Veintiséis

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Era un planeta muy agradable, donde sólo había un océano calmo de aguas como espejo. Las nubes tenían los tonos del ocaso y eso volvía el paisaje surrealista. Realmente estaba a gusto ahí, sentada en silencio a la espalda del Gran Sacerdote que estaba en una posición algo diferente a la que tomaría habitualmente. Se veía mucho más relajado con la pierna flectada y el antebrazo descansando en la rodilla y en su rostro lo sonrisa ausente. La paz del lugar y la serenidad de Daishinkan, me estaban aletargando lo que me hizo apoyarme, casi involuntariamente, en él. Mi mejilla quedó aplastada en su espalda y solté mis piernas, que mantenía abrazadas, para tomar un postura más cómoda.
Era realmente confortante y dulce aquel ambiente. Pero me quedaban algunas dudas respecto a todo ese asunto. No había preguntado nada antes porque habíamos estado paseando por ahí y hablando de cosas que no viene al caso mencionar, pero en ese momento sentí la necesidad de hacerlo.

-¿Desde cuando?-le pregunté y me miró por encima del hombro.

-No estoy seguro-me respondió sin siquiera tener que preguntar a qué me refería-Tal vez desde que vino aquí la primera vez o bien después...

-¿Sabia que era correspondido?- le pregunte después de un rato.

-Lo intuía-me dijo y su voz sonó algo divertida- Es usted bastante transparente en ciertas cosas. De un tiempo hasta acá, he protagonizado muchas de sus historias..

La verdad nunca noté que ese fuera el motivo por el cual estuviera empleando a Daishinkan con tanta frecuencia en mis fanfics, pero si soy honesta yo no meditó demasiado lo que escribo. Escribo y ya...por eso, a veces me sorprendo de mis propias palabras. Pero eso no era relevante en ese momento. Cerré los ojos y me sumergí en el silencio para descansar.

-Puede dormir si lo desea. En este lugar nadie la va molestar.

-Todo esto es tan extraño-
comente- Recuerdo como lo odie la primera vez que vine aquí...y ahora en cambio.

-Somos dos amantes, de una forma algo singular, absurda o ridícula, mas no hace falta dar explicaciones ni a los suyos ni a los míos. Ambos sabemos las limitaciones de este sentimiento y que difícilmente... Será cómo un sueño al que recurriremos sólamente-me dijo mirando al cielo.

-La frágil quimera que se extingue en los laberintos del pensamiento- dije en voz baja mientras lo abrazaba.

-¿Puedo pedirle algo?-me pregunto.

-Sí...

-No cuente lo que sucederá ahora, ni en los escasos días que vienen entre los dos.

Y no voy a contarles. Sólo diré que fueron días agradables en que compartimos todo y nada a la vez. Amores hay muchos y muchas son sus manifestaciones. Ideas hay más que amores y muchas ni siquiera ven la luz. La verdad de una idea es la acción de esta, pero hay ideas que pertenecen sólo al mundo que habitan. No hace falta más explicaciones.

Yo disfrute de esos días tanto como pude en compañía de alguien que jamás imaginé, pero quedarme no podía y no se debe hacer. Tiene consecuencias terribles morar ese lugar de forma permanente y lo más peligroso es que abandonas en nuestro mundo el vehículo que sostiene la vida y en tu inconsciente podrías morir súbitamente, terminando para siempre con ese mundo y todos los demás ¿Lo entienden verdad? Tampoco puedes ir con demasiada frecuencia hasta allá. Yo lo sabía y él también por eso mi estadía alli no fue tema durante ese tiempo en que dormí a todos para tener un íntimo espacio sin ser importunados, pero al final...al final debía volver a casa.

-¿Vendrá a verme?-me preguntó el Gran Sacerdote cuando volvimos a mi mundo.

-Desde luego- le respondí- Aunque no sé cuándo.

Cuentos para DaishinkanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora