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Lovino se conmueve.

¡Maldita sea! ¡Antonio tenía que dejar de ser tan buena persona!

Se levanta sin decir palabra, comienza a andar con un paso veloz hacia la salida, naturalmente, Antonio va tras él.

—¡Lovi! —recapacita—. Digo... ¡Joven Vargas!

El aludido no hace caso, continúa su andar.

La persecución no se alarga demasiado, al cabo de unos metros el Italiano sorprende al mayor metiéndole en el armario del conserje junto con él, cierra bien la puerta.

—¿Lovino? —la cercanía ante el poco espacio hace ruborizar al mayor. El alumno se cruza de brazos.

—Eres un absoluto y total estúpido —suelta—. No pueden vernos juntos —esa frase suena más dolida de lo que el romano deseaba.

—¿Cómo sabes eso? —se sorprende.

Lovino cierra su boca mientras la sangre invade sus mejillas.

—Eso no importa.

Antonio sonríe algo feliz, porque no ha faltado a su clase porque lo odie, si no porque se preocupa por él. Su sangre caliente le hace abrazarle con dulzura, feliz, sin notar como el pequeño se derrite en tal intercambio.

Pero muy listo, no le aparta, no le corresponde, solo se pone tan rojo como la sangre que se le acumula en el rostro.

—Gracias Lovi —susurra el mayor con sinceridad.

—No lo hago por ti, idiota —miente, cerrando sus ojos, aspira con fuerza, loción de mal gusto. Esa loción barata que tanto le encanta.

El ibérico se separa, sonriendo. Lovino intenta no mirarle, sabiendo la debilidad que tiene ante esa estúpida sonrisa. Su rostro muestra un enfado perpetuo.

—Creo que el hecho de que entres a mis clases nadie lo va a malinterpretar —guiña un ojo descaradamente.

Lovino bufa.

—Puedo entrar a esta... —propone con la boca pequeña.

El mayor ríe, de un buen humor ridículo, mientras le entrega el cuadernillo a su alumno.

—Estudia mucho, ¿Vale?

De pronto la situación se torna algo incómoda... Tal vez propicia.

Es decir; ambos, en un espacio tan reducido como lo es esta pequeña bodega. Lovino puede sentir la respiración del mayor en su cabello, gracias a la diferencia de altura, la nariz y por ende el inhalar y exhalar del español acaricia el rulo rebelde en el peinado ajeno.

A Lovino lo recorre un escalofrío.

—Gracias... — susurra el italiano con voz cortada en pro de deshacer el tenso silencio que se generó.

Sin embargo y como premio por usar "gracias" el español le brinda un suave beso en la mejilla, largo quizá, pero inocente al fin y al cabo.

Lovino gira su rostro un poco para que no solo le bese la mejilla, funciona, puesto que ahora los labios se Antonio están sobre la comisura de los ajenos.

El italiano abre un poco los suyos para invitar a los contrarios.

Antonio se debate, pero su pasión es más fuerte, ya se sabe que un segundo sin tu ser amado es una eternidad en el Averno. Ahora imaginar semanas sin los dulces labios de Lovino es peor. No hace esperar al estudiante, le besa sin más, Lovino corresponde con su hormonado ser.

El beso pronto se convierte en un intercambio profundo que empuja al jovencito, obligándolo a sujetarse de la nuca impropia para mantener el equilibrio.

Reprobado (SpaMano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora