1. Rara bienvenida

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Anne

-¡Anne despierta, cuanto más tiempo vas a seguir durmiendo! -Me desperté sobresaltada de la cama, a la vez que miraba mi móvil.

-¡Mierda!-hacia ya casi una hora que debía estar despierta. -Me levanté de un salto, todavía tenía las piernas dormidas y por poco caí al suelo.

No hice que eso me distragera y me dirigí veloz a la ducha, me di una ducha demasiada corta y corrí de nuevo pero esta vez a mi armario, y ahí comenzó el dilema "que leches me pongo hoy". No tenía tiempo para ese dilema así que cogí una camiseta cualquiera, unos jeans y mis converse blancas.

Bajé las escaleras a la pata coja, ya que todavía no había conseguido ponerme uno de los malditos zapatos. Seguido a eso me senté en el último escalón de la escalera para anudarme los cordones.

Una vez lista me dirigí a la cocina y empezé a devorar la tostada que mi madre me había preparado mientras escuchaba sus réplicas. -¡Apresurate, tenemos un largo camino por delante!-Se quedó fijamente mirándome. -¿Tú no pensarás ir a ningún sitio con esos pelos no?

Maldición se me olvidó cepillarme el pelo. Sabía que se me olvidaba algo. Mi madre avanzó de hacia el cuarto de baño de la planta baja y trajo un cepillo, con el que comenzó a cepillarme el pelo, o bueno mejor dicho a arrancarme el pelo.

Dios santo esta mujer me quería dejar calva.

Cada vez que ese cepillo pasaba  por mi pelo me tiraba media cara.

-¡Ay para!

-Te aguantas, si te molesta no te hubieras quedado dormida. -La tortura duro como cinco minutos, que para mí fueron horas. Antes de salir me eché mi perfume preferido, cogí la maleta y la mochila de clases.

Miré mi casa por última vez antes de meterme en el coche. Echaría de menos estar allí pero en eso consistían los estudios. No tuve la suerte de que me admitieran en una universidad de mi ciudad así que me tenía que ir lejos de mi hogar, no tan lejos, pero no era lo mismo que dormir bajo el techo de tu casa.

Me monté en el coche, un poco melancólica y apenada. Mi madre entró en el coche y me acarició la mejilla.

-No estés triste, verás lo bien que te va a ir.

-Lo sé. -dije mirando a la nada.

-Oye me tendrás que llamar todos los días, mínimo una vez ¿vale?

-Pues claro que te creías. -levanté una ceja mientras sonreía.

Mi madre me dió uno de esos abrazos que te quitan las penas y nos pusimos camino al apartamento. Mi ciudad era tranquila y calmada y yo me iba a mudar a la capital, ambiente al que no estaba acostumbrada. Las calles estaban llenas de atascos y de gente. Lo cuál era bastante agobiante.

Mi madre aparcó cerca del piso, todo lo que se puede aparcar cerca en la ciudad. Abrí con las llaves que anteriormente me había dado la casera y subí a la planta cinco, piso b, osea, al mío. Lo compartiría con Ashley, mi mejor amiga, y un chico que lo único que sabíamos de él era su nombre y su apellido.

Ethan Jones.

Cuando entré al piso Ashley y sus padres ya estaban allí. Ashley y su madre estaban discutiendo, como de costumbre, mientras que él padre cargaba en silencio cajas al interior de la habitación de mi amiga. Saludamos a Ashley y sus padres y estuvimos un rato hablando. Hasta que a mí madre se le ocurrió una pregunta que resaltó entre las demás.

-¿Y dónde está el muchacho?

-Nos dijo que viene por la noche, bien tarde. -dijo Ashley.

-Pero si mañana comienzan las clases, ¿que raro no?

100 MANERAS DE QUERERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora