Diecinueve

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Me miro serio, luego esbozo una media sonrisa de desprecio.

-Por favor, si no fuera por el Gran Sacerdote, yo no existiría- me dijo.

-Que decepción- le dije -Yo no te hice iluso como me estás demostrando ser. Daishinkan te dió un cuerpo físico en este mundo, pero yo concebí  la idea de tí. Yo desarrolle cada aspecto de ti. Sin mi, el Gran Sacerdote jamás hubiera podido darte forma. Fue en mi cabeza que tú surgiste. Soy tu diosa.

-No eres más que una muchacha
con ínfulas de escritora, a la que no le interesa siquiera dedicarse a eso- me dijo con frialdad-¿Qué eres allá en tu mundo Salieri? Una joven con de salud frágil a la que debe acondicionar su vida entera y que lleva una rutina ordinaria. No eres más inteligente que otros, ni más hermosa, ni más fuerte, ni especial por alguna cosa. Es irrisorio que alguien tan común como tú pueda ser la gestora de la idea que me trajo a este mundo, sencillamente soy mucho más que tú.

No pude evitar sonreírme y eso lo interrumpió.

-Daishinkan tenía razón- dije y su sonrisa desapareció- Ustedes, las obras, jamás llegarán a comprender el complejo razonamiento de su creador.

-¿Qué dice?-inquirió ofendido.

-Muchas veces ni el propio autor entiende la magnificencia de su obra. La crea sólo porque le surgió la necesidad de hacerla, porque la inspiración soplo su hálito sobre él y lo convirtió en un móvil de una idea tan sublime que tratar de explicarla seria una ofensa. Hay que sólo admirarla y disfrutarla. Las obras siempre superan a sus autores. Al menos así es en mi mundo. No sabríamos quien es Da Vinci si no existiera la Gioconda. La obra siempre es más grande que el autor, Ginebra. En todos los aspectos superará al autor porque nos enfilamos en busca de la perfección. El maestro y el aprendiz siempre buscarán el mismo objeto; alcanzar la perfección. Yo soy tu creadora lo quieras o no y aún que sea sólo una joven humana sin nada en especial...soy tu diosa y no, no quiero que me veneres o me rindas pleitesía, ni siquiera que me agradezcas existir; pero si que empieces a respetarme.

Ginebra me miraba sin ninguna expresión en esos ojos claros y profundos que parecían dos cristales de agudo extremo, apuntando directamente a mi alma.

-Salieri ¿Qué sentirías en mi lugar? Dime ¡dime!- me preguntó tomándome por la muñeca violentamente- ¿Qué le dirías a tu creador, si un día descubrirás que tienes uno, por darte la vida que te dió? Si el dolor más grande que has experimentado, si todo tu sufrimiento fuera sólo una moraleja para otros ¿Qué le dirías a aquel que te creo por hacerte pasar por todas esas duras experiencias, en las que en realidad ni siquiera tuviste una cuota de responsabilidad, porque ni tus pensamientos fueron obra tuya? ¡Dime! dime, mi diosa...¿Qué harías en mi posición?

Me sujeto por ambas muñecas y me sacudió ligeramente. Estaba consternado y me veía con una mezcla de rabia, indignación, dolor y tristeza. Al oír aquellas palabras y ver que sentía, pude comprender mejor a Ginebra y también a Daishinkan. Lo miré con ternura e intente hacerle una caricia en el rostro cuando él libero mis mano, pero la rechazó de una forma bastante brusca. Me dió la espalda, mas lo llamé. Hace días que estaba pensando cosas que decirle respecto a ese tema, hasta había preparado un discurso, pero ninguna de esas palabras ensayadas fue a mi mente en ese momento, mas unas nuevas llegaron a mi de la misma forma en que me llegó la idea de él; en un suspiro de las musas.

Ginebra es más que especial para mí y estaba hecho para ser reflejo del Gran Sacerdote. No tan literalmente, pero si como última prueba de su sincero arrepentimiento. Daishinkan había regresado a ser Daishinkan cuando se encuentra con Ginebra, un Ginebra que había comprendido los enormes errores que había cometido y como en ellos había lastimado a inocentes, asi también logró aceptar el orden universal y comprender que estaba equivocado, que sólo quería vengarse, entre tantas otras cosas que lo hicieron alcanzar el verdadero arrepentimiento y el Gran Sacerdote lo sintió. Empatizo con él y por eso le dió aquella sentencia. Ginebra surgió de la idea de la confrontación de un arrepentido frente a otro, pero a medida que la historia fue avanzando la necesidad de darle más y más argumentos a su postura ante el orden universal me llevaron, de forma casi inconsciente, a crearle una vida; un pasado y mientras más pasado le daba, más tomaban fuerzas sus ideas y pronto descubrí que el personaje me había dominado a mí; que escribía para él y ya no para mí. 

Se lo explique y a medida que escuchaba sus ojos se iban suavizando,pero su expresión en sí no cambiaba.

El edificio temblaba mientras se desmoronaba volviéndose arenas blancas que caían sobre mi, como una lluvia de sal que en un momento se volvió un torrente que por poco me aplasta. Pude evadirlo, pero esperé a ver qué hacía él e hizo lo que esperaba hiciera. Me salvo. Me saco volando de ese lugar del que no quedo huella alguna, pero por poco terminamos sepultados bajo esa arena pálida. Caímos y rodamos por el suelo, mas él nunca me soltó. La caída fue bastante violenta, más no estábamos lastimados. Si algo aturdidos o por lo menos yo si lo estaba. Me arrodille un momento para orientarme y cuando iba a ponerme de pie me sujetaron del antebrazo para retenerme. Ginebra parecía querer decirme algo cuando ambos vimos pasar una sombra...la sombra de una mujer. Una figura oscura que corría encapuchada y era seguida por la figura translúcida del Gran Sacerdote. Nos pusimos de pie para ver mejor y en ese momento vimos a Korn pasar detrás de Daishinkan.

Ginebra me soltó y nos unimos a él. Ví que tenía el cabello y el traje algo desaliñados y le pregunté que le había sucedido.

-No quiero hablar de eso- me respondio- A sido por lejos la experiencia más desagradable de mi vida...

Lo mire dándome una idea de que pudo sucederle al pobre y le pregunte cómo escapo.

-Mate esa personificación de mi padre y fue perturbadoremente satisfactorio- dijo.

-¿Dónde está Whis?

-No lo sé no lo he visto, pero imagino estará bien-me dijo Korn.

-¿Creen que esa sea la mujer que..?- Ginebra se interrumpió y los tres nos quedamos inmóviles al ver aquello.

Centenares de Daishinkan entraban en un solo edificio del que no dejaban de salir páginas de libros por las ventanas. La silueta de la mujer pasó por el costado del edificio y algunos la siguieron, pero nosotros decidimos ingresar a ese lugar, pero los Daishinkan nos vieron como intrusos y eso los hizo atacarnos.

Cuentos para DaishinkanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora