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La moneda apunta un cara. Con enojo arroja la moneda al canal.

Toma aire.

Camina más apresurado de lo que quisiera hasta un callejón, se queda en el inicio de este, esperando.

No pasa mucho cuando aparecen un grupo de estudiantes, ellos hablan y disfrutan el paisaje mientras Antonio desde atrás, cuidando al grupo del cual es tutor, de vez en cuñado hace uno que otro comentario en la conversación.

Lovino lo toma del brazo en cuanto pasa por su lado, aprovechando el factor sorpresa lo aprisiona contra la pared cubriendo su boca.

Antonio estaba listo para soltar un buen golpe hasta que nota ese cabello indomable reconociendo inmediatamente a su alumno favorito. Dicho alumno lleno le suelta hasta que se asegura de que nadie les escuche.

—¿Lovi? —pregunta con mucha confusión el español.

El aludido no le mira, con vergüenza y sin saber ahora como invitarle a una maldita cita. Debió pensarlo mejor, eso se repite como reclamo en su mente.

—¿Me estás secuestrando? —pregunta con una sonrisa, pues al demente, se le hace tierno que se avergüence tanto a mitad del "secuestro".

—Claro que no, pedazo de imbécil —susurra—. Tú quieres estar aquí —se asegura sin estar ni un poquito seguro de eso, en realidad—. No es secuestro.

—Vale, vale —igual no deja de mirar en toda dirección, no sería lindo que los alumnos y profesores se enteren de ciertas cosas y corran rumores, mucho menos con su empleo en juego. Es ese pensamiento en su empleo el que le hace tomar los hombros de Lovino y apartarle un poco con rostro de circunstancias—. ¿Quieres decirme algo, chaval? —pregunta creyendo que es solo eso.

El italiano se ciente algo desconcertado por el movimiento que les aleja, frunce el ceño ante él, pero ahora que ha dado la pauta es algo más fácil.

—¿Ya comiste? —aunque aún está algo nerviosito.

—Aún no —pero ¡No puede evitarlo! Le acaricia la cabeza con cariño ante la ternura de tal pregunta—. Te preocupas por mí —asegura enternecido.

—¡Claro que no! —se cubre la boca rápidamente, pues no debe hacer mucho ruido, en sus palmas puede sentir todo el calor de sus mejillas, que están ardiendo en rojo intenso.

Frustrado lo toma de la muñeca con tosquedad tirando de él por el callejón.

Antonio se pone nervioso, mirando hacia atrás.

—Emm... Lovino, no debemos alejarnos del grupo —pero no impide que siga tirando de él.

—Son tus diez minutos para comer —responde como si acaso ese descanso si quiera existiera. Antonio se muerde el labio pensando en que dirán cuando hagan pase de lista y reparen en que faltan ellos dos, sólo ellos dos.

—Nos perderemos —le susurra al notar que ahora andan por las calles de Venecia rumbo a quién sabe dónde por el camino de quién sabe quién.

—Vengo cada año, conozco por aquí —le responde girando los ojos con fastidio.

Al ibérico no le queda de otra más que dejarse tirar.

En efecto, Lovino sabe perfectamente a donde ir.

Ambos se postraba frente a un pequeño, muy pequeño local, algo que un turista no vería nunca, un restaurante de familia al que probablemente solo asisten los que viven por la zona, viejitos que encuentran en él un lugar de tradición y uno que otro apurado trabajador que solo tiene media hora para el desayuno.

Reprobado (SpaMano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora