Nueva vida

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—¡Jess! ¿Estás lista? Te recuerdo que en cuatro horas sale el avión.

Así recuerdo el inicio de una nueva etapa y el fin de mi vida en Miami.

Cuando sonó el despertador por la mañana, no tenía ganas de levantarme, esperaba que todo hubiera sido un terrible sueño.

Pero ¡no! No tendría esa suerte.

Me sentía muy melancólica por dejar mi hermosa ciudad con mis amigos de toda la vida.

No me quedaba de otra. Era una estudiante de último año y a mi padre se le había presentado una gran oportunidad laboral en la otra punta de los Estados Unidos.

Mis padres llegaron de España a EEUU cuando tenía apenas cuatro años, aunque prácticamente me siento norteamericana, ya que es lo que conozco desde que tengo uso de razón.

Cuando nos trasladamos, el estado que nos acogió con los brazos abiertos fue Miami, donde me crie e hice hermosas amistades.

Mis padres siempre me inculcaron la cultura de nuestras raíces, para que nunca se me olvidara de dónde venía. También, el respeto hacia el país que nos dio la gran oportunidad de poder crecer y, sobre todo, la humildad. Era muy importante ser ciudadanos ejemplares, puesto que al comienzo éramos ilegales y, por cualquier problema, podrían expulsarnos del país.

Por lo tanto, me tocaba ser buena estudiante, siempre sacaba sobresalientes y matrículas de honor. Sé que puede sonar repelente, pero mi trabajo me costó.

Nunca nos regalaron nada.

A mi padre le surgió la oportunidad de tener un buen ascenso en la empresa porque iban a inaugurar una nueva sucursal en Bonneville-Idaho.

Obviamente, nosotros lo seguiríamos para empezar una nueva vida, por lo cual yo estaba bastante triste por dejar la hermosa ciudad de sol por la de montañas y nieve. Además, no solo era eso, sino que también mi padre se había informado de que, en esa zona, la gente era más conservadora y miraba con lupa a los inmigrantes.

Sin embargo, mi padre no tenía miedo de eso, ya que a él le interesaba prosperar y sacar a nuestra familia adelante como había hecho siempre.

Me quedé en la cama tumbada, mirando al techo, a la nada. Con mis pensamientos perdidos en el infinito y sin ganas de moverme. Todo me pesaba, sentía una enorme tristeza por dejar a mis amistades. Intentaba ser fuerte por mis padres, pero no podía controlar mis lágrimas que salían solas.

Tocaron la puerta de mi habitación y, de nuevo, escuché:

—Jess, ¡Jeessss! ¿Estás lista? ¡Te recuerdo que en cuatro horas sale el avión!

—¡Sí, mamá!

Mi madre entró me miró con su típica cara de comprensión y se acercó sentándose en el costado de la cama dándome un tierno abrazo.

—Sé que estás triste, Jess, pero esto es bueno para todos. Es bueno para ti, para tu futuro. ¡Podrás ir a una buena universidad, cariño! Ya lo hemos hablado otras veces, las amistades entran y salen de nuestras vidas y las buenas perduran aún en la lejanía.

La abracé también.

—Lo sé, mamá, pero no lo puedo evitar. Sé que con mis amigos estaré en contacto, pero la distancia entre nosotros se notará, ya no será lo mismo y eso es lo que me entristece. —Mi madre me miró y entendí que lo comprendía, ella también dejó sus amistades en España. Podía empatizar perfectamente conmigo—. Déjame prepararme, en una hora estoy lista.

Le di un dulce beso y me levanté de la cama para ir a ducharme y arreglarme para ir a mi nuevo hogar.

Me duché y cogí la ropa con la cual viajaría, que me había separado el día anterior.

Dos Polos Opuestos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora