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—¿Tienes todo? —pregunta Antonio antes de cerrar  la cajuela de su auto.

—Sí —afirma Lovino, dando una última mirada a la cabaña, con las mejillas en intenso carmín por las experiencias que ellos han pasado ahí.

No desea irse, pero el lunes está cada vez más cerca y la escuela no espera.

Se despide solo con una mirada nostálgica.

Antonio enciende el motor, admirando, no a la cabaña, si no al joven copiloto, lo afortunado que se siente de haber compartido con él y sabe que pronto vendrán más citas.

—¿Qué quieres escuchar? —pregunta Antonio mostrándole sus discos.

Lovino los mira con los ojos bien abiertos antes de soltar una risita sarcástica.

—¡Discos! —se burla.

—No sé que esté en la radio y quiero que tú escojas la música —le explica.

El italiano toma los discos, revisando uno por uno.

—Es pura música de abuelito —comenta, en referencia en que a veces su abuelo suele escuchar uno que otro de los autores en los discos del español.

—¡Es cultura!  —regaña el mayor, tomando uno de ellos—. No te creo que no escuches a Chayanne.

—Vale, pon a Chayanne —acepta, acomodándose en su asiento, colocando el cinturón de seguridad.

Antonio no pierde ni un instante, coloca el disco en el estéreo.

La música suena, dando un buen ambiente, la carretera se recorre en un tiempo casi inhumano, de lo bien que ambos se la pasan, no es solo el viaje, es disfrutar incluso del regreso.

Las calles comienzan a ser conocidas, evidentemente su destino está cerca.

—No quiero ir al colegio mañana —comenta el menor —. ¿Crees que afecte si faltamos los dos? —comenta, mirando la puesta de sol entre los edificios.

—¿Quieres pasar mañana conmigo también? —muy ilusionado y conmovido por ello, se le iluminan los ojos.

—¡No! — rápidamente se corrige—. Necesito alguien que me haga de comer o en su defecto, que pague la pizza —miente.

—Ah, así que te gusta como cocino —mueve las cejas de una manera sugerente.

—No es eso —contradice—. Es solo que no muchos saben la cantidad indicada de tomates que debe llevar  la comida.

—¡Ja! Francis siempre me regaña por la cantidad flipante de tomate que agrego a mi comida.

—Ese inútil no sabe nada de cocina.

—Está bien, lo que importa es que tú crees que yo soy un gran cocinero —genuinamente feliz por ello.

—Yo nunca dije eso —asegura.

—Puedes decírmelo hoy en la cena —propone sonriente.

—Ni creas que vas a cenar en mi casa.

—Te estoy invitando a cenar a la mía —aclara.

Lovino se revuelve en su lugar, con el corazón latiendo fuertemente, acepta la invitación asintiendo levemente con la cabeza, en la radio suena una canción lenta de La Oreja de Van Gogh a la par que el sol se pierde dando paso a los luceros.

La ciudad se ilumina con luces artificiales en un ambiente perfecto para dos amantes.

—¡Coño! —grita Antonio dando un volantazo ya en su calle.

Reprobado (SpaMano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora