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Antonio recibe un mensaje de Francis, en el cual le da ánimos.

Suspira, tratando de eliminar todos los nervios.

La graduación estaba a la vuelta de la esquina, por lo que los estudios habían tomado un segundo plano. Ya no había mucho que enseñar, por lo que las tareas eran escasas, sobretodo los fines de semana, tiempo perfecto para darse una escapada.

Conduce por las alocadas calles de Roma hasta detenerse frente a la casa del alcalde.

La tarde del viernes es apacible en aquel hogar, Lovino aún tiene el uniforme puesto, come pizza en su habitación mientas su hermano rebusca en su closet.

—No entiendo porqué necesitas mi ropa, específicamente —comenta para su hermano.

—Porque tu te vistes más sexy, yo soy más elegante y cómodo, necesito tus pantalones y tus camisas y ese tipo de cosas —responde sonriendo, como si fuera lo más obvio del mundo—. Uh, También necesito tu ropa interior.

—¿Qué? ¡No! —advierte con asco —. Mucho ya hago con prestarte mi ropa.

—Bien, no llevaré ropa interior —hace como que no le importa y termina de cerrar la maleta—. Aún llevas puesto el uniforme, deberías cambiarte.

—Me ducharé antes.

—Bueno, deberías hacerlo ahora —sigue—. ¿Seguro que no quieres venir?

—Salir de fiesta está bien, pero pasar la noche en casa del macho patatas, no lo vale.

—Oh, pero si su casa es maravillosa, igual que sus perros y todas sus pinturas, algo gótica pero bastante linda —toma la maleta al levantarse.

—No lograrás convencerme —asegura, levantándose, dispuesto a ir por su pijama para ducharse.

El timbre suena.

Feliciano da un salto contento.

—Deben ser ellos —anuncia—. Nos vemos, Lovino.

—Sí, sí, adiós —ni siquiera le mira, solo agitando su mano para despedirse, entrando al baño de su habitación.

Feliciano niega con la cabeza sonriendo y baja las escaleras casi corriendo, en la puerta no se encuentran sus amigos, si no su profesor, quién fue recibido por Rómulo.

—Es un permiso, prometo que jo pasará nada —dialoga el español con el imponente tutor de los italianos.

—Es una cita —corrige Rómulo.

Antonio sonríe nervioso sin poder negar esa acusación.

Feliciano llega hasta ellos saludando con un abrazo al docente.

—¡Tony! —le llama cariñosamente.

—¡Feli! —corresponde al abrazo, entregándole al menor las llaves de su auto.

Al separarse, Feliciano se dirige al vehículo con la maleta.

—A mis nietos les agradas —reconoce el romano. Antonio asiente—. Hazle daño, el más mínimo, a cualquiera de ellos y ya no me caerás tan bien como ahora —advierte.

Antonio sonríe ahora más relajado, sabiendo que ya tiene el permiso de Rómulo.

Feliciano toma la mano de Antonio, con una sonrisa le invita a pasar y le conduce hasta el sofá para que se siente.

—Mi hermano se está duchando, no creo que tarde mucho pero es mejor que lo pases aquí adentro —explica el italiano.

—¿Lovino sabe que estás aquí? —pregunta Rómulo a Antonio.

Reprobado (SpaMano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora