•accιdenтalмenтe enaмorado• EMILIACO

Capítulo treinta y cinco: Hola Canada.

—¡Cuidado!

Emilio parpadeó repetidas veces hasta entender lo que había pasado. Miró hacia al frente y vio un hermoso cielo completamente azul que después fue tapado por una sombra.

—Perdón.

—No pasa nada—dijo con una pequeña sonrisa.

—¿Te lastimé?, déjame quitarme, seguro te estoy aplastando—quizo levantarse pero se lo impidió atrapándolo de la cadera.

—Así quédate, no pesas nada. Mejor dame un besito—pidió levantando los labios, haciéndole soltar una pequeña risa a su novio.

—Emi, estamos estorbando.

—¿A quién?—miró por sobre ellos—, no hay nadie.

—Si llega alguien y no nos ve, pasará un accidente.

—Me arriesgaré a ello.

Joaquín rió y Emilio pasó sus manos detrás de la nuca de su novio para acercarlo y besarlo con dulzura.

Hace poco habían llegado a Whistler, Canada. -a eso de las dos de la tarde-. Les pareció simplemente el sitio más hermoso que habían visto en sus vidas. Todo estaba decorado con luces navideñas y el ambiente era espectacular, la nieve lucia esponjosa y el frío les calaba hasta los huesos, poco le importaba en esos momentos. Hace menos de veinte minutos atrás decidieron ir a esquiar, pues era una de las principales actividades del lugar, rentaron el equipo y fueron a el área de principiantes. Eso nos lleva a la actualidad, donde ambos estaban a mitad de la colina tirados junto a un pino después de que Joaquín chocara contra su novio.

—Ya, espérate—dijo al separarse del beso—, vamos a levantarnos.

—Bien—aceptó con un puchero, lo soltó con esfuerzo y ambos volvieron a ponerse de pie, acomodando su equipo para poder seguir lo que les faltaba de camino.

Elizabeth milagrosamente aceptó dejar a su hijo viajar a otro país por tres días, gracias a Niurka, que había dicho que "iría" con ellos, no era del todo mentira, pues tenía un asunto que tratar, sin embargo no estarían realmente juntos. La cubana sabia respetar el espacio personal, así que los dejaba ser libres mientras ella se encargaba de arreglar el problema que surgió.

—¿Quieres ir a comer?—le preguntó Emilio luego de un rato.

—La verdad es que muero de hambre.

Con dificultad bajaron lo que les faltaba entre rizas y tropiezos. Dejaron el equipo en su lugar para después ir a una pequeña cabaña restaurante que se veía hogareño y olía delicioso, sacudieron sus botas quitando el exceso de nieve, pasaron sintiendo el calor de la enorme chimenea que había en la mitad de una enorme pared de piedra y se sentaron relativamente cerca del cálido fuego.

—Nunca pregunté pero tengo curiosidad en algo—mencionó el castaño, dejando de lado el bocado de los alimentos que estaba comiendo.

—¿En qué bonito?—le miró poniendo toda su atención en él—, ¿qué pasa?

—¿Qué trabajo tiene Niurka?

—Es una empresa de maquillaje o algo así—explicó—, colaboró con un amiga del pasado y fueron un éxito total.

—¿Y tú papá?

—De ese hombre no sé nada—su semblante cambió, derrochaba indiferencia.

—Oh, perdón, es que tenía curiosidad, no quería incomodarte–se disculpó al notar ese cambio.