Veintidós

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Me le quede viendo algo desconcertada. Esa pregunta no tenía razón de ser desde mi punto de vista, pero él me veía esperando la respuesta.

-Ellos no me pertenecen-dije después de un rato- Son míos y aún así no me pertenecen. Como los hijos son de un padre y aún así él no es su dueño y no debe tomar decisiones por ellos una vez estos alcanzan la madurez. Esa decisión no es mía sino de ellos. Si quieren quedarse con usted y se los permite bien, si quieren desaparecer también está bien.

-¿Esta segura de eso?- me preguntó el Gran Sacerdote- En mi mundo pueden quedarse, pero estarán siempre fuera de lugar.

-Pueden hacerse un espacio entre los espacios- le dije.

Daishinkan acentuó su sonrisa y se aproximo un poco más extendiendo su mano hacia mí. No sé que iba a hacer porque en ese momento alzó un poco la mirada, pero no para verme a mí.

-Y si queremos habitar su mundo ¿Nos lo permitiría, mi diosa?-me preguntó Merlot.

Mire atrás y allí estaba mi ángel, me puse de pie al tiempo que Ginebra también se dejaba ver.

-Creo que es aquí donde realmente pertenecemos- señaló el de la cicatriz con una sonrisa gentil.

Aquellas palabras me tomaron un poco por sorpresa, pero tras una pequeña reflexión no pude evitar reír un poco.

-Lo siento Gran Sacerdote...ellos están fuera de su jurisdicción- le dije mirando mi rostro para verlo a los ojos.

-Asi parece- dijo y suspiro.

Se quedó viendo a esos dos un momento, luego me miró y me dijo como si acabará de recordar el asunto:

-Bueno respecto a la muchacha de sus historias...tengo que decir que usted no es muy perspicaz.

-¿Qué trata de decir?- le pregunté sin entender.

-Que le dije quien era desde la primera charla- me señaló.

-Eso no es cierto- replique, pero no estaba segura de si lo hizo o no.

-Claro que si, usted no me puso atención entonces y tampoco lo hace ahora- me señaló algo decepcionado.

-A veces soy un poco distraída, en especial con ciertos temas- le dije con algo de timidez.

-¿Con que temas?- me preguntó con interés.

-Los románticos, por ejemplo, hace unos años un chico estuvo interesado en mí, pero nunca me di cuenta hasta que me lo dijo hace unos meses. Supongo que como nunca estoy pensando en eso me es fácil no advertirlo-  le respondí algo avergonzada por eso

El Gran Sacerdote me miró con extrañeza.

-Bueno ¿Por qué no me lo dice? Para ser honesta me llena de curiosidad saber de quién se trata- le dije

-¿Y eso por qué?-inquirió Merlot inmediata e inquisidoramente.

-Bueno es que se me hace lindo que todo eso ocurra en base a mis historias... sólo eso- respondi y no mentí.

Era una idea muy romántica y debo admitir que tengo un lado muy sensible. Merlot y Ginebra me miraban en ese odioso juicio silencioso que son las miradas analíticas e interrogantes, mientras que el Gran Sacerdote... No tengo idea como describir la cara que tenía él.

-¿Me lo dirá?- le consulte a Daishinkan, otra vez.

-No, no lo haré. Es algo entre ella y yo nada más- me dijo viendo a los ángeles tras mi espalda- Los Zen Oh Sama quieren que vaya a comer con ellos está noche. Será despedida. Imaginan y me incluyo, que quiere volver pronto a casa.

-Bueno...-murmuré la verdad no tenía prisa - Creo que podría quedarme un par de días...

Pareció algo sorprendido con la noticia.

-Me alegra oír eso- dijo Merlot tomando mi mano para hacerle una caricia- Me gustaría estar con usted un poco más.

-También a mí-le dije y le hice una caricia en la mejilla.

-No los interrumpo más-señalo el Gran Sacerdote con un aire muy sutilmente ofendido- La estaremos esperando, Salieri.

-Alli est....-no terminé la frase, pues se fue demasiado rápido-
¿Le sucede algo?- me pregunté en voz alta.

Merlot se encogió de hombros y me tomó de la mano para ofrecerme ir a un lugar más agradable. Ginebra nos siguió y los tres nos quedamos en una páramos florido que hay al este de mi castillo. Ambos estaban muy interesados en saber cosas de mí. Cosas como mi edad o que hacía cuando no estudiaba o escribía, mis gustos, mi vida en familia y tantas cosas de las que creo no recordar cuando fue la última vez que hablé. Todo les parecía interesante y no dejaban de hacerme preguntas, salvo cuando dije tenía hambre y ambos fueron a buscar algo para que yo comiera. Eran muy atentos conmigo, pero Ginebra guardaba más distancia. Merlot, en cambio, siempre estaba cerca de mi buscando la oportunidad de hacerme una caricia o decirme una palabra amable. A momentos me daba la impresión de que quería apartarme de Ginebra. Después de algunas horas, y una larga charla, decidí ir a descansar un poco.

Me recosté en el césped bajo algunos árboles y me dormí profundamente por, ignoro, cuanto tiempo. Una caricia en la mejilla me despertó, pero me resistí a abrir los ojos hasta que el hálito tibio de alguien me acarició la mejilla. Sentí el beso en el costado de mi rostro y me incorporé casi de un salto. Ahí estaba Ginebra sonriéndome gentil.

-Lo lamento, el Gran Sacerdote, me llamó diciendo que la comida estará lista en una hora- me dijo.

-Sí...¿Por qué lo del beso?- le pregunté algo incómoda.

-Me inspira ternura, mas pensé que de estar despierta no aceptaría un gesto así de mi parte. Supongo que he sido bastante injusto con usted y sobretodo muy grosero. Estaba pasando por un proceso algo complejo...

-De donde vengo lo llamamos crisis existencial- le dije y me miró confundido.

Se sonrió con tristeza después de un rato y luego se sentó a mi lado. En un parpadeo mi atuendo cambio por un vestido azul simple y hasta la rodilla (soy pequeña así que los vestidos largos me van mal y no suelo usar esta prenda) lo hice yo para poder partir al templo de Zen Oh Sama, pero Ginebra tenía otras intenciones.

-Queria pedirle perdón por todo lo que le dije- declaro honestamente- Realmente fui muy injusto. No merecía mis palabras, no merecía que fuera tan frío con usted...le ruego me perdone.

Se veía arrepentido y triste. La verdad es que no podía culparlo por reaccionar así. Le tome la mano para darle consuelo y le di un beso en la mejilla con cariño para decirle que todo estaba bien y yo no lo odiaba o guardaba rencor por eso. Creo que lo entendió porque se sonrió con más ánimo.

-¿Puedo hacerle una pregunta?

-La que quieras-le dije.

-¿Por qué pensó en dejarme está cicatriz?

-Hay dos motivos- le señalé- El primero es que era recuerdo de tu falta y el segundo...una forma de hacerte único también en aspecto.Todos los ángeles tienes rostros perfectos, tú no...y por esa marca serias más fácil de recordar o reconocer.

-Ya veo-musitó y se llevó mi mano a sus labio para besarla en un gesto de gratitud y respeto.

-¿Interrumpo algo?-me preguntó Merlot que apareció a mi costado.

-No seas celoso- le dijo Ginebra-
La diosa y yo sólo estábamos hablando.

-Quieren dejar de llamarme diosa es algo incómodo- les dije.

-No puedo, para mí es una diosa y punto final-dijo Merlot cruzando los brazos.

Ellos discutieron del tema y yo sabía que pronto, muy pronto tenía que despedirme de ellos. Creo que ellos también lo sentían, en especial Merlot que me veía con tristeza.

Cuentos para DaishinkanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora