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Cinco de la mañana en Roma, Italia.

¿Quién está despierto a semejante hora de la madrugada? Pregunta la razón.

Lovino y Feliciano, están juntos en la absurda fila por grupo y orden alfabético, maldito sea el apellido Vargas, penúltimo, solo antes que el de Vash Zwingli.

Es por ello que Feliciano, por encima de Lovino, está hablando con el rubio.

Porque aunque no de llevan bien, Feliciano adora parlotear de cualquier tontería y al estar formados, Vash no puede escapar de ello.

—Entonces mi abuelo, el alcalde, creo que lo conoces, propuso llamarme Veneciano porque nací en Venecia, muy loco ¿No? Porque por esa regla de tres, mi hermano debería llamarse Romano, lo cual es ridículo, honestamente creo que el nombre de Lovino le queda como anillo al dedo. Y estoy ansioso por volver a mi ciudad natal, sería lindo que la excursión durara más de un día —piensa con ilusión.

Vash solo asiente escueto, sin atender del todo.

—Pero todo importa —sigue el italiano—. Incluso el viaje será divertido, estoy muy emocionado por la elección de asientos.

El rubio y el italiano mayor levantan una ceja sin saber que tiene ello de interesante.

—¿Por qué? Creí que te ibas a sentar con Honda, de tercer año —piensa Vash.

—Así es —asegura Feliciano con una sonrisa.

—¿Y eso te emociona? Siempre estás con él —confundido.

—No me emociona con quién me voy a sentar, me emociona con quién se va a sentar Lovino —confiesa señalando al aludido.

—¿Qué yo qué? —inquiere Lovino con agresividad.

—Tú te sentarás con el profe Toñito —le asegura con un tono burlón, casi cantado, al rubio casi le da un infarto.

—¿Con el profesor Antonio? —Pregunta exaltado el suizo.

—¡No me sentaré con él! —le grita con  nervios mientras la fila avanza.

Feliciano se encoge de hombros entrando al autobús con una sonrisa traviesa, rápidamente busca un lugar y le aparta a Kiku y a Ludwig.

Lovino entra al camión, mira a todos notando que su director está en el primer asiento junto con el profesor Kirkland.

Levanta las cejas porque eso no se lo esperaba, pero sonríe inconscientemente.

Sube de nuevo la mirada encontrando a los verdes ojos que le quitan el sueño, en una acalorada plática con el profesor de matemáticas; Gilbert.

Traga saliva y avanza, dispuesto a sentarse en algún lugar del fondo, alejado de su profesor de gramática.

—¡Antonio! —exclama Feliciano, tomando del brazo a su profesor de manera quizá demasiado cariñosa—. ¿Te vas a sentar con alguien? —pregunta en tono coqueto, lo suficientemente alto para que Lovino sea capaz de escuchar.

De hecho, el mayor de los italianos frunce el ceño en el primer segundo que nota el coqueteo.

—Pues... —Antonio se lo piensa con su permanente sonrisa—. No sé lo he prometido a nadie en especial —Se encoge de hombros.

—¡Perfecto! —asegura Feliciano repegándose más al español—. ¿Entonces te sientas conmigo? —parpadea con rapidez en una mirada seductora.

Lovino no puede tolerar más de esto.

En un ataque de celos se acerca a Antonio, antes de que pueda responderle a su hermano.

—No tengo con quien sentarme —reclama con odio, sus brazos cruzados y el ceño casi junto de lo fruncido—. Vas a sentarte conmigo, tarado, porque todos los demás me desesperan —es en actitud imperativa, pero un buen observador se dará cuenta que hay bastante inseguridad en tal declaración.

Reprobado (SpaMano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora