La semana pasó lenta. La facultad estaba consumiéndome y no veía la hora de dar los exámenes. Bien o mal, no importaba, quería sacarme ese peso de encima.
Llegó el viernes y estaba lista para meterme a la cama y mirar una película, cuando el timbre de mi departamento sonó.
Iara y Mauro aparecieron con un par de botellas en la mano. Pasé el primer rato un poco incómoda. No me sentía muy placentera con los dos acaramelados y menos aún después del episodio con mi amiga.
Todo se tranquilizó después de un par de tragos.
-Tengo una idea- Exclamó Mauro sentándose en el sillón, como si le fuésemos a prestar más atención en esa postura. -Invitemos al cenfe
Tuve que escupir lo que tenía en la boca. Me sequé con la mano el excedente de vodka que caía por mi mentón.
-¿Vos estás loco? Ese pibe no va a entrar acá, nunca. No me copa su mal humor de pendejo histérico indispuesto.- Dije sin pensarlo.
Los dos rieron aunque la sonrisa de Mauro fue un poco falsa. Lo noté y creo haber arqueado la ceja confundida.
-Llamemos a Neo- Sugerí.
Obviamente necesitaba a alguien con quien pasar el rato aparte de estos dos. Y Sebas era la mejor opción, estaría muy cómoda con él.
-No, llamemos a Tomi. Lo necesita- Le explicó Iara a Mauro.
Hice una cara de asco y mi amiga se estiró para alcanzarme mi celular.
-Mandale vos, así viene
-Dale, seguro viene corriendo si se lo pido yo- Dije irónica. -Le mando cuando me cuenten que pasa con él
Rodearon los ojos juntos y los odié por ser tan iguales.
-No pasa nada. Tenía un mal día. Mandale, dale
-No le quiero mandar- Grité.
-Bueno, nos vamos entonces
-Sí, estaría bueno que se vayan. Planeaba ver una película hasta que llegaron con todo esto- Comenté y me calmé al darme cuenta que estaba siendo bastante histérica.
-Hace un fondo de esto flaca- Me pidió Mauro extendiéndome un vaso mientras me sacaba el celular de la mano. -Y después le mandas
No sé por qué motivo le hice caso. El vodka quemó en mi garganta. Cerré los ojos para digerirlo y cuando los abrí, Mauro me ofrecía mi celular, con su número agendado y una conversación de Whatsapp abierta.
Me tomé un segundo para observar su foto de perfil. Tenía una foto con Mauro y estaba lindo. Bastante lindo.
Pensé que escribirle. No la había pasado tan mal con el recordando el episodio del boliche, y el auto. No habíamos hablado mucho pero todo era normal, hasta el día de la quinta.
-Que cara de pelotudo que tenes en esta foto-Comenté solo para pelear con Mauro y el asintió encogiéndose de brazos.
Me dio ternura y quise abrazarlo, pero me contuve.
-¿Cómo le digo? Hola, eu
-Ponele Tomi- Me ordenó Iara y eso hice.
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-Genial- Dije separando en sílabas mientras les mostraba a mis amigos como me cortaba el rostro. -Les manda un beso así que ahora sí se pueden ir yendo
Los dos hicieron el mismo gesto y tuve que aguantarme para no decirles algo: estaba cansada de que sean iguales. Mauro sacó su celular del bolsillo y rápidamente tecleo algo.
-No, espera. Hagamos algo nosotros- Me incitó Iara y no dude en negar con mi cabeza.
-Amor- La llamó.
Rodeé los ojos ante tanta dulzura.
-Agarro tu celular, yo no tengo crédito. Ahora vengo
Lo tomó de la mesa ratona y desapareció por la puerta principal del departamento. Levanté una ceja extrañada mientras Iara se levantaba.
-Voy a llevar los vasos a la cocina- Dijo.
Agradecí al cielo que me entendiera que no tenía ganas de hacer nada y este preparando todo para irse.
Desapareció. Me tiré en el sillón más grande para esperarla. Coloqué mis pies sobre la mesa ratona y pateé algo. Me agaché para ver que era el celular de Mauro y lo tomé con cuidado.
Apreté el único botón que tenía para comprobar que funcionase, y me llevé una sorpresa:
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Mi amiga apareció justo en el momento en que terminé de leer la conversación. Un nudo en la garganta se me hizo no se por qué motivo.
Pensé por un momento en que cosa tan mala podría haber hecho esa noche para caerle tan mal a alguien, que no tuviera ganas de verme nunca más.
Le extendí el celular a Iara y levantó una ceja al leer la pantalla.
-Se pueden ir, ¿por favor?- Rogué y ella asintió.
Me dio un beso y agarró sus cosas. Salió por la puerta. Mauro todavía hablaba por teléfono, vaya a saber con quien. Con él, seguramente.
Me acosté en el sillón a pensar. Mi celular vibró.
Los dos tildes azules manifestaban que no, no iba a explicarme nada; por lo que opté por irme a la cama y desconectarme del mundo. Había estado pensando en esto inconscientemente toda la semana.
No lo había nombrado e incluso imaginado desde el momento en que estacioné el auto frente a su departamento y desapareció. Su tan prohibido secreto me estaba carcomiendo cada centímetro del cerebro.