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—No —niega el italiano con terror—. Me niego a pasar una sola noche más contigo ¡No!

—Mi carrito ya no va a avanzar, tú decides, o caminas a casa en medio de este monzón  o caminas tres casas más atrás.

Abre la puerta del auto desganado, procurando no obligarle a nada.

Lovino la abre también, sale por ella azotandola.

Antonio aprieta los ojos y se pone muy triste en cuanto nota como Lovino usa su mochila para cubrirse y se encamina a su casa, le mira desolado comenzando a caminar él mismo a su casa.

Llega, intentando meter la llave en el picaporte. La lluvia suena implacable, mientras la gente de la avenida corre en busca de refugio, entre los ruidos de agua por todos lados el español se pone triste y se rinde en el intento de abrir la puerta de su casa.

—¡Abre de una buena vez! Me estoy congelando aquí afuera —le exige un italiano empapado.

Antonio casi se lanza a abrazarle pero prefiere abrir la puerta rápido para dejarlo pasar.

Lovino entra corriendo.

Antonio estaba en su pórtico, por lo que no se mojó tanto. Pero Lovino estuvo bajo la lluvia todo ese tiempo y sus zapatos escolares, carísimos, por cierto, están completamente empapados, igual que su uniforme y su cabello que quizá sea lo que más lamenta.

Antonio se quita el saco que es lo más mojado que posee.

—Lovino —le llama con mucha preocupación —. Quítate la ropa —le pide sin sucias intenciones en realidad, le preocupa verlo tiritando del frío.

Lovino no se preocupa por el frío pues ese comentario le calienta la sangre que se le acumula en toda la cara.

—¡No! —chilla súper agudo.

Antonio levanta una ceja, pues no entiende, es evidente que debe quitarse la ropa, si no le dará un resfriado.

Luego entiende que tal vez lo que Lovino quiere es privacidad, así que por ello decide que lo mejor es ir a llenar su bañera con agua caliente para que su alumno pueda darse un baño.

—Quítate la ropa y te veo arriba ¿Vale? —Le pide sin perversidad en el tono, lamentablemente, mientras sube  un par de escaleras.

—¿Arriba? —es lo único que el menor alcanza a balbucear.

Antonio se detiene para responderle.

—Sí, en mi habitación, venías todo el tiempo cuando crío, ya sabes donde está —le guiña un ojo sin pensar.

El italiano deja de temblar para quedarse paralizado y en su cabeza algo deja de funcionar, básicamente porque se le funde el cerebro de imaginarse desnudo en los aposentos de Antonio.

Lo rojo no se le borra de las mejillas.

Pero al mismo tiempo no quiere, no. Ni de chiste, no quiere involucrarse en nada con ese bastardo infeliz y mucho menos le hará caso.

Entre todo eso decide que vale, que se quita la chaqueta del uniforme. La deja encima de la de Antonio, quién la ha dejado escurriendo en el fregadero.
Mira sus zapatos con tristeza y se los quita también junto a los calcetines.

Se dice a sí mismo que no piensa quitarse ni una prenda más.

Mira las escaleras.

¿Realmente le estará esperando en la habitación?

Toma aire muriéndose de frío, descubriendo el helado piso de azulejo más cálido que su piel. Se odia un poco por querer subir, quitarse la ropa y taparse con las cobijas tan calientitas que de seguro aún tiene Antonio.

Reprobado (SpaMano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora