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Lovino se acurruca, está cubierto con una gruesa manta, con las piernas desnudas, vestido con la ropa interior que Antonio le ha prestado.

El aire frío de la noche le cuela en la dermis.

—Podrías apúrate, bastardo —ordena al español, quién está tratando de encender una fogata, con un par de piedras.

—Ya va, ya va —es la tercera vez que dice eso. Con la lengua afuera, en absoluta concentración hace colisionar las piedras en busca de una chispa.

Lovino hace los ojos en blanco de nueva cuenta, pero para su suerte Antonio logra encender la fogata, inmediatamente puede sentir el calor del fuego recorrerle la dermis.

Antonio se deja caer al lado del menor con un suspiro, relajándose frente a lo cálido del fuego.

—¿Tienes hambre, quieres un sándwich? —le cuestiona a su acompañante con esa sonrisa tan llena de luz, la cual, Lovino juraría, es más cálida que el mismo fuego.

—¿Panini? —pregunta corrigiéndole, porque nunca le ha gustado llamar por nombres americanos a sus alimentos.

El ibérico no sabe si negar o asentir, se levanta para ir donde su mochila, sacando de ahí un paquete de galletas cuadradas y una bolsa de Malvaviscos.

Lovino le mira sin entender cómo es que se puede hacer un panini con malvaviscos.

—Es la primera vez que hago esto —admite el español, coloca un malvavisco en una rama, acercándolo al fuego.

El aroma de azúcar quemada llega prontamente, no es lo más delicioso, pero es altamente apetecible.

El malvavisco se torna de un dorado quemado en poco tiempo, Antonio lo retira de las llamas.

—Entonces colocas la nube entre ambas galletas y ¡tada! —le extiende el emparedado a su acompañante, quién lo sostiene con curiosidad y lo aprieta aún más para hacerlo más plano.

Finalmente lo muerde y saborea.

No es un sabor como a los que está acostumbrado, es algo más dulce, meloso, crocante, suave, delicioso.

—A veces, los americanos saben lo que hacen —declara antes de otra mordida, Antonio ríe, asando un malvavisco para sí.

—¿Nunca habías acampado? —inquiere el mayor, el menor niega con la cabeza.

—Me gustan las grandes ciudades —confiesa.

—Oh... ¿Entonces fue mala idea traerte aquí? —preocupado por la respuesta.

Lovino piensa; No, fue una gran idea, porque aquí estamos solos, sin meseros o recepcionistas, sin el ruido de los autos o los susurros de la gente, todo en el ambiente le recuerda que solo son ellos dos, que no importa lo que haga, solo ellos lo van a recordar, es un momento que solo existirá para los corazones de ambos.

Se siente, de pronto, ahogado en la belleza del momento, demasiado dulce. Se deja caer sobre el hombro de Antonio mientras niega con la cabeza.

—Fue la peor idea que jamás has tenido —miente.

El español se aproxima a abrazar a Lovino con fuerza en un "nooo" muy infantil y triste. El joven se sorprende sonriendo al borde de la risa.

—Nuestra próxima cita será en una ciudad grande y bonita —promete, preocupado por su acompañante.

—¡Ja! ¿Crees que va a haber próxima vez después de que me trajiste a esta pocilga? —finge estar molesto, tratando de soltarse del abrazo.

—Sí —muy seguro—, eres mi novio, tendremos más citas.

Lovino deja de moverse, se paraliza, con esas palabras resonando, calentando sus mejillas, haciendo latir su corazón, es más cálido que el fuego, definitivamente.

Puede sentir dulces bichitos revolotear por su estómago, no, no son mariposas, son insectos carnívoros que le carcomen el aparato digestivo, dejándole débil, absolutamente vulnerable, le hacen voltear para besar a su amado.

Antonio no se resiste para nada, le besa de vuelta, con el cariño que le tiene, parecen derramar miel en su intercambio.

El italiano se separa con suavidad. El docente le acaricia el rosto, pasando su pulgar por la mejilla sonrosada de su querer, le mira cada detalle, las imperfecciones de su joven rostro, el brillo de los ojos grandes de tonalidad avellana, el cabello, de un oscuro castaño que cae finamente sobre su faz, el rojo de sus mejillas, todo en él.

—Ya no eres un niño, Lovi —piensa Antonio en voz alta.

El romano sonríe, con total honestidad, pues eso deseaba, verse en os ojos de Antonio y no encontrar un mocoso, un alumno solamente, ver a un amante, a alguien digno de llamar pareja, verse y no sentir odio.

—Nunca lo fui, solo que tú eres un anciano y así lo sentías —replica, en un tono quizá demasiado coqueto.

—Uhhh, te gusta un anciano —doma Antonio.

Lovino hace mueca de asco antes de reírse.

—No, no me gusta ningún anciano —lo niega descaradamente antes de dejarse caer hacia el suelo forestal.

—Yo te gusto —afirma, se acomoda en el suelo también, acurrucado junto a su novio.

—No me gustas —sigue negando—. No hay tantas estrellas en Roma —se da cuenta, al mirar al cielo.

Las constelaciones resplandecen y engalanándolas están cientos de astros que brillan con más fuerza que la contaminada Roma, casi parece que el viento sopla polvo de estrella.

—Sí las hay —corrige Antonio—, solo que en Roma son más tímidas y no se dejan ver —sonríe en la clara alegoría hacia Lovino.

Este sonríe igualmente, pero muerde su labio.

Ciertamente le daba vergüenza el mostrar afecto en público, más de un amor homosexual, además de que Antonio podía ser despedido por causa de esto. No le gusta que los demás asuman que lo quiere, pero tampoco le gusta ser un secreto a voces.

Suspira, abrazando a su pareja de manera necesitada. Antonio sabe, de tantas veces que Lovino le ha abrazado, el que significa cada vez que le tiene cerca, acaricia su cabello sin decir nada, solo abrazándole más fuerte.

Los arboles pueden cantar, su balada la toca el aire y se escucha bajo el silencio que brinda la noche, la belleza en la sinfonía del bosque envuelve a los amantes, mientras la luna menguante brinda un tenue destello para que ambos solo puedan sentirse, sentir sus labios y perseguir su caricia pero no verse.

sin embargo, las noches son cada día más cortas, la luna se ha ido dejando su puesto para el imponente sol, quien entra sin consideración en la cabaña, despertando, no a los que en ella reposan, si no al apetito de un italiano.

Lovino protesta, dándose vuelta en la cama para evitar el sol. Da un golpe con el puño en el hombro del español, que duerme tan contento junto a él.

—Desayuno —exige, con voz pastosa, más dormido que despierto.

xOx

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¿Por qué no leen mis otras historias? Es semana de estrenos. 


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Reprobado (SpaMano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora