Veinte

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Nos rodearon y nos atacaron, pero no tenían fuerza. Fue algo que nos sorprendió bastante a los tres. Korn y Ginebra se encargaron de eso. A mi no me gusta andar a los golpes, además la mujer de sombras se robo mi atención y la seguí.

Corrí tras ella manteniendo la distancia para que ese Gran Sacerdote no me advirtiera. La sombra de la mujer corria veloz por la arena y desapareció entre un bosque de agujas de arenisca. No sé porque, pero recordé una historia que me gusta mucho "Rayo se luna" de Gustavo Adolfo Bécquer. Allí un jóven persigue la supuesta blonda del vestido de una misteriosa mujer que corre por el bosque. El quiere alcanzarla porque siente que se a enamorado de ella y en su frenética carrera la imagina, pues no la había visto y cuando finalmente la alcanza... resultó que sólo era un rayo de luna que pasaba entre las ramas de los árboles.

La mujer no era muy alta, por lo que podía apreciar, y tenía una figura esbelta, mas no lograba ver algo que me indicara quien era. Finalmente se detuvo y el Gran Sacerdote también. Le hablo, pero en el idioma de los dioses. Creo que ella no lo entendía y en un parpadeo se desintegró. Naturalmente yo tampoco entendí que le dijo Daishinkan, mas me dió la impresión de que estaba pidiendo algo con mucha necesidad. Me di la vuelta para volver con los demás cuando sentí una mano entorno a mi nariz y boca, mientras la otra me rodeaba el cuello empujandome hacia atrás y hacia abajo para terminar cayendo sobre lo que debía ser arena, pero que resultó un vacío. Trate de soltarme, pero quien me retenía tenía demasiada fuerza.

Caímos hacia alguna parte a través de una extensión tan vacía que no podría decir si realmente yo estaba ahí. No había más que un espacio desnudo, desprovisto de cualquier cosa y un silencio tal que no sólo podía oír el latido de mi corazón sino también el sonido de mi estómago y hasta la sangre corriendo por mis venas. Era algo sobrecogedor y agobiante a la vez. Ese vacío me aplastaba de alguna forma que no podría explicar. Ya no sabía si flotaba o caía, si estaba despierta o soñando, si yo existía o no. Esas manos me saltaron o eso creo mientras oía en mi oído una voz que me decía:

-Esta es la nada del ser.

Era el Gran Sacerdote, era su voz, pero parecía provenir de todas partes y de ninguna a la vez. Cada sílaba pronunciada se fue desintegrado dejando sólo el timbre de su voz punzando en mi oído. Quería irme de allí, mas no sabía como hacerlo. Creo que olvide todo en un momento. No sabía si mis ojos estaban abiertos o cerrados, si veía algo o veía nada. No puedo decir más. Subitamente sentí que algo me envolvía arrastrandome hacia alguna parte y un zumbido entorno a mí me hizo abrir los ojos, o eso creo, para descubrirme en la entrada de un edificio de grandes arcos de piedra. Sentía las heladas baldosas debajo de mí y algo tibio sobre mí que estaba muy pesado. Tarde un poco en incorporarme para ver a Ginebra tendido sobre mí. Estaba inconsciente y su cuerpo pesaba bastante. Le hablé varias veces, pero no reaccionó y yo no lograba salir de debajo de él. Al fin le tiré el cabello y eso si funciono. Miró algo desorientado a su alrededor antes de notar que estaba sobre mi y quedarseme viendo por tanto tiempo que logró hacerme sentir incómoda.

-¿Estas bien?- me preguntó.

-Sí- le dije y me sonreí- Me quieres-le dije.

Ginebra me miró desconcertado, luego se puso de píe y me ofreció la mano para ayudarme a levantar. La tomé.

-Aceptalo algo de afecto me tienes -le dije sin soltar su mano - Esta es la tercera vez que me salvas

No me respondió y miró al interior del edificio.

-Creo que estamos en la parte más profunda de la mente de Daishinkan- dijo ignorando mis palabras.

-De todos los personajes que he hecho para mis fanfics, tú eres el único al que le di un pasado-le dije y me miró por encima de su hombro- No siempre un autor hace eso. La mayoría de las veces sólo cantamos lo que el lector necesita saber nada más.
Escribimos de un personaje los hechos que sostengan su conducta y acciones dentro del gran argumento y así es como se originan las páginas en blanco, pero sucede, a veces, en el transcurso de la historia, descubrimos que un personaje requiere algo más sólido y se lo construimos. O los lectores quieren saber más de ese personaje en particular, llevándonos a llenar sus páginas, pero aún si solo damos los datos pertinentes. Cada personaje es único para el autor y albergamos por ellos un gran afecto o simpatía, pues sin ellos siendo lo que decidimos que fueran, no habría historia que contar. Fuiste tú el que hecho a andar la máquina del argumento de "SÍ".

Se giró por completo a mi y se quedó viéndome.

-Hablas de nosotros como los engranajes de una máquina-me dijo.

-Esto es algo que me dijo el Gran Sacerdote hace tiempo.

-La máquina de la historia- señalo Ginebra.

-Cada autor tiene su estilo y construye sus personajes a partir de su forma de ver y hacer las cosas-le dije- Por eso siempre se llevarán un poco de nosotros lo queramos o no.

-¿Soy especial para tí?-me pregunto.

-Sí.

Apoyo una rodilla en el piso quedando a una estatura inferior a la mía. Desde allí extendió su mano hacia mí para dejarla sobre mi mejilla y mirarme con unos ojos más blandos mientras se sonreía.

-Cuando descubrí lo que era imaginé a mi creador muy diferente a esta muchacha de aspecto simple y frágil- dijo como pensando y me hizo una caricia.

Tomé su mano entre las mías y él se sonrió gentil.

-Creo que usted es mejor que lo que imaginé- me dijo al fin.

-Y tú superaste lo que yo misma escribí de tí- le dije -Tienes alma.

-Usted me la ha a concedido- me dijo.

-Sí y los lectores te la han fortalezido- le corregí- Lo mismo a usted Gran Sacerdote.

Ginebra miró atrás, hacia donde yo veía,y desde la sombra de las columnas de piedra se dejó ver Daishinkan. El real.

-Cada autor intentará plasmar en su obra su propia concepción de la realidad, pensamientos, ideología, etc. Esto es una parte de su espíritu así es como nos dan un alma. Así es como en este espacio fuera del argumento somos independientes aun cuando cargamos nuestra naturaleza determinada- me dijo el Gran Sacerdote mientras caminaba hacia nosotros en su habitual postura.

-Así es, igual que nosotros los humanos originales- le dije y me sonrió.

Cuentos para DaishinkanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora