Último día

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Era un día realmente hermoso cuando ocurrió.

Emilia estaba sentada frente a un gran rosal, dentro de los jardines del castillo.

Los amantes habían pasado por fin días de tranquilidad y felicidad.

El vampiro amaba a su pequeña humana. Estaba seguro de eso, y más. Daría su vida si fuera necesario.

El día transcurrió frío y prometedor de una gran tormenta, pero a ellos parecía no importarles. Se habían aceptado el uno al otro. Se amaban el uno al otro. Habían aprendido a perdonar y perdonarse.

-Te amo- dijo de pronto Emilia, tomando de improviso la mano de Gabriel y entrelazándola con la de ella.- Te amo y no me arrepiento de ello. Creo que por fin he entendido que todo lo que he pasado, es para vivir este momento contigo.

Gabriel no la miró, no podía. Sus palabras lo dejaron en un estado que no supo definir. Pero ella no se sintió mal por la nula respuesta de él. Pasado unos minutos, Gabriel se levantó de en medio del jardín donde todavía estaban. Al salir casi corriendo, se detuvo y la miró expresando todo el amor que un hombre puede profesar por una mujer. Por su mujer.

Ella lo miró alejarse. Cuando sus rostros se divisaron, ella le gesticuló un "te amo", y el sonrió lanzándole un beso fugaz.

Los minutos transcurrieron lentos.
Gabriel no regresaba, y Emilia comenzó a impacientarse, pero debía aprender a confiar en él. Debía aprender a no sólo amarlo, sino respetarlo, y darle sus tiempos. Conocerlo y no reaccionar a la ligera con todo lo relacionado él...

-Emilia...- La muchacha conocía esa voz, a decir verdad, la reconocería en cualquier lugar. Giró hacia el lugar desde donde provenía aquel sonido, y la miró atentamente, pero no sin antes preguntar por él, por Gabriel.

-¡Dónde está Gabriel!-

-Yo tampoco me alegro de verte, maldita zorra roba hombres...pero así es la vida. Todo se devuelve, y es hora de que pagues...y devuelvas lo que no es tuyo...- Siseó Matilde. Quien la miraba desde las escaleras que conducían al castillo, las mismas escaleras que condujeron a Gabriel al mismo. Las escaleras donde lo vio por última vez.

La chica sintió escalofríos cuando la vio parada ahí jugando con una manzana entre sus largos y delicados dedos, para luego verla darle un largo y seductor mordisco.

Emilia se levantó del suelo rápidamente, pasando a llevar las espinas de las hermosas rosas que estaban a su lado. Hasta hace un momento, no eran más que bellos adornos de un día perfecto con su adorado esposo. Ahora se convertían en armas dolorosas que la hacían sangrar, manchando su pálido vestido color crema.

-¡Deberías largarte, Matilde! Definitivamente, no eres bienvenida en este lugar. Si no te largas, llamaré a...

-¿A quién llamarás? ¡Querida, aquí no hay nadie! Solo tú, yo...Y Gabriel, pero ese infeliz no cuenta...estando inconsciente y engrillado, creo que no vale como alguien que pueda ayudarte en estos momentos- dijo Matilde, muy soberbiamente mientras caminaba hacia Emilia para quedarse parada frente a ella cara a cara.

Matilde había planeado muy bien todo. Dejaría pensar a esos dos que habían ganado y que ella no los molestaría más. Pero distaban mucho de la realidad, en que ella, la verdadera mujer de Gabriel, vengaría al final la vergonzosa relación que habían tenido esos dos.
Para el momento en que Matilde y Emilia se encontrarán, Gabriel debía estar golpeado y engrillado. Y lo estaba. Sus hombres lo habían hecho muy bien, y Matilde se encontraba conforme con el trabajo.

Ahora todo tenía un significado. Todo tenía un porqué: Matar a Emilia, quedarse con Gabriel y todo el poderío del que él era dueño. Volver a ser la reina de todo lo que la rodeaba.

Matilde se había fugado hace mucho con otro vampiro que en su momento le ofreció una vida llena de aventuras y locuras en los lugares más exóticos que pudieran existir. Fueron buenos años, pero no se fue sin dejar una carta en la expresaba que Gabriel la maltrataba y por eso decidió suicidarse, ya que su vida no tenía sentido si su amado Gabriel ya no la quería. Así es que urdió un infame engaño en el cual sacrificaron a una joven muchacha parecida a ella y la lanzaron por un acantilado, no sin antes, vestirla con las ropas y joyas de Matilde, además de empaparla con su perfume.

Fue ella quien, en una "jugarreta" la que convenció a Irene que Julián era un demonio, un vampiro salido de los infiernos. Noche a noche hizo creer hasta más allá de la locura, a la joven e inocente Irene, que Julián estaba maldito. "Un ser del averno que te destruirá a los ojos de Dios. Huye de él, Irene. Huye, como yo no pude del malvado Gabriel".

Y fue así como antes de largarse por siglos, destruyó la vida de Julián, Irene y Gabriel.

Luego había que regresar, la vida de aventuras se estaba volviendo tediosa y era momento de reaparecer, y qué mejor que en la fiesta en honor al rey de los vampiros. Ella, como la esposa del rey, debía presentarse, era la reina.
" SOY LA REINA" Se corrigió esa vez.


-Otra vez las cosas vuelven a estar tal cual las dejé. Bueno, ahora sin Julián, pero eso ya no tiene vuelta...era un pobre idiota que no supo valorarme cuando me ofrecí a él...el muy maldito me despreció ¡pero cómo sufrió después de hacerlo! A mí nadie me desprecia, mucho menos por una insípida humana.- La sonrisa de Matilde era la de una bruja malvada a punto de hacer algo terrible, mientras confesaba abiertamente y sin tapujos, que ella había sido la causante de todo el dolor en la vida de Julián Marino. Ella había destruido la felicidad entre Julián y su bella e ingenua Irene.

- Ahora que está todo dicho, vengo por ti, maldita zorra.
¡Este día no pasa sin que te mueras!

"Déjame Ir"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora