Falsa Libertad

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Después de esa horrible noche, Matilde no volvió a hablar con Alexander. Su conversación era nula. Era la servidumbre quien ocupaba un lugar importante en el centro de esta vida de oscuridad y silencio en la que la joven se encontraba.

En honor a la verdad, Matilde, o Emilia, se encontraba traumatizada con la última conversación que mantuviera con ese monstruo salido de alguna novela gótica.

Se negaba enfaticamente a asimilar lo que ese vampiro le había confesado. 

Ella no podía ser un vampiro.

No podía haber muerto..."es todo tan confuso"- pensó, mientras subía por enésima vez los escalones que la llevarían a su "prisión" como llamaba a su habitación.

-Matilde, debemos hablar- dijo, Alexander, asustando a la muchacha en el proceso. Pues como vampiro, estaba acostumbrado a ser muy sigiloso persiguiendo a sus presas. Y la joven, quiéralo o no, era su presa, su presa preferida.

-No tengo nada que hablar con "usted", señor. Le ruego que no me asuste, y mucho menos moleste.- Dijo Matilde, dando por terminada la conversación, retomando la subida por las escaleras.

Alexander no la dejó avanzar mucho, la tomó fuertemente del brazo, y al momento de ella reclamar o decir cualquier cosa, él ya la transportaba a la gran biblioteca a puertas cerradas para comunicarle algo que los comprometía a ambos.

-¿Siempre es así?- preguntó Matilde en tono de reproche, mientras se frotaba sus doloridas muñecas.

- Así, cómo...Matilde- respondió Alexander, esperando que la joven diga cualquier cosa para fastidiarlo.

-Así, tan...bruto. Tan insufrible...tan-

-¡Basta, Matilde! Te estás comportando como una niña. No seas infantil ¡háblame de tú como siempre lo has hecho!

-¿Disculpe? ¿debería sentirme ofendida porque un "MONSTRUO"  me trata de infantil?- Al momento, Matilde se retractó de sus palabras, sabía que no era prudente seguir ese derrotero. Su vida y libertad estaban en juego y no era conveniente despertar a la bestia.

-Yo...-bajó la mirada- ya no me siento cómoda tratándolo de tú...usted y yo, definitivamente, no somos iguales, señor.

Alexander se acercó rapidamente, y antes que ella pudiera reaccionar, él la abofeteó, lanzándola al suelo con ferocidad. 

Tarde se dio cuenta de lo que había hecho, pero ya estaba. Ella lo había provocado y ahora sufría las consecuencias de su actuar. Él no se retractaría y mucho menos pediría disculpas.

 Mientras el vampiro cavilaba, Matilde trataba de reincorporarse, pero no podía, la cachetada la había atontado de tal manera, que en un momento no supo quién era ni cómo se llamaba...solo un nombre se vino a su mente en forma de grito desesperado, y un frío interno la recorrió desde la médula espinal hasta sus pies.

-Matilde, yo...- 

-¡No! ¡Matilde no!- gritó desde el otro extremo de la habitación la muchacha.

-¡Qué estás diciendo, mujer!- Gritó el vampiro, perdiendo la poca paciencia que le quedaba.

-Dije- con toda la convicción que fue capaz en ese momento- Matilde no - Yo soy Emilia. Emilia Palomer- de inmediato se tapó la boca con sus manos, asombrada de pronunciar ese nombre que salía como fuego de su interior. Se sintió liberada, y quiso gritar en ese momento.

Alexander quedó helado, no creyó posible que Emilia estuviera recuperando la memoria al fin. Luego de meses, lo creyó imposible. Hasta ahora que de manera fría y sin vacilación, ella decía con toda autoridad que su nombre es Emilia y no Matilde.
-¿De dónde sacaste eso? Tu nombre es Matilde...¿Estás perdiendo la razón acaso?- sabiendo en vano que nada conseguiría esta vez.

- Mi nombre es Emilia, no Matilde. Usted me ha estado engañando ¡Confiéselo! Usted es un mentiroso, y un poco hombre...me golpeó ¡No le da vergüenza tratar a las mujeres como un objeto!
Me voy de aquí, no voy a esperar contestación de una bestia como usted.
Ni siquiera sé por qué estoy aquí.

-¡maldito!- escupió con odio.

Y dando media vuelta, salió echa una furia del lugar. Mientras, Alexander no daba crédito a lo que veía y oía.
"Esto no debía suceder así", pensó.

Tardó en reaccionar, y cuando lo hizo, salió en la búsqueda de Emilia.

-¡Dónde crees que vas, Emilia!- Dijo Alexander una vez que la hubo tenido sujeta, sin posibilidad de huir.

-¡Sí, eres Emilia. Mi Emilia! Pero no solo tú tienes otro nombre. Yo tampoco me llamo Alexander, sino, Gabriel,
¡Y no te vas a ir de aquí, si no es muerta!

-¡Déjame ir!- gritó Emilia, cuando se dio cuenta que sus suplicas serían en vano, calló en un mutismo profundo y no volvió a hablar ni a mirar a Alexander, o Gabriel...ya ni siquiera sabía quién era quién.

-¡Eres mía, y nunca te librarás de mí!- le grito el vampiro antes de cargarla en sus hombres y llevarla dentro del castillo.

"Déjame Ir"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora