No hay más en esas memorias, no queda ni el recuerdo de su rostro, solo siluetas sin sentido puestas en la oscuridad y una voz que no escuchara jamás. Aunque pudiera escucharla no reconocería esa voz, incluso si estuviera a su lado de nuevo o cara a cara, o le volviese a cantar. No queda su timbre al despertar, cuando recupera la conciencia se desvanece en la nada y ni el susurro permanece, solo la estática de una señal perdida.
Es un poco injusto, cuando cree que todo ha terminado, él regresa a ese frío laberinto con arbustos muertos y rosas congeladas, el suelo cubierto de enredaderas confundiéndose con las grietas de más años que las plantas que una vez crecían ahí.
Siluetas que nunca toman una forma definida. Sombras que pasan por su lado y acarician su piel; tiembla pues no es grata la sensación, mas continúa sin darle tanta importancia.
Incómodo, camina, abrazado a sí mismo, sus labios resecos los despega y suspira, le es raro el sentir su aliento salir de su boca, es tan helado que podría jurar que su lengua se tornaba hielo. El viento lo empuja y lo trata como una insignificante hoja del arbusto muerto, no puede contra él así que se deja llevar. No existe el calor.
Quizá son los efectos de la muerte, nunca se imagino que el proceso sería como quedarse dormido, sin embargo, existía el dolor del descenso. Al momento en que cerró los ojos dando su último respiro vio por última vez aquel rostro como una alucinación (lo cual era).
Una aparición, eran tantas imágenes que lo atosigaba y lo ahogaban por la culpa, el dolor parecía no detenerse hasta que lo vio por micro segundos antes de despertar.
Era frío, el laberinto de arbustos muertos que se extendía frente a él era igual a como se sentía, perdido, solitario, atrapado, sin esperanzas; igual de muerto como lo estaba, igual de triste y lamentable como se sentía. La ventisca que lo empujaba tan semejante a su vida, llevándolo en contra de su voluntad a través de cruces que no llegaban a ninguna parte.
Si era un sueño quería despertar, si las sombras podrían marcharse que se fueran. Prefería no verlas, prefería no tener que ser acorralado por ellas, prefería solo seguir caminando antes de ser alcanzado, todo lo que quería era llegar al final del laberinto, al final de ese lugar cubierto en neblina y cobijado por la helada manta de la oscuridad.
¿Existe el final del laberinto?
Te mareaba para luego hacerte sentirte del asco, vomitar a medio camino y maldecir entre lágrimas para luego rogar que se detuviera. Odiaba esa tortura, de todas la peor, una soledad que nunca deseo, pero que siempre busco.
No, no la quería, no deseaba eso, no era eso lo que anhelaba ¿Dónde estaba la salida?
La inquietud incrementaba, respiraba entrecortado a causa de sus sollozos, cualquier castigo que le pudieran dar lo aceptaría, pero la soledad era el peor de todos, un castigo que te dejaba a la deriva, que te dejaba sin voz porque no tenías con quien compartirla.
La soledad, no escuchar nada, no sentir a nadie y que el mundo a tu alrededor se fuese alejando porque no eras querido; el sonido no era necesario ni tampoco los sentimientos. El dolor era más agonizante que morir desangrado, era más sofocante que ser estrangulado.
No me dejes solo.
Caer no pudo haber sido más tedioso, no pudo haber cosa peor que al cerrar los ojos entrar a una pesadilla que no tendría fin. Bajaba con el corazón destrozado, con su fe hecha pedazos, con sus esperanzas esfumadas y con las palabras de una promesa clavadas en sus pensamientos.
¿Cómo podría empeorar todo esto? Lo que vivió en vida no fue suficiente.
Pensaba que quizá el castigo que recibía se debía a que le valía muy poco su propia vida, no tomaba nada en serio y solo se dejó llevar hasta que al final todo lo tomo como algo sin sentido ¿De verdad fue así? Lo bueno y malo era tan relativo como la vida y la muerte, podrías sentirte vivo en la muerte y muerto en vida.
¿De verdad fue así?
Cae de rodillas, sus músculos se ponen rígidos, apenas puede mover sus dedos. Siente la brisa helada congelar sus huesos, sus piernas como hielo ser quebradas a cada paso como la sensación de agujas al clavarse en la piel, era como pisar vidrios.
Su propia voz era un susurro del viento que apenas le servía para calentar sus pálidas manos. Lo único que le quedaba en ese solitario lugar rodeado de dolorosas ilusiones era su propio tarareo, la misma canción que alguna vez escucho en algún lugar, una canción que nunca le hacía sentir solo, era su única salvación, lo único que lo mantenía caminando.
¿Cuánto hace que estaba ahí? Incluso sus lágrimas caían como cristales de hielo a causa del gélido ambiente. Su aliento se veía como la neblina en descenso por las montañas en una noche oscura.
Pensaba que el infierno era un mar de ardor y calor, jamás creyó que tendría que abrazarse a sí mismo en búsqueda de calidez. Y así estaba, tan frío como un glaciar, tan solo como la luna en una noche sin estrellas, tan jodido como nunca lo hubiese imaginado.
Sus piernas no lo sostendría más, cae al final al polvoriento suelo de césped marchito, la oscuridad lo alcanzaría y las sombras lo atormentaban mientras se quedaba inmóvil. La silueta que lo guía se perdería a la distancia mientras que inútilmente estira su largo brazo e intenta alcanzarlo con su mano.
Ya no tararearía su canción, su garganta se congela, parecería como si la escarcha se hubiese colado por su boca, enfriando su lengua y bajando por su úvula para así, finalmente, solidificar la saliva, el agua se vuelve hielo y su aliento se convierte en nieve.
No le queda más que tumbarse boca abajo, no le queda más que fijar su vista en la dirección por dónde la silueta sigue su camino importándole poco el dejarlo atrás, solo esa sombra le mira de reojo por última vez sin parar su caminata. Pudo jurar que le veía con una sonrisa divertida, una que difícilmente podría olvidar.
Que inútil, no valía la pena, pero quería al menos tomarle de la mano por última vez y sentir su calor, sentir felicidad y no tener que fingir.
El corazón bombeaba como si aún estuviera vivo, su pulso se aceleraba, la presión en su pecho era cada vez más intensa. El dolor era indescriptible, el pánico de saber que estaba perdido, de que estaba a punto de perderlo nuevamente, de que siempre tendría que perderlo, siempre perdería algo. Su cuerpo sería congelado si no llegaba a la salida con él. Solidificado en la nieve por no poder seguirle el paso a una sombra de su pasado.
No tiene sentido alguno de que siga luchando por recordar un rostro que jamás volverá a ver, no tiene sentido alguno que su corazón siga golpeando su pecho dolorosamente con el penoso pensamiento de que alguna vez lo volverá a ver.
Él ya no existe en su mierdoso mundo.
Se marchó dejándolo totalmente solo y no le importo en lo más mínimo.
Con su mano extendida en el suelo y una mirada perdida en el camino. Su vista se nublaba con la escarcha, su aliento no tenía calor, sus piernas le torturaban, arreciadas ante el hielo se acrecentaba por el suelo a su dirección.
El mismo hielo comenzó a extenderse una vez hasta que llegó a su cuerpo, desde sus piernas hasta su inmóvil cuerpo. No le quedaban más lágrimas que derramar, pero, aunque pensase de esa manera, una solitaria lágrima bajaba por el puente de su nariz y viajaba al otro lado pasando por debajo de su párpado inferior. No cayó, ahí quedó congelada el camino. Ahí quedó él, como estatua hecha de hielo, recostado en medio de un laberinto del cual jamás supo cómo salir, en la sombría soledad.
"No hay forma de escapar de lo que cause"
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Aquí esta señoras y señores ¡Me arriesgare a escribir este fic! que sea lo que sea, tengo mucho, pero mucho tiempo reteniendo este fic porque no estaba segura y ahora lo suelto.
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~White Noise~
FanficDicen que el amor no muere, tal vez tengan razón o quizá no. Lo sentimientos pueden cambiar mas no ser olvidados ¿Puede alguien asegurarse de que algo es eterno? La frase "para siempre" ¿Tendrá algún significado? ~¿Podrías cantar? ...Estoy cansado d...