Al día siguiente, Ciel y su mayordomo fueron a visitar a ____________.
Al llegar, vieron a Claude en la recepción, con un ramo de rosas azules, las favoritas de la joven.—"¡¿Perdón?! ¡¿Tú le estás por dar esas flores a mi hermana?! ¡¿Pero quién te crees que eres?!"—El hermano mayor de la paciente se acercó a paso acelerado a el de lentes.
—"Michaelis, no quiero pelear."—Dijo sin más, sin mirar a su contrario.
—"Por tú culpa mí hermana no quiere verme."—Claude giró.
—"¿Acaso es mí culpa que tú seas un asqueroso?"—Sebastian quería matarlo ahí y en ese momento, ya que sabía de lo que su contrario estaba hablando, pero no podía, estaba en un lugar público.—"Como yo llegué primero, iré pasando a ver a ___________."—Se fue hacía la habitación de la menor, con el ramo en mano.
—"Señorita Michaelis, el señor Faustus desea verla, ¿Lo dejo pasar?"—Preguntó la enfermera, amablemente.
—"Si es el alto, déjalo pasar, si es el bajo, no."—Respondió incoherentemente desde el otro lado.
—"Está bien."—Ella abrió la puerta, dejando pasar al mayor.—"Se ha estado salteando sus pastillas, así que..."—Susurró al oído de Claude.—"Se las doy para que se las tome, pero creo que las pone debajo de su lengua...Y si no es así, no hacen efecto."—Confesó con miedo, cerrando la puerta, dejando a los dos solos.
—"¿Qué haces?"—Preguntó con una sonrisa el mayor, viendo las adorables mejillas sonrosadas de la menor, junto con sus ojeras rosadas que la hacían ver tierna.
Por supuesto, Claude tenía el ramo escondido detrás suyo.—"Estoy armando la mesa."—Contestó ella, sin quitar la vista de lo que hacía.
Estaba poniendo un mantel en la mesa ratona enfrente del sofá y estaba colocando tazas y platitos de porcelana en él.—"¿Se puede saber para qué?"—Preguntó Claude, ladeando su cabeza, curioso.
—"Para un invitado muy especial, el cuál no eres tú."—El mayor asintió, dolido.—"Oh, no, no, no te preocupes, no ha de ser un mal muchacho."—Claude se preocupó, puesto que la menor estaba hablando sola.
—"Mira lo que te traje, preciosa."—El de ojos ámbar se arrodilló en una pierna frente a ella, sacando el ramo de rosas azules.
—"¡Oh! No te hubieras molestado, cariño."—Claude se sonrojó al escuchar como la menor se dirigía a él.—"Son hermosas."—Ella las tomó entre manos, viéndolas con nostalgia.—"Estamos en época de rosas azules..."—Se giró en dirección a la ventana, viendo el cielo fijamente.
Posteriormente, se acercó a su mesa de noche, agarró un jarrón de porcelana vacío, lo llenó de agua en el baño y puso las rosas azules en el.—"Muchas gracias, me alegra mucho el saber que te acuerdas de mis rosas preferidas."—Ella le sonrió.—"Quisiera...Ya sabes, ahora que estamos solos..."—Claude apartó la mirada.—"Decirte cuanto te amo."—Ella sonrió, mientras el tomaba sus manos.—"Te amo tanto...Y no puedo esperar más hasta el día de nuestra boda...Pero lamentablemente, tengo que esperar."—Poco a poco, el mayor se iba sonrojando más y más.—"Eres tan linda..."—Se miraron en silencio por unos segundos, hasta que se escuchó un portazo.
—"¡¿Disculpa?! ¡Pedazo de hijo de puta! ¡¿Qué crees que le estás diciendo a mí hermana?! ¡No te permitiré que le toques ni un pelo!"—Sebastian sin dudarlo, se abalanzó sobre Claude, iniciando una pelea, haciendo que la joven gritara.
Los enfermeros vinieron corriendo por el escándalo y se llevaron a los dos mayores.
En eso, Ciel aprovechó y entró.—"Oh, ¡Conde! Discúlpe a mí hermano, es un poco impulsivo."—Ella le sonrió, mientras que el joven cerraba la puerta a sus espaldas.—"Vaya que usted es impuntual, ya pasó la hora del té."—Ciel se sacó su galera y la dejó sobre la cama de la joven, sentándose en el sofá.