La verdad

1.4K 118 3
                                    

- ¿Y si soñé todo esto? Alomejor, nunca fue verdad.
Floto en mi burbuja de sueño, y no quiero despertar. Se siente bien estar aquí, así, en la completa oscuridad... Se siente bien.
Vuelvo a sumergirme en esta bruma que me atrapa y envuelve.
Matilde...Matilde... Matilde...

Esa voz que me quiere atrapar, pero no quiero...me da miedo, no es bueno...y ese nombre que me persigue...

Matilde, Matilde...Matilde, regresa a mí.

La muchacha no despertaba, y el vampiro comenzaba a perder la poca paciencia que le quedaba.
No podía creer que por estar tan hambriento a causa de las constantes negativas de "su mujer", él haya tenido que optar por llevar la comida a su propia habitación.
No se perdonaba tal error. Le recordó la última vez que hizo algo que le costó caro: dejarla sola. No entendía cómo nuevamente caía en este tipo equivocación.

"Emilia, me haces sufrir. Te deseo tanto, y sin embargo, te espero. Te deseo en cuerpo y alma, maldita sea. Te tengo paciencia, una gran paciencia. No juegues con eso.
Entiende, soy hombre y vampiro, tengo mis necesidades"-
pensaba él, mientras la cargaba hasta la cama. La depositó con sumo cuidado, como si de un objeto de gran valor se tratara.
"Alexander", el vampiro, adoraba a esa mujer, a su mujer.

La observó un rato más, estaba inconsciente. Dormía como si no fuera a despertar jamás, sin embargo, era lo más bello y deseable que había visto en muchos siglos.
Emilia era suya, como Matilde y sin memoria, pero suya, de nadie más.
Mataría a todo aquel que quisiera arrebatarla de su lado.
Olfateó su cuello, acarició sus mejillas, delineó sus labios, abrió su blusa y besó su clavícula. La mordió sin llegar a causarle herida ni daño aparente: la deseaba. La deseaba aquí y ahora.
Comenzó a desvestirla lentamente, disfrutando del momento. Luego, cuando hubo quedado en ropa interior, él se desvistió, quitándose la camisa que tanto le molestaba en ese momento.

-¡Mamá! ¡Mamá, dónde estás!- comenzó a quejarse la muchacha, primero como un susurro, luego con evidente desesperación, removiendo cojines y sábanas a su alrededor.

-Matilde, despierta, estás teniendo una pesadilla- Alexander la tomó de los brazos para despertarla.
Emilia abrió los ojos de golpe, observando desorientada al hombre que tenía encima de ella. Finalmente, permaneció con los ojos abiertos, mirando con temor, fue así cuando Alexander se dio cuenta que ella había recordado todo.

El grito de pánico se escuchó en todo el lugar.

-¡Vampiro, vampiro!- ¡Matilde, contrólate!- ¡No, no, nooo! ¡Suéltame! ¡Auxilio!- y sin Alexander esperarlo, le propinó un certero golpe en la entrepierna, obligándolo a doblegarse de dolor, dejándola libre y a merced de su suerte, la que ella aprovechó para huir como alma en pena de la habitación. No sin antes percatarse de su semidesnudez, por lo que tomó una camisa que vio en el suelo y la se colocó.

-¡Matilde, no huyas! ¡Es peligroso! ¡Maldita sea! (Expresó más para sí que para que ella lo escuchara).

Mientras tanto, Matilde corría tras los muros del viejo castillo, asustada por todo los que había visto y oído. Nunca imaginó que algo así pudiera sucederle a ella.
Era increíble. Estaba casada con un monstruo.
Alexander era un monstruo.
Alexander era un asesino.
Alexander era un vampiro.
Alexander era su marido.
-¡No!- gritó más para sí, queriendo despejarse de todo sentimiento que la atara a ese hombre, a ese ser maldito que ahora debía estar buscándola.
Al llegar al patio, sintió frío. Recién en ese instante pudo darse cuenta en su totalidad que, además de ir con una camisa que no era de ella, tampoco llevaba zapatos.

Se sintió perdida, y un mareo tras otro sobrevino a su cuerpo delgado, así es que buscó apoyo en algo para no caer.
Al hacerlo, se sostuvo en algo grande blando, y que desprendía un calor abrasador.
Era Alexander.

Al darse cuenta, Emilia lanzó un grito, mientras el vampiro la sujetaba a él para que no pudiera escapar.

-¡No, suéltame! ¡Déjame!¡Quítame tus manos de encima, monstruo!
-¡No te dejaré ir, eres mía! ¡Mía!
-¡No te pertenezco! ¡Asesino, monstruo!
-Escúchame, debes entender qué es lo qué soy, que es lo que somos... qué es lo que eres...

Emilia se lo quedó mirándolo petrificada. Algo en ella la hacía sospechar que nada bueno diría Alexander.

-Matilde, tú...esa noche, la noche del accidente... tú moriste.
Yo te salvé.
Te convertí.
Eres como yo. Eres un vampiro.

"Eres como yo. Eres un vampiro."

"Eres como yo. Eres un vampiro."

"Eres un vampiro."

Aquella frase retumbó en su cabeza por largo rato.


Un sollozo de pánico, apenas audible se escuchó entre el murmullo de los árboles y el viento que esa noche circundaba el castillo.

-Tú...mientes, mientes...- No acertaba a las palabras, casi susurró la última frase. Sabía, muy a su pesar, que lo que Alexander decía, era verdad- ¡Por qué...por qué...no debiste!
¡¡Estoy maldita!!

Y de pronto, como una cascada, sus palabras brotaron desde lo más profundo de su atormentado ser:

-¡Te aborrezco, Alexander Armadale, te aborrezco!-

Por segunda vez esa noche, Emilia cayó en la inconsciencia.
Esta vez, con las infinitas ansias de no despertar jamás.



"Déjame Ir"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora