C u a r e n t a y d o s

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Christina parecía hipnotizada con la historia que Iñigo estaba contando. Se había quedado acostada en su pecho mirándolo fijamente como una niña pequeña escuchando un cuento para dormir. Iñigo por su parte parecía no prestar mucha atención a su alrededor, parecía distraído, contando aquella historia que había escuchado desde muy pequeño, y que había marcado su vida, para bien o para mal... dependiendo de que cara de la moneda se viera.

"Mi abuelo se comió su orgullo por primera vez en mucho tiempo, y pareciera que fue la última vez que lo hizo. Se armó de valor y visitó al monstruo que tenía por padre. Lo encontró en un estado deplorable. Atrás había quedado el inquebrantable hombre que solía maltratarlo, y en su lugar quedaba un frágil anciano en su lecho de muerte. A cualquiera hubiese conmovido tal reencuentro, pero mi abuelo estaba demasiado lastimado como para sentir alguna otra cosa que no fuese indiferencia. No habló mucho, escuchó al moribundo por varias horas, a veces simplemente murmuraba incoherencias, y otras veces podía escuchar vagamente sus lamentos y disculpas. Una y otra vez, parecía una tortura, escuchar al hombre que tanto daño le había hecho, pedirle perdón entre murmullos sin poder decirle lo que en verdad pensaba, lo que en verdad sentía. Pero todo lo aguantó aquella tarde hasta entrada la madrugada el viejo por fin decidió soltarle lo que tanto había estado esperando mi abuelo...

"Hijo, hijo" murmuró muy suavemente el anciano, mientras una pequeña sonrisa aparecía en su boca. "Has estado toda la tarde conmigo, a-aun después de todo lo que te he hecho, lo que has sufrido por mí, estás aquí, conmigo. Creí que moriría solo hace un par de meses que me dieron el diagnóstico de lo que me está matando... y en ese momento recordé al único pariente que me quedaba. A-a mi hi-hijo. Fue muy difícil dar contigo, y cuando mis investigadores dieron con tu paradero, y me dijeron que eras un hombre respetable en los negocios no pude evitar sentirme orgulloso." Aquello hizo que al muchacho se le revolviera el estomago. ¿Orgulloso de el? ¿Orgulloso del maldito bastardo, como él mismo le solía decir? ¿Orgulloso del pequeño ingenuo que buscó en ese miserable un padre, y que a tan corta edad entendió que era simplemente una diversión mezquina del viejo? Quería reclamarle en ese mismo momento, quería mandar todo a la basura, quería gritarle quería decirle lo que pensaba... pero de nuevo pensaba en Loretta. En su dulce rostro, lleno de zozobra, de angustia al verse entre la espada y la pared, y solo por eso fue capaz de soportar sus arrebatos e impulsos.

"Me has demostrado mucho, incluso que eras capaz de hacerte cargo de mis bienes, y por lo mismo, te entrego lo que siempre fue tuyo."

Que fácil era para el viejo lavarse las manos, devolverle lo suyo como el mismo lo dijo justo antes de morir y esperar que Dios lo perdonase... vaya que era un reverendo maldito. Había torturado al pobre muchacho desde que era un pequeño niño. Lo había menospreciado, llenado de complejos, lo había golpeado y lo había hecho tan duro como una piedra. Y ahora esperaba reivindicarse con simplemente dejarle todo lo que poseía antes de morir. ¿Es que acaso eso le devolvería los años de dolor, las burlas de todo el mundo, los insultos en el internado, las habladurías de la gente, los maltratos, los golpes, los años de soledad, el corazón que le robó...? No lo creía, pero el rostro dulce de Loretta recorrió una vez más la mente de Charles, y una vez más se tragó sus palabras, y simplemente asintió.

"¿Ha-harás algo especial con mis bienes?" Preguntó el hombre con la mirada perdida y en un suspiro.

"Me casaré con la mujer de mi vida."

"Después de eso, y de dejar el testamento escrito, mi abuelo tuvo que pasar con su padre unos días más, en lo que moría lentamente. Pasó alrededor de dos semanas yendo a la habitación del viejo a leer en voz alta con la esperanza de no hablar más, y con la ilusión de ver a Loretta sonreír otra vez. Su padre parecía contento, había comprado un compañero por el tiempo que le quedaba de vida, y había sido a un precio muy alto. Y cuando por fin se murió, mi abuelo ni siquiera se quedó para el entierro. Salió de la casa en donde estaba derecho a la ciudad donde volvió a su trabajo de inmediato. Para su suerte, Loretta aún no se había casado, y a los dos días de su llegada la volvió a ver en los amplios jardines de su casa.

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⏰ Última actualización: Nov 22, 2019 ⏰

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