Capítulo 4

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Los días habían pasado rápidamente en Hogwarts, y Harry, después de haber estado evitando a sus amigos por una semana, había decidido dejar de comportarse de manera tan infantil y enfrentar lo que le tocaba en la vida. ¿Sus amigos no le aceptarían si descubrían su secreto? Posiblemente, pero no sucedía aún, así que no tenía por qué preocuparse, disfrutaría el tiempo que estuviera con ellos tal como le conocían, y después ya vería.

   Lo único que le hacía querer volver a ocultarse de sus amigos era el hecho de que Ron todo el tiempo le estuviera hablando de las chicas de Hogwarts. No que no lo hubiera hecho antes, pero ahora parecía poner mucha más empeño; incluso hasta le preguntó si no pensaba volver con Cho, pese a lo que la chica había hecho el curso anterior. Y eso sólo demostraba qué tan desesperado se encontraba de conseguirle una novia a su amigo para asegurarse que no se estuviera “desviando” del camino.

   Lo que Ron no sabía, y que Harry nunca pensaba decírselo (a nadie en realidad), era que nunca le había gustado Cho; de hecho el día que la chica le había besado en la Sala de los Menesteres estuvo a punto de salir huyendo de allí, y si aceptó salir con ella fue únicamente para no herir sus sentimientos. Pero no era algo que volvería a repetir, nunca más si podía evitarlo.


   Esa mañana de principios de diciembre había amanecido agradablemente soleado y cálido, algo completamente extraño dado la época del año, pero bienvenido por todos ya que ese día jugaría Gryffindor contra Slytherin en un juego muy importante antes de las vacaciones de Navidad.

   Harry y Ron se dirigían a desayunar casi a la carrera, estaban llegando tarde por culpa de que Ron había tenido uno de sus acostumbrados ataques de pánico ante el inminente partido, y le llevó a Harry bastante tiempo poder calmarlo.

   Cuando entraron al Gran Comedor fue imposible pasar por alto el ambiente silencioso del lugar, algo para nada normal antes de un partido Gryffindor – Slytherin.

-¿Qué sucedió? –Preguntó Harry a Hermione mientras se servía jugo de calabaza, su estómago estaba bastante cerrado para recibir otra cosa por el momento.

-Secuestraron a Narcissa Malfoy –susurró la chica como respuesta, alcanzándole El Profeta donde en primera plana aparecía la foto de la mujer con un gran titular.

   Harry leyó el artículo rápidamente, preguntándose por qué ese hecho había afectado tanto a todos en Hogwarts, dado que Narcissa Malfoy era acérrima aliada de Lord Voldemort, seguidora de sus ideales de exterminar a los nacidos muggles, casada con un (más que reconocido) mortífago. Entonces, ¿por qué parecía como que a todos les doliera la noticia de su secuestro? Entendía a Malfoy y compañía, ¿pero el resto? 

   El artículo no decía mucho del hecho, sólo ponía que “la señora Malfoy se encontraba haciendo sus compras navideñas en el Callejón Diagón, cuando fue interceptada por dos personas encapuchadas, quienes la desmayaron y desaparecieron con ella dejando atrás la varita de la bruja, muy seguramente para evitar el que se los rastreara. Todo había pasado tan rápido que nadie podía dar más datos sobre lo sucedido”.

   Harry volvió a leer el artículo una vez más, y entonces cayó en la cuenta: El silencio en el Gran Comedor no se debía a que todos estuvieran asustados por el porvenir de Narcissa Malfoy, sino por las consecuencias que ese secuestro traería, ya que era más que seguro que Lord Voldemort no dejaría pasar fácilmente ese hecho cometido contra una de sus seguidoras, no porque se preocupara por ella realmente sino que sería una buena excusa para atacar.

-Sólo nos queda esperar y ver qué sucede –suspiró Hermione como si se hubiera dado cuenta que Harry había llegado al mismo razonamiento que todos los demás.

   La hermosa mañana que garantizaba un gran día por delante, había quedado completamente arruinada.


******

  -Ya todo está preparado –indicó Albus Dumbledore.

   Hablaba sin su característico tono jovial que siempre utilizaba con sus visitas. Claro que no podía decirse que esta visita hubiera sido de índole amistosa o siquiera social; Lucius Malfoy había ido al colegio a retirar a su hijo Draco antes de las vacaciones de Navidad, dado el reciente secuestro de su esposa.

   Dumbledore lo había estado observando durante el tiempo que estuvieron esperando hasta que Draco hubiera terminado de arreglar su baúl para marcharse, y había notado la preocupación del hombre pese a que se mantenía con su aire frío y aristócrata de siempre. Malfoy no podía ser considerado como una persona con escrúpulos, no cuando era un mortífago desde su más temprana juventud, pero verlo en esas circunstancias a Dumbledore le había causado cierta compasión.

   Draco fue el primero en tomar los polvos flu para entrar a la chimenea con su baúl una vez que el director le indicó que estaba habilitada la conexión con la Mansión Malfoy. Dumbledore sabía que había sido un movimiento muy arriesgado permitir esa conexión en primer lugar, pese a que comprendía la situación, no podía arriesgarse mucho sabiendo quién estaba hospedado en esa mansión; pero después de las medidas de seguridad que había tomado decidió permitirlo únicamente por escasos minutos, por lo que había sido habilitada cuando Draco ya estuvo allí y sería desconectado ni bien Lucius pasara.

   Cuando Draco desapareció entre las llamas verdes, Lucius tomó los polvos flú, se despidió con una inclinación de cabeza y entró a la chimenea. Inmediatamente que desapareció, Dumbledore cerró la conexión.

   Había pasado una hora de que los Malfoy se hubieran ido cuando la puerta del despacho del director volvió a abrirse violentamente golpeando contra la pared y dando paso a un Lucius Malfoy con las señales claras de que había corrido todo el camino desde la entrada de Hogwarts hasta allí.

-¡Mi hijo! –Exclamó agitado – ¡Mi hijo!

MASQUERADEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora