque sé que son ciertas, sé que todo eso que está diciendo es verdad.
— Solo quiero decirte, —ahora yo aprieto más nuestras manos—, que nunca mentí, yo te quiero y que si me pones a elegir está más que claro que te elijo a ti.
— Por qué no puedes tenerlo, —ríe—, así quien no, verdad.
Me sorprende que su sentido del humor este intacto, o eso quiere aparentar.
— ¿Me bajo?
— No. —niega.
— ¿Por qué sigues siendo bueno?
Él se alza de hombros.
— ¿Pensabas que te iba a echar de mi carro? No Amelia, todavía te amo, y por eso te llevare a tu casa. —me guiña el ojo.
— Eres un hombre increíble, y la gente piensa que eres una mierda de persona.
— ¡hey! No le digas lo contrario, no arruines mi reputación por favor.
Rio.
— Tranquilo, tu secreto está a salvo conmigo.
Lleva mis manos a su boca y las besas.
— ¿Punto y final?
— Punto y seguido.
Entonces arranca el carro y nos vamos.