Capítulo cuarenta y tres: ¿Qué está pasando?

2.1K 221 41
                                    

Joaquín trató de ignorarlo. Pidió la comida y dejó el celular apagado dentro de un cajón para no tener que pensar en eso. Tragó pesado y volteó hacia la sala, donde Emilio estaba sentado con el control en mano, buscando algo para ver. Su corazón latió alegre sabiendo que estaba ahí, se sentía más seguro.

—¿Cuál será mejor?—le preguntó—, estoy entre Riverdale y The rain.

—Ambas son algo sombrías, ¿no?, mejor vemos Naild It—pidió aún desde el otro lado de la sala—, recién vi que subieron otra temporada de Navidad.

—Bien, veamos lo que mi chiquito bonito quiere—buscó rápidamente el programa y picó al primer episodio—. Ahora ven aquí—palmeó un par de veces a su lado.

El menor asintió con una sonrisa ladeada y le obedeció, sentándose junto, recargándose de él y poniendo su cabeza sobre su hombro, respirando su aroma. Sus ojos estaban fijos en la pantalla, pero sus pensamientos, sin querer, estaban metidos en el otro asunto. ¿Esa persona estaría viendo lo que estaba haciendo en ese momento?, ¿se molestaría por haber guardado el celular?, ¿qué tal, si estaba cerca?

—¿Estás bien?—inquirió Emilio poco después, viéndole a los ojos.

Joaquín desvió la mirada al piso y se acomodó en el sofá, separándose. Pasó su lengua sobre sus labios, sintiéndolos algo resecos. Tal vez el asunto de los mensajes realmente le estaba dañando. Pasaron un par de segundos hasta que respondiera.

—Si, ¿por qué no lo estaría?

—Te ves un poco tenso—dijo, pasando suavemente su mano sobre los chinos desordenados de su novio.

—No es nada, sigamos viendo, ¡mira cómo les está quedando eso!, aunque estoy seguro que el mío quedaría peor.

Emilio le miró extrañado, aún inseguro. Pero finalmente rió estando de acuerdo, viendo hacia la pantalla con diversión como el pobre postre iba tomando cada vez una forma más desagradable que la anterior.

—Algún día deberíamos intentarlo—sugirió poco después de un largo silencio.

—¿Qué?—cuestionó algo perdido.

—Hacer un pastel, estoy seguro que sería divertido.

—Si quiero—aceptó con una sonrisa, viéndole a los ojos—, ¿cuándo?

—El sábado, en mi casa, ¿va?—preguntó acercándose a su rostro.

—Me parece bien.

Su momento fue interrumpido por el timbre, ambos voltearon a ver la puerta. Joaquín volvió a tensarse.

—Seguro son los tacos, yo voy.

—Ah, sí.

Desde su lugar visualizó a su novio tomar el pedido y pagar. No vio bien al repartidor por el casco que le cubría, pero trató de no darle importancia, sin embargo comenzó a divagar en si aquel chico sería el loco que le mandaba mensajes.

—¿Comemos aquí o en la mesa?

—Allá—dijo levantándose—, no me quiero arriesgar a hacer un desastre.

—Sale.

Ambos se sentaron de frente, para poder seguir viendo la tele desde ahí. Emilio notó que Joaquín no había probado ni siquiera un bocado en los diez minutos que habían pasado, pero ya había tomado varios vasos de agua.

—Cuéntame, ¿qué está pasando?—terminó por decir, poniéndole pausa al programa—, estoy comenzando a preocuparme.

—¿Qué?—le miró extrañado—, no pasa nada.

—Tienes que confiar en mí—puso su mano sobre la del otro y le dió un ligero apretón.

El silencio reinó. Y esta vez particularmente; no era nada cómodo. Se sentía una tensión palpable en el aire. Joaquín tenía los ojos cerrados y parecía tener una pelea mental consigo mismo. Por un lado tenía miedo de lo que podría llegar a pasar con su relación si no le decía, y por el otro lado se sentía asustado de lo que podrían hacerle a Emilio al contarle. Llegó a la conclusión de que ambas eran terribles, pero prefería no mentirle más. Cuando abrió los párpados le miró con sinceridad y un suspiro salió de sus labios.

—Tengo miedo.

—¿Por qué?—preguntó tomándolo de ambas manos, tratando de darle apoyo.

—En la mañana me llegó un mensaje que traté de ignorar—contó—. Pero después de ese comenzaron a llegar más y más.

—¿Qué decían los mensajes?

—Cosas sobre mí—mordió su labio inferior con nerviosismo—, esa persona me conoce y estoy seguro de que me sigue.

—Tenemos que ir a la policia.

—No—negó con rapidez—. Dijo que sería peor.

—Joaquín...

Este le calló con una mirada, en esta expresaba su sentir.

—Por favor Emilio, no quiero que pase nada malo, mucho menos a ti.

—No me pasará nada.

—Sabe tu nombre completo. Dijo que ahora estaba en las ligas mayores. No sé a qué se refiere con eso, pero creo que significa que esta involucrado en algo—su voz tembló, al igual que su cuerpo.

—Tranquilo—se levantó y lo abrazó con fuerza—, estamos juntos, no pasará nada.

En ese momento los interrumpió el sonido de un celular, más concretamente el del mayor, este lo tomó, en la pantalla se leía "desconocido". Joaquín le miró asustado.

—No contestes.

Emilio le ignoró, deslizó su dedo por la pantalla y puso el altavoz.

Joaquín, te dije que no le contaras a nadie—fue lo primero que dijo el chico al otro lado de la línea.

—¿Quién eres?—preguntó directamente el mayor.

—Si te lo digo no me creerías.

—Pruébalo—espetó con enojo.

—Tal vez Joaquín ya me reconoció, ¿no, amor?

—Es imposible, tú...

—Todo fue una mentira, claro—rió con fuerza—. Tuve que irme del país, pero regrese por ti, tenemos que hablar de muchas cosas. Pero, ¿adivina?, llegué y ¿qué fue lo que encontré?, que estás con alguien más.

—No entiendo Joaquín—le miró, su ceño estaba fruncido—, ¿quién es este tipo?

—Es...

—Santiago, un gusto.

La línea se cortó. Ambos tenían el rostro pálido y sentían sus bocas secas.

¿Realmente era, él?

•accιdenтalмenтe enaмorado• EMILIACO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora