Habían pasado ya tres meses del episodio en la casa de Iara. No sé en qué momento se me cruzó por la cabeza ese "es muy pronto". ¿Qué tan pronto? No era pronto. No en aquel momento. Estábamos prácticamente siempre juntos, no nos gustaba estar con otra persona aunque no tuviésemos el rótulo de novios.
Eso era, solamente, lo que nos faltaba. Y, cuando por fin él dio el gran paso, lo arruiné.
Dicen que con el tiempo todo pasa, todo se sana. Pero el tiempo no estaba haciendo más que empeorar las cosas.
Él, lógicamente, no quiso verme por las siguientes cuatro semanas. Nos habíamos cruzado en el departamento de Iara alguna que otra vez. Me odiaba. No me miraba. No me respondía los mensajes, ni las llamadas. No tenía noticias sobre su vida, más que lo que mi amiga y Mauro, muy por arriba, me contaban.
Yo, totalmente apagada. Sentía un vacío muy dentro de mí que no tenía en claro si algún día se iba a poder llenar.
Me hacía la cabeza todo el tiempo. Pensaba en cómo se debió haber sentido él.
Rechazado.
Sentirse rechazado por una persona a la que le diste todo. Y justo después de una gran pérdida, como la que había sufrido.
En un primer momento pensé que, quizá, como él era hombre no le iba a afectar tanto. Que este dolor solo me iba a provocar bronca y resignación a mí. Pero, después entendí que él era distinto.
Distinto a todos.
Distinto a mí.
Eramos diferentes, y él me lo había dicho en un primer momento.
Deliberar qué tanto daño le había provocado no hacía más que darme ganas de llorar. Y eso era lo que hacía. Todo el tiempo. Todos los días, hacía tres meses.
Sequé la única lágrima que me había animado a soltar, justo antes de que Iara vuelva de la cocina, con dos tazas enormes de café.
– ¿Cómo te fue con Nacho?
Metí mis manos dentro de los puños del buzo para girar en el sillón y mirarla.
– ¿Te digo la verdad?
Hizo una mueca con su boca entendiendo todo.
– ¿Tan mal estuvo?
Sí, increíblemente mal.
¿En qué momento me había dejado convencer en ir a "tomar algo" con un compañero de la facultad? Mi amiga se había aprovechado de mi débil momento, pensando que iba a ser lo mejor para mí. Empezar a salir, relacionarme con otra gente. Pero no.
–No podría haber estado peor
La vi respirar hondo, abrumada.
–Entonces no queda otra
– ¿Otra qué?
Pregunté confundida.
–No queda otra que empezar a mover el orto para que dejes de llorar por los rincones
Agarré mi pecho intentando parar los latidos de mi corazón.
– ¿Me vas a ayudar?- Pregunté con un hilo de voz.
Iara se había negado a colaborar para que lo vea. Siempre, en todo sentido. No me invitaba a las salidas. No quería que fuera a la casa de Mauro. No quería que nos cruzáramos.
–Sí.- Exclamó, y justo antes de que saltara abrazarla continuó. –Pero primero, te voy a decir qué, si no te ayudé antes, es porque él estaba muy mal
Me acomodé en el sillón para amortiguar los palazos.
–Y nunca, pero nunca...
Me miró y, con el nunca y sus ojos, supe a que se refería.
–Nunca lo vi así.
Cerré los ojos. No estaba tan segura de que tan bien me haría todo esto.
–Así que, te voy a pedir qué, por favor, dejes de pensar en vos, y pienses en él- Dijo, casi leyéndome el pensamiento.
Tendría que pensar, ¿Qué tan bien me haría a mí? O ¿qué tan mal le haría a él?
–Pero...cómo sos mi amiga y no te aguanto más así, te voy a ayudar - Dijo, y la ilusión volvió a mi cuerpo.